Pocas cosas hay menos contestatarias que una canción de Julio Iglesias. La balada “La vida sigue igual” puede parecer a primera vista una oda al conformismo. Sin embargo, por extraño que parezca, en su letra encontramos unos versos que ofrecen una lectura en clave política: “siempre hay por qué vivir, por qué luchar / al final las obras quedan las gentes se van / otros que vienen las continuarán”.
Estas palabras me han venido a la cabeza al leer las reflexiones del Papa Francisco sobre la relación entre el tiempo y el espacio. La Evangelii gaudium contiene cuatro principios sobre el bien común y la paz social. El primero de ellos es la superioridad del tiempo respecto del espacio. “Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos”, apunta el Papa. En la actividad sociopolítica “darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación”. Por el contrario, “darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios”. “Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad”.
Este principio de actuación lo dejó caer también Francisco hace un año en su intervención ante el Congreso de los Estados Unidos. Poco antes el Papa había expuesto también este enfoque en el encuentro con los movimientos populares en Bolivia. Allí el Papa pidió a los estudiantes, los jóvenes, los militantes, los misioneros, los campesinos y los excluidos que se comprometieran para cambiar las situaciones de injusticia social. “Pueden hacer mucho. Ustedes son sembradores de cambio”. “Aquí en Bolivia he escuchado una frase que me gusta mucho: “proceso de cambio”. El cambio concebido no como algo que un día llegará porque se impuso tal o cual opción política o porque se instauró tal o cual estructura social. (…) Hay que cambiar el corazón. Por eso me gusta tanto la imagen del proceso, los procesos, donde la pasión por sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados inmediatos. La opción es por generar procesos y no por ocupar espacios”.
Las palabras de Francisco están inspirando a intelectuales y activistas católicos de formas muy distintas. En Francia ha surgido la asociación Ichtus, que trata de ofrecer una respuesta cultural a un país dividido por la lucha de clases, la guerra de sexos y el odio de razas. Esta iniciativa centra su actividad en el campo metapolítico. Ichtus trata de formar a una nueva generación de jóvenes para la acción cultural por medio de la organización de coloquios, conferencias, publicaciones y grupos locales de trabajo. Algo así como un gramscismo cristiano.
Antonio Gramsci, revolucionario marxista, fue el intelectual que sentó las bases teóricas del Poder Cultural. Él entendía que el trabajo intensivo en el orden cultural era condición previa y necesaria para la efectividad de la acción política, ya que es en el ámbito cultural (meta-político) donde los ciudadanos conforman su visión del mundo. La hegemonía cultural condiciona de forma irremediable el consenso social y, en consecuencia, el grado de acogida de las distintas opciones políticas. Ichtus asume este enfoque y parte de la base de que para conseguir cambios profundos en política es necesario estar primero en condiciones de ofrecer una visión alternativa de la persona, del vínculo social, de la economía o incluso de la belleza y el arte.
Las palabras del Papa Francisco también deberían ser objeto de reflexión en España. En las últimas elecciones generales se ha constatado que el pensamiento social cristiano ha terminado de desaparecer del debate público. Según han denunciado los obispos Munilla y Reig Pla, hoy nadie defiende en las instituciones un ideario ni siquiera remotamente inspirado en este pensamiento. La actual clase política se entregó hace tiempo al pragmatismo de vuelo raso y al tactismo de escaño y concejalía. La irresistible tentación de ocupar espacios ha hecho que los políticos profesionales aceptaran cualquier reducción de programa político con tal de seguir pisando la moqueta. A fuerza de aceptar cada vez un perfil más bajo, ya no salen ni en la foto. Constatado el fracaso de los políticos de carrera, es la hora de los jardineros fieles. De los sembradores de cambio. Más allá de la izquierda y de la derecha, es necesario volver a mirar a lo alto y trabajar el largo plazo. Hoy el reto no es ganar las elecciones, sino volver a ilusionar los corazones. No podemos permitirnos el lujo de estar ausentes en la escena pública. Podemos contribuir mucho al debate ciudadano. La doctrina social puede aportar soluciones que ayuden a fortalecer el compromiso comunitario y los lazos familiares y que sienten las bases de una economía más sana e inclusiva.
En política el tiempo prevalece sobre el espacio. Iniciemos procesos. Abramos caminos. Construyamos una alternativa sin ansiedad ni pesimismo. Tenemos por delante una etapa de siembra y de esperanza. Lo dice el Papa Francisco. Lo dice Gramsci. Incluso lo dice Julio Iglesias. Nuestros hijos podrán continuar los sueños que nosotros empecemos.