No les voy a castigar con la enésima columna hiperventilada que leerán estos días sobre la vulgaridad y el crimen que encarna el gobierno de Pedro Sánchez. La razón es que no me encuentro entre los que sostienen que el «sanchismo» es una anomalía que le ha surgido al PSOE bueno. Los desmanes del partido del Estado que personifica el sistema irán ocupando estos meses portadas y, de haber consecuencias políticas y judiciales, tendremos una falsa impresión de cambio.
La secuencia en la que hemos visto a Felipe VI (Cuerpo borbónico de funcionarios del Estado, grupo A) de risas con Sánchez tras su comparecencia con motivo del informe de la UCO, no deja mucho a la imaginación. Si todavía queda alguna duda, Fernando Paz explica con claridad de docente en un vídeo (Búnker Bar) cómo estamos ante un fin de ciclo en el que se va a dejar caer a Sánchez, cortesía de Prisa, para dar paso a un PP continuista en sus políticas. Feijoo nos llevará a la casilla de llegada de lo que podríamos llamar Régimen del 11-M, inaugurado por Zapatero en 2004 y mutación perversa del anterior. Y que es, como su predecesor (el del 78), balcanizante, antinacional, progresista y excluyente.
No sabemos qué vendrá después, pero los últimos coletazos (que pueden durar años) de este sistema de poder único, nos dejan, esta vez a cargo del partido de la alternancia, una emotiva estampa.
El pasado fin de semana tuvo lugar la boda del director general de Diversidad de la Comunidad Valencia (PP). A la ceremonia acudieron la vicepresidente del Consell y altos cargos de la consejería de Bienestar Social, además de familia y amigos. El cargo público del Partido Popular, Stephane Soriano, se ha casado consigo mismo, signifique eso lo que signifique. Lanzó el ramo, leyó unas palabras, «firmó el acta matrimonial», celebró la vida «porque es una» y agradeció a quienes le «acompañaron en esta locura». Stephane, para trabajar en lo de la diversidad, se ha mostrado algo duro. Yo habría usado un lenguaje más inclusivo como «despatologización de la tara mental». No llegamos a saber si hubo Candy Bar, re-cena de Mcdonalds, puesto de mojitos o Wedding Planner, pero debemos aceptar el circo como parte de los cincuenta años de prosperidad infinita que venimos conociendo desde la muerte del dictador. Como decía alguien en redes sociales, que exista una Dirección General de Diversidad también es corrupción.
En cualquier caso, no parece, pues, que a Soriano se le vaya a presentar el problema de las herencias. Pocas fechas atrás, en el programa Hora 25 de la SER, Albert Pla (no sé muy bien quién es) abría una nueva ventanita de Overton. Manuel Jabois y Aimar Bretos (¡!) le reían la gracia. Pla sostenía que habría que abolir o regular «muchísimo» la transmisión patrimonial entre familiares porque de nada servía hacer política y repartir si existían las herencias. Mamen Mendizábal apuntaba que «eran la base de la desigualdad totalmente».
El asunto no es baladí en estos momentos —vaya por Dios el don de la oportunidad de la SER—, puesto que la herencia, la casa que los padres pudieron comprar con un solo sueldo durante los años del desarrollismo, la segunda vivienda que fue accesible para la clase media, constituye la única esperanza para las nuevas generaciones.
Llámenme nostálgica, pero yo espero que el nuevo ciclo histórico-político tras la voladura (ya me perdonarán) del régimen del 11-M se parezca más a aquellos tiempos en que uno pagaba la letra, tenía un pisito, trabajaba y vivía bien de ello, recibía una herencia material e inmaterial de los suyos y, sobre todo, sobre todo, se casaba con otro.