El otrora diario conservador ha publicado este fin de semana una entrevista al papa Francisco que ha generado un par de columnas en el mismo medio. Una, escrita por Juan Manuel de Prada, veterano de las letras y valiente pensador; la otra, perpetrada por la sección articulĆstica de la derecha flĆ”cida.
Existe un principio clĆ”sico, recogido en el Código de Derecho Canónico, que me venĆa a la cabeza cuando leĆa la opinión de De Prada respecto a las respuestas del pontĆfice. Se trata del canon 144 del CIC que prevĆ© el supplet Ecclesia para los casos en que los sacramentos no son administrados conforme a las normas del ordenamiento eclesiĆ”stico. La Iglesia suple el defecto.
La Tradición construye. Ofrece cimientos, no prÔcticas casas de pladur. Y, una vez perdidos, nos enseña por dónde se puede volver a empezar
Forzando el argumento, algo asĆ tuvo que hacer el escritor ante una de las reflexiones de Francisco sobre la Tradición. El vicario de Cristo citaba en latĆn a san Vicente de Lerins acerca de la doctrina de la Iglesia: Ā«crece, consolidĆ”ndose con los aƱos, desarrollĆ”ndose con el tiempo, profundizĆ”ndose con la edadĀ». De Prada termina la cita del santo: «⦠y sin embargo continĆŗa incólume y sin adulterar, completa y perfecta en todas las medidas de sus partes [ā¦] sin admitir cambio, sin pĆ©rdida de su propiedad distintiva, sin variación en sus lĆmitesĀ». Supplet Juan Manuel.
Es importante el apunte del veterano columnista para vencer la tentación de barrer para casa. Es decir, interpretar a beneficio de inventario las palabras del papa, mezclar churras con merinas, realizar exégesis evangélicas muy discutibles o pretender ser el cantamañanas que enmienda la plana a la Tradición.
A nadie con dos dedos de frente se le escapa que sin traditio, es decir, en ausencia de Ā«entregaĀ» o transmisión, es muy difĆcil avanzar, sea cual sea aquello a lo que nos enfrentamos. Se sabe desde antes de Justiniano. Nuestra tarea, coincidimos con el romano pontĆfice, deberĆa ser la de custodiar con respeto aquello que nos ha sido dado. Ā«A diferencia de la Revelación, que concluyó hace 2000 aƱos, la Tradición mantiene viva la obligación de seguir cultivando la riqueza que la fundamentaĀ», esto en palabras del catedrĆ”tico y escritor Armando Pego. No es el peso muerto con que se la pretende difamar.
No tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que las crĆticas a la Tradición tienen que ver con el hecho de que Ć©sta no negocia con el mundo de hoy. No se acomoda a nuestras preferencias temporales, mĆ”s bien nos reenvĆa a nuestras contradicciones. Es culo de mal asiento porque exige y, desgraciadamente, no somos perfectos. La Tradición construye. Ofrece cimientos, no prĆ”cticas casas de pladur. Y, una vez perdidos, nos enseƱa por dónde se puede volver a empezar. No se consume, no da placer ultrarrĆ”pido, no es susceptible de polarización. Tampoco es de rojos o azules ni se la puede llevar cual meretriz por rastrojo como si fuera la batalla cultural.
Una vez mÔs, el boomer medio demuestra no saber por dónde le da el aire. Nada nuevo bajo el sol y sobre el pasto, que sigue siendo verde
AquĆ, casi todo ha sido dicho y el tĆ©rmino ha envejecido mal por razones diversas. Entre ellas, el hecho de que aquellos que lo bendicen tienen tendencia a combatir exclusivamente las consecuencias del problema, que conocemos de sobra, pero no la raĆz del mismo.
Esto implica que dicha guerra quede reducida a un mero conflicto ideológico cuando deberĆa ser algo de bastante mĆ”s entidad. Por tanto, considerar como padres del asunto el Ā«clericalismoĀ» junto con el Ā«tradicionalismo reaccionarioĀ» puede hacer ilusión a algunos, pero no responde actualmente a ninguna realidad. Una vez mĆ”s, el boomer medio demuestra no saber por dónde le da el aire. Nada nuevo bajo el sol y sobre el pasto, que sigue siendo verde.