«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Gallega en Madrid. Periodista apasionada por la información, defensora de la libertad y de España. Redactora Jefe en El Toro TV y al frente de 'Dando Caña'.
Gallega en Madrid. Periodista apasionada por la información, defensora de la libertad y de España. Redactora Jefe en El Toro TV y al frente de 'Dando Caña'.

Fragilidad matrimonial

17 de enero de 2025

Desde 1981 se han roto en España en torno a tres millones de matrimonios legales. Entre 5,5 y 6,5 millones de adultos convivientes (matrimonios y parejas de hecho) se habrían separado desde entonces. El divorcio masivo es un fenómeno de los últimos 50-60 años en Europa. La tasa de «fragilidad matrimonial» (número de divorcios por cada cien bodas) supera holgadamente el 50%. Algo más de la mitad de los matrimonios acabaría separándose en nuestro país. Estas son algunas de las conclusiones del informe El divorcio en España, realizado por el Observatorio Demográfico de CEU-CEFAS.

En Europa, la situación no es mucho mejor que en España y estamos muy cerca de convertir el divorcio masivo en un deporte nacional. No puede sorprender a nadie, por tanto, que muchos jóvenes hayan decidido no jugar a este juego. Muchos optan por dar la espalda al matrimonio, considerándolo una prisión, sin tener en cuenta que se están encerrando a sí mismos en la soledad y rechazando la libertad más plena. Otro informe resulta igual de inquietante: el XIV Barómetro de las Familias en España revela que sólo un 34% de los jóvenes considera que «formar una familia está bien valorado» y uno de cada tres prefiere «viajar» antes que casarse o tener hijos. Viajar, vivir solos o mantener relaciones sin compromiso —eso que ahora llaman «relaciones líquidas»— les parece menos peligroso que la aventura de amar. Les han vendido la idea de que el matrimonio es una carga, un anacronismo, algo que frena la libertad personal. Sin embargo, nadie les ha explicado que el verdadero viaje, la auténtica aventura, comienza cuando uno decide caminar junto a alguien por el resto de tu vida.

Algunos de los estándares contemporáneos determinan que el amor es un sentimiento volátil que conlleva la vibración y validación de uno mismo. Otros abogan por resolver de forma rápida aquello que se prometió no desatar; esta también es una renuncia al sacrificio. Casarse joven, hoy, es un acto de rebeldía. Mientras el mundo les susurra a los jóvenes que a los 30 años es demasiado pronto para casarse —pero perfectamente aceptable para compartir piso con desconocidos—, aquellos que eligen comprometerse se alzan contra la superficialidad de una sociedad que entona el «yo» por encima del «nosotros». Y, sin embargo, el matrimonio no es el fin del yo, sino su trascendencia: la posibilidad de crecer, de negarse a uno mismo, de aprender a amar en las pequeñas cosas. Entrega, sacrificio y servicio.

Las experiencias efímeras, las historias que terminan antes de doler o las relaciones que no exigen demasiado no se enmarcan en el ámbito de la libertad, sino más bien en el de la soledad. Han olvidado que el matrimonio no encadena, sino que enraíza; que no apaga, sino que fortalece. En la idolatría a la comodidad, debemos tener claro que las tormentas en el matrimonio no son el fin. En este mundo en el que el compromiso se ve como una carga a la que mejor no enfrentarse y la fidelidad como un anacronismo, casarse es un grito de esperanza. Viene a ser algo así como confirmar que la felicidad no se encuentra en la ausencia de lazos, sino en los lazos que elegimos con plena libertad.

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