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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

FPÖ: seis razones para la victoria

2 de diciembre de 2016

Son muchas las opiniones que se pueden aventurar sobre las elecciones del domingo en Austria aunque, quizás, lo menos sensato es aventurar algo sobre pronósticos electorales. Las encuestas últimas en temas sensibles para la corrección política mundial –“brexit”, acuerdo de paz con la FARC en Colombia y elecciones presidenciales norteamericanas- se han revelado como lo que son: no un modo de pronóstico sino una herramienta de presión para condicionar al electorado en el sentido de la ideología dominante. De ahí que hayan fracasado estrepitosamente en los tres casos: El motivo es que en ningún caso interesaba conocer la verdad.

 

 

Por lo demás, la sombra de Donald Trump es alargada y ahora la ideología dominante tiene otro problema. Esto ya lo dijimos en “esDiario”, antes de nuestra expulsión, varios meses atrás. El caso austriaco es homologable al de los tres que acabamos de citar: la “corrección política” –es decir, la censura progresista- se ha sumado como un solo hombre a luchar contra el candidato del FPÖ, Norbert Hofer. “Algo tendrá el agua cuando la bendicen”, aunque en este caso sea una maldición la que ha caído sobre el candidato a la presidencia de la República Austriaca: desde la melíflua y democristiana VPÖ hasta los socialistas del SPÖ y, en lo internacional, “Financial Times”, “Wall Street Journal” y otros cientos de rotativos, todos ellos han esparcido a los cuatro puntos cardinales argumentos que solo son variantes de las mismas ideas o bien difieren solo en la escala. Esta sospechosa unanimidad demuestra que la gente de Hofer está a lo mejor tocando esos asuntos de los que no se discute porque es precisamente en ellos en los que se dirimen cuestiones importantes.

Según nuestro parecer hay varias razones por las que el FPÖ debe alzarse con la victoria:

Primero, porque en ciertos temas de opinión, Austria no difiere demasiado de la afortunadamente desaparecida DDR. Allí, izquierda y derecha han utilizado como arma coactiva la acusación de “nazi” y han sancionado esta forma de terror ideológico con el propio código penal del país. Ya va siendo hora de que en Austria -y no solo allí-pueda trasgredirse no solo las líneas rojas de las ideas conservadoras sino también las oficialmente inexistentes alambreras de los KZ ideológicos de la izquierda. Ahora resulta que un partido como el FPÖ, sistemáticamente calificado de “nazi” –y ya se sabe que en el mundo pos-1945 todo el mundo es “nazi” para alguien- puede alcanzar la presidencia de la república a través de unas elecciones libres. Es evidente que existe un elevado grado de hartazgo de la población austriaca respecto de la propaganda de la izquierda y derecha oficiales. En otras palabras: es necesario el aire fresco de la libertad.

Segundo, porque los contenidos por los que debate y lucha el FPÖ no son los de una “derecha” homologable. En la Austria de la posguerra solo ha cabido desde hace 70 años un espectro político que iba desde la izquierda hasta la derecha liberal. Ser “conservador” era ser “liberal”. Paradójicamente, ambas tendencias comparten buena parte de su ideario. Pero resulta que el FPÖ es identitario y vincula la prosperidad de Austria a la preservación de su identidad que, para colmo, es la europea cristiana, esa misma que ninguneó la constitución europea. De paso, el FPÖ asegura que el Islam “no es parte de Austria” y además la economía está al servicio de la comunidad; de ahí que aboguen por una “economía de mercado con responsabilidad social” (einer Marktwirtschaft mit sozialer Verantwortung), no con responsabilidad ante la eficiencia económica como creen los liberales (no los “neoliberales”). Y sigue la cosa: el partido de Norbert Hofer piensa que “la familia como comunidad de un hombre y una mujer con sus hijos es el embrión y la clave para el funcionamiento de la sociedad y garantiza junto con la solidaridad de las generaciones nuestra posibilidad de futuro”. Todo esto puede leerse literalmente en el programa del partido, aprobado en Graz en 2011 y sitúa al FPÖ lejos de la derecha oficial.

Tercero, porque la victoria del FPÖ en uno de los países de mayor estándar económico de la UE normalizaría el debate ideológico fuera de los límites establecidos por la dictadura de lo políticamente correcto, también en otros países del entorno. No estamos hablando de países como Hungría o Polonia, ya condenados a las tinieblas exteriores por la “nomeklatura” de la UE, si no que nos referimos al intelectualmente corrupto Estado alemán, uno de los lugares donde la izquierda ha impuesto con más rigor su agobiante dictadura mediática, política y académica. El ascenso del FPÖ en los últimos tiempos es paralelo al de la AfD en Alemania. El triunfo de Norbert Hofer el próximo domingo, pese a los poderes representativos -aunque no solo- de la figura presidencial, contribuirá a renovar a la clase política también en Alemania, uno de los principales bastiones de la globalización en Occidente, y lo hará en un sentido nacional, lejos del cosmopolitismo con el que sueñan las élites del dinero.

Cuarto, porque es necesario que la gente en Europa y en el mundo pierda el miedo a votar distinto. Durante décadas, todos aquellos que se han atrevido a discrepar del discurso globalizador, de derecha o de izquierda, han enfrentado las mazmorras del régimen o el ostracismo absoluto. Nada teme más la gente que el ninguneo social y por eso el voto útil ha mantenido un prestigio falso, ante la incapacidad de resolver con eficacia ni uno solo de los problemas que han ido dibujándose en el horizonte del mundo: imperio de la economía financiera, materialismo nihilista y declive ético, cultura de masas, perdida de identidad, invierno demográfico y demás, han sido enfermedades letales a las que el espectro político homologado no ha hecho más que contribuir. La victoria del FPÖ romperá esta dinámica de votar a aquellos que jamás van a atreverse a sacar los pies del tiesto.

Quinto, porque la política de la UE es tan servil con el capitalismo internacional y con el lobby “likudnik” y neoconservador de Washington, que no tiene ninguna autoridad moral para reclamar una política auténticamente al servicio de los intereses europeos en el mundo. El desastre e incompetencia de la gestión de Bruselas ha podido verse el pasado año con la crisis de los refugiados, a la que ellos mismos contribuyeron aunque después la UE ha tenido la cara dura de pedir que todos resolvamos el problema en clave de “solidaridad” y “anti-racismo”, obviando las causas, muy precisas por cierto, en las que la propia Unión estaba implicada.

Sexto, porque el invierno demográfico y la inmigración ilegal masiva son dos patologías de las que solo el turbocapitalismo saca beneficio. Por lo demás no interesan a nadie. Sin embargo, de seguir las cosas como hasta ahora los pueblos europeos caminan hacia su suicidio demográfico. Es hora de que alguien revierta el proceso y que pueda defender ideas sensatas sin que el código penal le calle la boca. El triunfo del FPÖ puede ser un aldabonazo en las conciencias y una llamada de atención sobre la idea de que las personas tienen derechos pero, antes, tienen deberes hacia su pueblo.

Así las cosas, el domingo no se enfrenta el FPÖ a ese mediocre y triste tecnócrata de la vieja política, Alexander Van der Bellen -por lo demás el clásico político-chicle: de usar y tirar-, sino que nuevamente se plantea, cada vez en términos más definidos, el combate del siglo XXI, entre quienes defienden el proyecto globalizador nacido con la Ilustración y quienes defienden los derechos de los pueblos gestados en la historia por la Providencia.

Con estos últimos se halla sin duda, la causa de la libertad.

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