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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Guareschi y el desmentido de los poderosos

12 de septiembre de 2014

Un burro muere delante de la iglesia de don Camilo. Pasan los días y nadie lo retira, porque el alcalde no parece muy preocupado por el cadáver de la bestia. El sacerdote no resiste la provocación y acaba visitando el despacho del regidor: “Tengo un burro muerto desde hace una semana frente a la iglesia”. Peppone, que antes que alcalde es comunista, pregunta con guasa: “Pero padre, ¿no es el señor quien debe ocuparse de los muertos?” “Así es -responde don Camilo- pero también es mi obligación avisar a los parientes.”

Esta es sólo una breve muestra de “El mundo pequeño” que nos regaló Giovanni Guareschi, ese pueblo del valle del Po con un sacerdote peculiar que guarda ametralladoras en la sacristía para tener a raya al comunismo, que habla con el Cristo tallado de su iglesia y el Cristo le responde, y que gracias a todo eso –a las ametralladoras y a los consejos del Crucificado- suele evitar la explosión del conflicto civil y la revolución roja. Además de estar magníficamente escrito, uno quisiera que todos los curas fuesen como don Camilo y todos los comunistas como Peppone, por eso al libro se puede regresar en cualquier edad, que siempre nos roba una sonrisa, y al leerlo -por esa forma humanísima de mezclar humor, política y ternura- nos hace mejores. 

Además, a Guareschi hay que agradecerle lo mucho que hizo por los escritores perezosos y lentos, proporcionándoles la mejor de las excusas, porque siempre atribuyó a estas cualidades el nacimiento de su gran personaje, que Don Camilo aparece por primera vez en un artículo fuera de plazo, ese momento cruel en el que editores y directores se ciernen como rapaces sobre la víctima, y que suele ser el instante en el que surgen las mejores ideas.

Pero aparte de esta deuda que tienen con él los lectores y los periodistas informales, los méritos de Guareschi tienen que ver con la integridad que demostró ante los poderosos. Al conocer el caso que le llevó a la cárcel uno entiende mejor el carácter de su don Camilo cuando, por ejemplo se enfrenta solo a una escuadra comunista que cierra el paso a la procesión. Al llegar hasta ellos, el sacerdote agarra el madero de la cruz y le dice al Cristo “Teneos, Señor, que empiezo a repartir”… y los comunistas, claro, se apartaban.

Pues el caso es que Guareschi repartía a diestro y siniestro desde su semanario monárquico, “Cándido”, unas páginas que había puesto al servicio de la Democracia Cristiana pensando que era la única opción para derrotar electoralmente al comunismo. Claro que la DC acabó albergando hasta a la propia mafia en su seno, en ese tiempo en el que De Gasperi y Andreotti la definían como “un partido de centro con opciones de izquierda”. O sea, el PP de la época. Ni Don Camilo ni Guareschi la habían apoyado para eso, así que cuando llegaron a manos del periodista unas cartas comprometedoras de Alcides De Gasperi no dudó en publicarlas. Las misivas estaban escritas por el líder democristiano en 1944, y en ellas se solicitaba a los aliados que bombardearan Roma para minar la moral de los soldados de Mussolini, algo que no gustó mucho a los italianos.

La maquinaria del poder se puso en marcha contra el periodista, y en el juicio que siguió ni siquiera se admitió la prueba caligráfica -crucial para demostrar la verdadera autoría de las cartas- algo que que confirmaba la tesis del periodista. El caso es que Guareschi había desafiado a los poderosos de esa Italia mafiosa y corrupta, y por eso acabó en la cárcel. Por eso y por empeñarse -terco, como su sacerdote- en no retractarse ni en solicitar un indulto. Mantener la integridad entre tanta corrupción le costó más de 400 días de presidio, pero es muy probable que sus hijos, Camilo y Peppone, olvidasen sus diferencias para festejar orgullosísimos, la digna postura de su padre literario.

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