«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

Golfos a sol y sombra

2 de mayo de 2025

El conspiranoico medio agazapado en una red social —recordatorio de que a veces los más locos son los más cuerdos— ha acertado más que cualquiera de los expertos que hablan en nombre de la ciencia. Confinamientos saludables para ancianos y niños, pangolines que difunden virus, mascarillas para pasear en la playa, vakunas milagrosas, pasaporte covid, ciudades de 15 minutos, patinetes por coches, huella de carbono, eurodigital… y, de pronto, llega el gran apagón, ese bulo de la ultraderecha y de los cuatro frikis que ven a Iker Jiménez que jamás iba a ocurrir en un país con unas estructuras tan sólidas. Tenemos la mejor sanidad del mundo y un modelo energético envidiado, la famosa excepción ibérica. 

El apagón, sin embargo, arroja bastante luz a la penumbra generalizada y confirma que asistimos a la década del derrumbe de los mitos progresistas. Llevan años prometiéndonos el apocalipsis climático y cuando llega la oscuridad a Gotham el andamiaje se viene abajo, todo son aplausos (siempre al rescate), bailecitos de pasajeros apeados de los trenes y conciertos de balcón en Malasaña (pobre Manuela, tan guerrera ella, asociada a la izquierda-patinete cuando nadie recuerda su sacrificio ni hoy, 2 de mayo). Telediarios y secciones del tiempo, a mitad de camino entre el agitprop y el chamanismo más sonrojante, dicen que aquí no pasa nada porque no pueden culpar ni a Putin ni a los aranceles ni a Franco.

Es seguro que sin la orquesta de mariachis gubernamentales con micrófono sería imposible que 72 horas después siga sin dimitir nadie. Un tertuliano de Cintora dice en TVE que el apagón es una experiencia que hay que practicar porque quedarse aislado nueve horas y media también está bien. Un comentarista de Fortes presume de transistor con pilas y es probable que a este ritmo digan que el progreso es volver a que seis o siete vecinos se junten en torno a un aparato para escuchar el parte. 

En la SER —recobrado el pulso tras el caluroso abrazo vaticano entre Herrera y Barceló— entonan el salimos más fuertes 2.0 con modificaciones: ¿qué prefieres un apagón cada 50 ó 100 años o que te tripliquen la factura de la luz? Al menos diez personas han muerto a causa del apagón, pero no es cuestión de dramatizar, pues la ruina y la precariedad habituales son romantizadas sin rubor alguno. 

Mientras nos ocultan las causas tampoco hablan de una cuestión esencial: el dinero en metálico, penúltimo reducto de libertad que nos queda. Y no percatarse de ello es parte del embrutecimiento generalizado. Hay ingenieros zoquetes y con menos sentido común que cualquier agricultor que dejó sus estudios a los 14 años. Sin luz, sin internet y los datáfonos sin cobertura, ¿cómo pretendemos pagar? 

Que el dinero en efectivo abunde en las zonas rurales mientras en la calle Alcalá de Madrid las colas ante los cajeros eran más propias de los años del racionamiento, nos da una pista de que el eje globalismo-nacionales y élites-pueblo ha venido para quedarse. Acaso ningún ensayo o intelectual podría explicárnoslo mejor que la evidencia que apreciamos por la gigantesca distancia entre las urbes y los pueblos, que no por casualidad Trump arrasa en las ciudades con menos de 250.000 habitantes y no rasca bola en las grandes. 

Hace poco Bruselas enseñó la patita con el eurodigital. Si nos quitan el cash nos arrebatarán un derecho esencial como comprar sin intermediarios, comisiones ni infraestructuras digitales. Por supuesto, el poder tiene su coartada e inocula la idea de que eliminar el dinero en efectivo equivale a acabar con actividades ilícitas como el narcotráfico. Todo en A, nada que escape al control de la Agencia Tributaria, así mantendremos nuestra santísima trinidad de pensiones, sanidad y educación. Siempre es por nuestro bien.

De modo que aplaudamos, hagámoslo cuando vuelva la luz como el preso que agradece al carcelero que le traiga un poco de pan duro y medio vaso de agua a la oscuridad de su celda. Así todo sabe mejor, incluso que el líder del PP europeo, el tal Weber, le diga a Feijoo que pacte con Sánchez cuando acaba de dejarnos sin luz. La solución para Bruselas siempre es la misma que causa el problema. 

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