Los encrespamientos de la vida diaria nos desafían. A los de derechas, de izquierdas o de centro, a los ricos y a los pobres, a los empresarios y a los de nómina, a los ocupados y a los parados, a los que creen en Moody’s y a los que no, a los españoles y a los secesionistas, a los africanos y a los ucranianos -sean de Crimea o del norte-, a los quieren la justicia universal y a los que la rechazan, a los abortistas y a los que deseamos acoger toda vida, desde la concepción a su muerte natural, a todos.
Y precisamente porque nos encrespa el oleaje, me refiero hoy a la caridad, porque arrecia la tormenta de los ataques, las acusaciones, las incomprensiones, el todo vale. Me referí a ello no hace mucho, y vuelvo al tema.
Jesucristo revolucionó la historia -el ‘ojo por ojo y diente por diente’-, cuando proclamó con autoridad: «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos”.
El Maestro no obliga a nadie, quiere que se le siga en libertad. Y a los que desean ser sus seguidores, les habla de amar a los enemigos. ¡Cuánto cuesta a veces no ya amar, sino comprender a los que nos han perjudicado u ofendido! En los ámbitos familiares, laborales o políticos, por ejemplo.
Y por si a alguien le quedaban dudas sobre las palabras de Cristo sobre la caridad, cuenta el evangelista Lucas que “Leví (Mateo) ofreció en su casa un gran banquete en honor de Jesús, y estaban a la mesa, con ellos, un gran número de publicanos y otras personas. Los fariseos y los escribas criticaban por eso a los discípulos, diciéndoles:
-¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?
Jesús les respondió:
-No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan (otros traducen: a los pecadores a la penitencia).
Jesús, que se conmovía con los que sufrían, que perdonaba a todos (ver la parábola del hijo pródigo) parecía ser “más severo hacia quienes, despectivos, condenaban a los pecadores que hacia los pecadores mismos”, señalaba no hace mucho el P. Raniero Cantalamessa (ver ReligiónenLibertad).
“Jesús no niega que exista el pecado y que existan los pecadores. El hecho de llamarles «enfermos» lo demuestra. Sobre este punto es más riguroso que sus adversarios. Si estos condenan el adulterio de hecho, Él condena también el adulterio de deseo; si la ley decía no matar, Él dice que no se debe siquiera odiar o insultar al hermano. A los pecadores que se acercan a Él, les dice: «Vete y no peques más»; no dice: «Vete y sigue como antes».”
Pero Dios no construye un muro con los discrepantes ni con los pecadores. Charla con ellos, come con ellos. Quiere a todos, los perdona, incluso desde la Cruz; “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. La caridad nos desafía. El Papa Francisco está en ello, y más de uno se sorprenderá.