Lo recuerdo perfectamente. Estaba atravesando el Pont des Arts aquella tarde de lunes de Semana Santa de 2019 cuando vi sorprendido el humo en el cielo. Como muchos otros parisinos a mi alrededor, me dirigí al origen y allí admiré, consternado, el incendio de Notre-Dame. Me hirvió la sangre al pensar que aquello podría ser otro ataque. ¿Cómo puede arder un edificio con tan alto control? ¿En plena Semana Santa? Habiendo crecido en Sevilla no pude evitar la comparación: ¿Hemos tenido algún accidente parecido en alguna catedral castellana con la caló que hace en nuestra tierra en verano?
Había tenido lugar un mes antes el incendio deliberado de la emblemática iglesia de Saint Sulpice, engrosando la larga lista de ataques a edificios cristianos en Francia. Pocas horas después, las autoridades descartaron de manera arbitraria la hipótesis del incendio provocado. Tenía todas las apariencias de una decisión política.
Los que están al mando no tienen apego alguno a la Francia histórica y sólo quieren gestionar su muerte
“¡Estoy estupefacto! […] El roble viejo no arde de esta manera!” exclamó el exingeniero-jefe de Notre-Dame de 2000 a 2013 en su entrevista con David Pujadas. La hipótesis privilegiada por la policía fue la del accidente por cortocircuito, a lo que Mouton respondió “En 2010, revisamos todos los sistemas de detección y protección contra incendios y las instalaciones eléctricas, no hay posibilidad de un cortocircuito”. “Lo que usted describe nos lleva directamente a la hipótesis del incendio artificial” sugirió el entrevistador, “me guardaré de formular cualquier hipótesis” respondió con mucha prudencia Benjamin Mouton evaluando las consecuencias políticas de sus palabras. Imagínenselo, ¿Cuál hubiese sido la reacción ante un evento tan mediatizado si hubiera un autor? ¿Y de qué origen?
Ojalá me equivoque pero, tras ver la reacción de las autoridades francesas, me resultó evidente: los que están al mando no tienen apego alguno a la Francia histórica y sólo quieren gestionar su muerte para que esta tenga lugar sin conflictos ni incidentes. Aquel incendio fue una metáfora, un símbolo de la muerte de la Francia de siempre. Una catedral se puede reconstruir, no sería la primera vez, ¿pero fabrica hoy Occidente la misma sociedad que fue capaz de construir tal monumento? Claramente la respuesta es no.
Estas elecciones no decidirán un modelo de gestión, sino de civilización
Por mucho que Occidente haya progresado en la técnica desde entonces, ha perdido completamente el norte a la hora de entender lo que es bello, bueno, verdadero, aquello por lo que vale la pena el esfuerzo y sacrificio. Síntoma de esto es la proposición de una reconstrucción ecuménica con toques modernos, al que el propio alto clero es favorable. Pese a todo existe una oposición férrea de una parte del pueblo francés con personalidades laicas como Stéphane Bern y Alain Finkielkraut que defiende sin concesiones la reconstrucción idéntica a la versión previa. Porque lo bello es difícil de construir pero fácil de destruir, por eso debe ser conservado.
Tal confrontación entre los defensores de lo eterno y los adanistas que buscan hacer tabla rasa de Occidente en el altar del globalismo se materializará en Francia este domingo. Estas elecciones no decidirán un modelo de gestión, sino de civilización.