Ahora que los días se acortan, los bañistas se largan y vivimos con nostalgia las últimas jornadas del verano como si ya hubieran pasado, toca preparar la vuelta.
Cada facha espera que, al menos, los suyos pierdan con dignidad. Quedó claro que aunque somos mejores, —o precisamente por eso—, estamos en minoría. Hay que aprender de los errores y preparar la próxima batalla. No parece que haya relevo en los liderazgos. Y aunque, de forma inexplicable, la terna Feijoo-Gamarra-Arenas no genera entusiasmo entre los azules, ellos son los elegidos y habrá que apoyarlos porque eso es lo que hace la gente de orden. Los verdes confían plenamente en Abascal y no volverán a un centro derecha, como se le llama ahora, que desaprovechó una mayoría absoluta de Rajoy con la que podría haber acabado con muchos de los males que nos asolan ahora. ¿Eso es el voto útil?, dicen. Ni de coña.
El Rey acierta ofreciendo una primera oportunidad al ganador de las elecciones. Entre otras cosas porque la mugre ni siquiera comparece. Está claro que no llegará a buen puerto, pero hay que aprovecharla para colocar mensajes. No estoy seguro de que hablar con los recogenueces o los tarados de Junts sea una buena idea. Pero qué sabré yo. Primero hay que gestionar bien y luego sacar pecho de los resultados allá donde se gobierna: las monocolores Madrid o Andalucía, el gobierno compartido con Vox en Castilla y León o la Comunidad Valenciana.
A menudo escucho al Pp hablar de los votos de Ciudadanos. Un consejo: además de fichar a algunos de sus dirigentes harían bien en poner en práctica sus propuestas. La batalla contra el nacionalismo, la lucha contra la corrupción, los controles independientes, la modernización del estado, su adelgazamiento, la bajada de impuestos o la lucha para acabar con los privilegios fueron nuestro adn, lo que nos conectó con millones de votantes. También contarlo sin prejuicios, a las claras, dar la batalla.
Cierta vez, tras escuchar cómo un servidor atacaba los privilegios vascos, un dirigente pepero me preguntó muy serio por qué renunciábamos a que nos votaran en aquella comunidad autónoma. Eso lo explica todo. Pocas cosas me fastidiaban más que tener que escuchar a Aitor Esteban dando lecciones desde la tribuna sobre educación, sanidad o dependencia. Menudo gañán sobrevalorado. Qué fácil sacar pecho con el doble de recursos. La izquierda española, —la extremeña, la valenciana, la andaluza y el resto de las comunidades que están infrafinanciadas—, ha votado seguir subvencionando a esos impresentables que además no contribuyen a la caja común.
Escohotado me confesaba, meses antes de morir, que estaba preparando una alternativa de centro con la ayuda de algunos amigos empresarios que le prometieron financiación (eso sí era una novedad). ¿Tú te apuntarías? Antonio, le dije, he visto morir dos intentos y me he dejado la vida en cada uno de ellos. No creo que sobreviva a un tercero. Pero desde atrás ayudaré en lo que haga falta.
Hace poco paseaba con Albert Rivera por Madrid y no dejaban de pararnos. Qué razón teníais, qué falta hacéis ahora, decían. Yo dudaba entre dos respuestas. Un silencio educado y la que me salía, rugiendo, de las entrañas: ¡pues habernos votao!