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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La culpa de los traidores

12 de junio de 2017

El establishment ha construido un discurso cuyo objetivo es el disociar el yihadismo del islam, para lo que los voceros de  la casta transnacional -o sea, la inmensa mayoría de los medios de información- esgrimen una cierta variedad de argumentos. Uno de ellos, recurrente, es que la mayor parte de las víctimas del yihadismo son musulmanes. O sea que, por la misma regla de tres, Stalin nada tiene que ver con el comunismo, ya que es, con toda seguridad, el hombre que más comunistas ha matado. Impecable razonamiento, pues.

Tal desfachatez desde el punto de vista lógico tiene, sin embargo, su seguimiento. En España lo sabemos bien: durante décadas se ha tratado de desligar a ETA de su matriz ideológica, calificando de «fascista» lo que era una ideología marxista-nacionalista que, por obvias razones, producía un desasosiego cierto en la casta política. O las inevitables concomitancia, el árbol y las nueces, y el «nos equivocamos» de Barrionuevo en las Cortes.

Por supuesto que las causas tienen que ver, y tanto, con las consecuencias. Por supuesto que las ideologías, las religiones y las cosmovisiones de todo tipo, tienen consecuencias. Se nos quiere convencer de que la naturaleza de las causas es intercambiable: no importa de qué acontecimiento se trate, cuando se reúne una gran multitud, y aún más si está compuesta por jóvenes, siempre se producen episodios de violencia. Pues resulta que no, que las causas son muy importantes, y que cuando esa gran multitud se da cita para rodear el Congreso, efectivamente se producen episodios de violencia; o cuando acude a una convocatoria pacifista, donde no suele quedar contenedor sin quemar ni farola sin desmochar; pero grandes multitudes se han dado cita repetidamente en torno al Papa y jamás se ha producido un solo episodio de violencia (al menos que no haya sido protagonizado por algún tolerante activista elegetebé, como sucedió en la JMJ madrileña).

El que haya que argumentar una obviedad como que el yihadismo es un producto del islam debiera ser motivo para la reflexión: para nuestra reflexión. Es una verdad inmediata que el yihadismo no lo ha producido el cristianismo, ni el hinduismo, ni el budismo, ni el confucionismo, ni el judaísmo, ni el sintoísmo. El yihadismo se gesta en el islam, en cuyo nombre asesinan los yihadistas. Evidentemente, no todos los musulmanes son yihadistas; tan evidente como que todos los yihadistas son musulmanes.

Tampoco lo han producido ni la pobreza ni el colonialismo, aunque quienes confunden los condicionantes con las causas así lo pretendan. En realidad, el yihadismo está relacionado con la configuración ideológica y con el mundo mental islámico, con el imaginario colectivo de la umma, la comunidad de creyentes.

Esta produce yihadistas en países pobres de Oriente Medio, en países ricos del Golfo, en regiones desestructuradas y en países con sólidas estructuras estatales, en países del África negra más profunda y en países europeos que poco tienen que ver con los anteriores. Es obvio que el nexo común es el islam, y que todos ellos comparten ese imaginario islámico.

Pero el problema, hoy, no se encuentra ya en desiertos remotos ni en montañas lejanas, sino en nuestras ciudades y barrios, en nuestros pueblos, en el seno de nuestras sociedades. El problema, hoy, son quienes ofician de caballo de Troya; no se puede culpar a los musulmanes por serlo, sino a los traidores, a los imbéciles, a los canallas que venden a los suyos por un cálculo económico, ideológico o por ambas cosas.

Favorecen el islam porque creen que este acabará con todo lo que ellos odian y quieren destruir desde hace mucho tiempo. Y tienen razón: eso será lo que suceda. Y con el cristianismo morirá todo lo que siempre hemos tenido por justo, bello y bueno. Entenebrecidos por el odio, no perciben que acaso la Iglesia, y con ella el cristianismo, pueda sobrevivir en la marginalidad, en pequeñas comunidades, acogida a una versión más espiritualizada de ella misma que quizá pudiera ser reconocida en el seno de una cierta versión del islam.

Pero que todo lo que ellos representan será borrado de la faz de la tierra, hasta la raíz. Que desaparecerá la idea misma de tolerancia, y que de la llamada democracia no quedará ni rastro, al menos tal y como se ha entendido hasta ahora; que la individualidad personal -un producto genuinamente cristiano- será suprimida por una visión del mundo en la que Dios ha predestinado a los seres, anulando su libertad de cuajo; y que la sociedad heteropatriarcal contra la que ahora braman histéricos/as les evocará el recuerdo de una edad dorada en la que se hizo carne el sueño de la liberación; eso, por no hablar de la teocracia que regirá -implacable y sin el atemperamiento de la compasión ni la caridad- con mano de hierro nuestras vidas.

Quizá se engañen creyendo que lo que triunfará será una versión moderada del islam, suficiente como para destruir el cristianismo pero incapaz de articular el futuro. Les aseguro que lo que en muchas partes se considera como islam moderado, sería insoportable para una muy amplia mayoría de europeos. El islam es incompatible con Occidente; una forma de interpretar el mundo que determina hasta cómo beber un vaso de agua.

No sé si es la fascinación que esta sociedad siente ante el fenómeno de una fe que ella misma ha perdido. O quizá el exotismo y la novedad desempeñen un cierto papel, como el hinduismo y el budismo lo jugaron en los sesenta; solo que esto de ahora es algo más peligroso que aquel viejo -y en el fondo, algo inocente- juego de hippies.

La conquista de Europa por el islam -de la que el yihadismo es una parte sustancial, pero solo una parte- se hace posible gracias a nuestra ceguera. Sonrientes, los yihadistas afilan sus gumias en los dogmas progres. Por eso, lo que un día, que no ha de ser lejano, detenga la conquista de Europa por el islam, también habrá de llevarse por delante aquello que ha hecho posible que el islam se encuentre en situación de heredar Europa.

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