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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Finlandia

4 de agosto de 2015

A muchos comentaristas nacionales últimamente les ha dado por utilizar dicho país para hacer comparaciones en materia educativa y social. Si de lo que se trata es de estudiar las condiciones y calidad de su sistema, me parece lógico e interesante, como todo ejercicio teórico ilustrativo de una forma de enfrentarse con la problemática educativa en general. Ahora bien, si de lo que se pretende es buscar un modelo aplicable a España, me parece un ejercicio gratuito.

Cualquiera que se pare a pensar cómo influyen las condiciones históricas, geográficas, culturales y climatológicas en el carácter, las perspectivas, aspiraciones y objetivos, de un  determinado grupo humano y en su comportamiento colectivo, así como en el esquema básico de valores y principios ineludibles de convivencia en dicho entorno, descubrirá fácilmente que las diferencias entre España y Finlandia son más que significativas. Un país de poco más de 5 millones de habitantes, en 330.000 km2 prácticamente deshabitado, uniforme étnica y culturalmente hablando, disciplinado y constreñido por una condiciones climáticas extremas: inviernos árticos de una media de 150 días sin sol y veranos en donde no se pone, húmedo y helado  la mayor parte del año, que no invita a ausentarse del hogar ni permite apenas el cultivo agrícola, que vive de la explotación maderera, metales elementales y últimamente la tecnología, que  prácticamente no ha tenido contactos ni influencias de grupos ajenos durante toda su historia -a excepción de rusos balto eslavos y suecos, por otra parte muy parecidos-, con una España que ha sido tierra de ocupación para docenas de pueblos de diversas costumbres, en ocasiones tan diferentes que han vivido en permanente conflicto cultural, de clima luminoso, generalmente benigno, que ha atraído emigraciones sin fin a lo largo de milenios, estructurado en torno a una civilización predominantemente agrícola con los típicos esquemas mentales que tal condición supone.

La educación es un fenómeno íntimamente ligado a la personalidad de los pueblos y debe adaptarse a sus esquemas de valores y las condiciones específicas del entorno en el que pretende impartirse, independientemente del hecho de que cuando es de verdadera calidad pueda servir en cualquier entorno, pero ha de afirmarse sobre los propios cimientos. Dependiendo de la forma de ser y pensar de un grupo humano así debe ordenarse el modelo educativo, para que precisamente por esa autenticidad, esa mente esté abierta y sea ampliable a otros diferentes criterios y así nos podamos entender. Cualquier ejercicio pedagógico teórico de laboratorio, sin base en el carácter de nuestra propia cultura, nuestra forma de ver y entender la realidad, será estéril y solo dará por resultado un fracaso más. La educación no puede ser ni totalmente aséptica ni estar condicionada por ideologías sino ceñirse a la mayor objetividad posible y transmitir unos valores y una actitud ante la vida de responsabilidad y esfuerzo. La primera falacia es pensar que la educación es gratuita, no lo es, tiene un coste y elevado, otra cuestión es cómo y quién la pague. La general básica, pública o privada, la asumirá el Estado o cada persona según sus preferencias y sus posibilidades, la universitaria o superior, sea a través de becas, con las debidas calificaciones, por el estado u otras instituciones, o pagando mediante créditos a devolver en tiempo y forma. Con ello haremos a los alumnos responsables de sus resultados con las correspondientes  consecuencias. Lo que no se puede ni se debe es financiar el sistema actual cuyos resultados están a la vista, un sistema en que nos educamos a pesar de y no gracias a…. Con el agravante de que la falta de adaptación y coordinación del complejo educativo a la realidad laboral del país, al margen de lo académico, arroja un nivel de paro entre la juventud insostenible. 

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