No suelo decir palabrotas. Pero si decidiera decir todas las del mundo, no sería ninguna delincuente. Sería, como mucho, una ordinaria. Todos, en algún momento de nuestras vidas, lo somos. Sobre todo en la intimidad, donde hablamos, de broma o no, de formas en las que nunca lo haríamos en público. Si creyera que tiene algún sentido recordar hasta el mínimo detalle de los deseados y afortunadamente irreales azotes de Pablo Iglesias a Mariló Montero, el «chúpame la minga, Dominga» de Pablo Echenique, las fotos con prostitutas de Tito Berni, o la suelta de violadores orquestada por Irene Montero, lo haría. Pero la izquierda es absolutamente indiferente a la corrupción, la inmoralidad o el delito de los suyos. Unos no son capaces de percibir la realidad, y otros pretenden ignorarla. Intentar razonar con ellos o cambiar su manera de pensar completamente idiota, es una pérdida de tiempo a la que yo ya no estoy dispuesta. Sólo se producirá cuando la hija de alguno de sus líderes se encuentre con una manada de subsaharianos que la trate como a la chica francesa empalada viva hace unos días por su violador africano. Ocurrirá entonces lo mismo que con el poni de Ursula Von der Leyen, que va a ser el causante de que se cambie la regulación europea para volver a controlar las poblaciones de lobos, después de que uno eligiera mal y se comiera al caballito de la presidenta de la Comisión Europea.
Mientras el Gobierno en funciones se salta las leyes que le parece cuando le parece, nos organiza una cortina de humo con Rubiales, que cuando se agota se cambia por Ángels Barceló, convertida en Angelines Torquemada, leyéndonos en su editorial de la Cadena Ser los chats de unos universitarios salidos. Y ordinarios. Pero no violadores en potencia, ni autores de «amenazas sexuales», como nos dijo toda llena de razón y con esa voz de tono y acento insoportables la a ratos inquisidora mayor del Reino, a ratos masajista de confianza de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Qué oportuno que ese mismo día la Ser estuviera cancelando otro de sus programas porque el presentador, presuntamente, ofrecía a las becarias sexo a cambio de ascensos que no llegaban. Y las becarias ultrajadas denuncian por eso, claro, porque los ascensos no han llegado. No se sabe ya si dan más asco ellos o ellas, o si las mujeres de izquierdas son más malas que tontas o más tontas que malas. Me viene a la cabeza Jenni Hermoso cuando digo esto, utilizada por Montero y Pam para lucirse mientras no mueven un dedo jamás por una sola víctima real, de abusos de maridos de políticas valencianas, o de que las prostituyan mientras están tuteladas. Las mismas para las que tampoco tiene nunca una palabra Ángels, no nos vayamos a dar cuenta de que su adorado gobierno está convirtiendo España en un infierno para las mujeres.
Así que como es inútil explicarles nada de esto a ellos y sus votantes, y yo estoy francamente hasta las narices de toda su basura moral que ellos consideran superioridad, he decidido, de ahora en adelante, dedicarme simplemente a no aceptar un solo insulto o lección que provenga de ellos. Ni hacia mi ni hacia nadie que considere en mi bando. Y de paso declarar la guerra abierta y sin cuartel a la panda de malfolladas del régimen que nos quieren educar y hacer creer que la ordinariez es delito. Si ellas llaman violadores en potencia a mis hombres, yo les responderé públicamente que ellas me parecen feas o gordas, según sea el caso. Si ellas desvelan conversaciones privadas y llenas de testosterona de chicos en edad de que les salgan las hormonas por las orejas, yo les diré que encuentro ridícula la amargura que exhiben muchas mujeres poco atractivas o que lo fueron pero ya no lo son. Si se empeñan en hacer la vida imposible a un chico que grite por la ventana del colegio mayor «conejas, salid de vuestras madrigueras» a las vecinas, —expresión espantosa pero exactamente cero delictiva—, yo apoyaré que se controlen, en la medida de lo posible, todos sus comportamientos públicos y privados, y justificaré que se los acose para que demuestren ser impolutos en cada momento de sus vidas. Si Angelines y sus amigas quieren castrar a alguien, que lo hagan con sus parejas, si es que tienen a alguien que las soporta. Que dejen a los hijos, padres, hermanos y maridos de las demás en paz. Se acabó.
Mis hijos no van a crecer sometidos a los caprichos de Irene Montero y considerando negativo lo masculino. Los educo para tratar bien a las mujeres y también a los hombres, para ayudar al más débil independientemente de su sexo, y desde luego, cuando llegue el momento, les explicaré que los límites de las relaciones entre adultos los ponen, precisamente, los adultos. Habrá mujeres a las que les guste que un compañero que les resulta atractivo les diga que les va a «partir las bragas». Y a otras les parecerá completamente fuera de lugar. Ambas opciones son absolutamente respetables, lo que no puede ser es que ninguna crea que puede calificar a ese compañero como agresor sexual. Que le dé un bofetón y en paz. Si yo tratara de explicarle a Irene Montero que de todas las cosas que me han dicho los hombres en mi vida, que han sido muchas, las que más me han gustado me las dijo un novio en alemán, y que yo en este idioma sólo entiendo las palabrotas, pensaría que le estoy insinuando que una vez ligué con Hitler.
Dejemos de razonar con señoritas que nos hablan de consentimiento pero que no saben reconocerlo ni aunque se lo demos firmado en un documento ante notario. Que quieren que se hable del deseo femenino porque según ellas es tabú, pero que tampoco conocen los códigos que rigen un tipo de interacción compleja como son las relaciones afectivas y sexuales. Dejemos, en definitiva que las neoursulinas se dediquen a sus cosas. Que hagan excels del tiempo que pasan planchando ellas y sus aliades. Vivamos como siempre, con nuestros momentos dignos de recordar y nuestros chats y chistes que sería mejor olvidar. Pero nunca jamás las tomemos en serio. Ni lo merecen.