La progresía es una religión de riesgo. No hay creencia que exija un esfuerzo mayor. Cada semana, sus fieles deben pasar por retos que requieren fuerza, resistencia y volteretas que pueden causar auténticos esguinces morales.
Hace unos días, la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, acudía la universidad Complutense a recoger un merecido reconocimiento a su carrera. La nombraban ilustre. No sé cuántos presidentes autonómicos han salido de esas aulas, pero es evidente que no es fácil llegar a semejante cargo y todavía menos hacerlo con una mayoría casi absoluta. Nada de eso fue suficiente para los progres que, una vez más, hicieron suyo el “templo del saber” -que ya no es templo ni es ná- e intentaron boicotear el acto.
Durante la ceremonia me llamó la atención un discurso. No me refiero al de la pobre chica, incapaz de articular un alegato coherente a pesar de ser la mejor de su promoción. Esas cosas ya no me sorprenden. Además, hay que reconocer que demostró habilidad para identificar un nicho de mercado en el que le auguro futuro. Es la lección que les damos: así llegarán a ministras. De hecho, sólo horas después la proponían como hija predilecta de su Móstoles natal. No, me refiero a las palabras de un actor al que admiro mucho: Antonio De La Torre.
Los que no somos progres tenemos una ventaja (otra): aprendimos a separar al artista y su opinión política de su obra. ¡Qué remedio! Así que seguiré disfrutando del trabajo de ese gran actor aunque creo que su discurso fue tramposo y peor todavía que el de una criaja que, al fin y al cabo, es eso, una niñata pija, una polluela a la que la vida debe aún muchos revolcones.
De La Torre obvió lo que había pasado ese día, el escrache a una mujer en una universidad pública. La violencia, los gritos de “asesina”, “cucaracha”, el “Ayuso, fascista estás en nuestra lista”. ¿De verdad todo eso no merece un solo comentario? Es un ataque que ya sufrió Rosa Díaz en ese mismo lugar o Cayetana en Barcelona. Pero las mujeres de derechas, ya se sabe, merecen menos.
El actor debió pensar que saldría del paso echando mano de un clásico: lo público. Y ahí vuelvo a estar en desacuerdo. Mis padres trabajaron en la pública. Papá fue cirujano, mi madre, enfermera. Conozco el paño. Pero, ¿los trabajadores de las empresas privadas merecen menos? ¿Son mujeres de derechas? Y por traer aquí a otro protagonista de la semana: ¿no le toca a Juan Roig, Mercadona y a su personal, por ejemplo, un homenaje por cómo traen la comida hasta nuestra mesa incluso en los peores momentos? Recuerden los primeros días de la pandemia y las colas frente a sus tiendas, el miedo, la preocupación, la mascarilla, los guantes, la mampara de plástico, cómo lavábamos todo tropecientas veces, el palillo en el ascensor… No nos faltó de nada y a mí me pareció un milagro. ¿No merecen ningún reconocimiento? ¿Y los sanitarios de la privada a los que se negaba el aplauso desde los balcones? ¿También son mujeres de derechas?
Esta semana, muy poco después, un acto de odio, de terrorismo religioso. De nuevo, un radical islámico sembraba el terror. Mataba a un católico a machetazos. Terrible. Los progres echaban mano de manual. Volvían a poner a prueba su elasticidad moral: que si cuidado con la islamofobia, que si la enfermedad mental, ¿provocó el religioso la reacción? ¿Se quemaron ejemplares del Corán a miles de kilómetros de Algeciras? ¿Recordamos los asesinatos del cristianismo? Y si no los tenemos a mano…¿qué tal si los inventamos?
Imaginen ese mismo argumentario cada vez que muere una mujer, o tras una violación. Impensable, ¿verdad?
Gabriel Albiac me explicaba por qué fue maoista. Comenzaban a verle las orejas al lobo ruso. China, enfrentada a la Unión Soviética, estaba más lejos, no entendían su idioma y les permitía seguir creyendo. Abandonar un dogma al que entregaste una vida es difícil. Requiere coraje y valentía.
Cayetana entrevistaba a la gran Ayaan Hirsi Ali y esta mujer valiente dejaba reflexiones imperdibles. “Los autores de los últimos atentados son fieles al Corán. Siguen las consignas de la segunda etapa de Mahoma, la que transcurre en Medina, su modelo político. Se protege al Islam de toda crítica y se ataca una islamofobia testimonial o incluso inventada. El resultado es un divorcio entre la élite y la gente corriente. La izquierda exhibe una sórdida tolerancia ante la intolerancia. Dicen que no tenemos derecho a imponer los valores de la Ilustración: es al revés, a lo que no tenemos derecho es a considerar que la libertad, el pluralismo y la tolerancia son patrimonio exclusivo de Occidente”.
Hay volteretas que no causan esguinces. Provocan una auténtica e irreparable fractura moral.