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La Gaceta de la Iberosfera
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Heroísmo del antihéroe

21 de marzo de 2022

Vamos a admitir, sólo a título de hipótesis elevada a tesis por casi todos, que Zelenski es un héroe. A mí no me lo parece, pero ésa es otra historia que merecería una columna diferente. Sabido es que desde mi niñez tengo la impresión de que yo pienso sobre casi todo casi todo lo contrario de lo que casi todos piensan».  

Zelenski, a mí, me huele a chamusquina y no me la da con queso. Perdonen que disienta del sentir general Es, o me lo parece, un simple actor, por no decir un avispado histrión que construye su personaje halagando las emociones primarias del público y diciendo lo que éste desea oír. Todo, en su discurso, en sus gestos, en su vestimenta, en los púlpitos desde los que predica y en su monocorde entonación sabe a impostado. Va de Parlamento en Parlamento, invoca el Holocausto, se acoge a la reductio ad Hitlerum y se las apaña, como buen conocedor de la reacciones del público que acude a los teatros ‒todos los Parlamentos lo son y no digamos las pantallas de la tele‒, para que sus Señorías se pongan en pie y lo ovacionen mientras las gentes del común piden la oreja desde los cómodos tendidos de sus divanes. Crispín, el protagonista de Los intereses creados (no sé si debería añadir para los chicos de los planes de estudios que se trata de una comedia de Benavente, premio Nobel de Literatura), diría lo que yo, reo de impopularidad in péctore, me inclino a pensar y me atrevo a decir ahora: «He aquí el tinglado de la antigua farsa». 

Nadie, empero, me llevará la contra si añado que en la génesis del monumental lío de Ucrania convergen no pocos intereses previamente creados. Búsquenlos, aunque no sólo, en la llamada revolución del Maidán y, mucho más lejos, en el ucase con el que Lenin creó, como quien cose un patchwork, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El topónimo Ucrania, por cierto, significa ‘tierra de fronteras’.  «Nomen est ominem», decían los romanos.

Pero no es de nada de esto de lo que hoy quería hablar, y se me ha ido ya, burla burlando, media columna. Voy al grano.

¿Es, acaso, cobardía, y no misericordia y sensatez, dar un paso atrás y reconocer que las guerras pueden ganarse, sí, pero también a veces deben perderse?

 Supongamos, dije al principio, que Zelenski es un héroe de carne y hueso, y no de guardarropía. Supongamos que va a misa aquello de lo que presume y que está dispuesto a morir por su patria, si tal fuera el caso. Muy bien. Ole, ole y ole, dirá el respetable, porque los mártires, empezando por Jesús de Nazaret y los primeros cristianos, y siguiendo por los numantinos, y por los de Sagunto, y por los del Dos de Mayo, y por los de Baler, y por los del Alcázar, entre tantos otros, siempre han tenido buena prensa y mejor fama entre nosotros, pero… 

¿De verdad, como ha dicho Javier Solana, Europa merece que se muera por una idea? ¿Hay alguna idea que merezca renunciar al supremo  don de la vida? ¿Es auténtico heroísmo el que conlleva la muerte y el exilio de cientos de miles, si no millones, de personas y el que prolonga una guerra, atroz, como todas las guerras, que está perdida de antemano? ¿Es racional y razonable, por heroica que parezca, la decisión de rechazar el ultimátum dado por Rusia a una ciudad agonizante ‒Mariopul y, muy pronto, Kiev, Jarkov, Odesa‒ de la que no queda gran cosa en pie y cuyos habitantes, como es natural, huyen en desbandada o se disponen a morir, si son varones en edad de empuñar un arma, porque su Presidente les impide abandonar el país? ¿Es, acaso, cobardía, y no misericordia y sensatez, dar un paso atrás y reconocer, con humildad y con empatía hacia las víctimas, que las guerras pueden ganarse, sí, pero también no sólo pueden, sino que a veces deben perderse, cuando la puta realidad de su balance y de su previsible desarrollo y desenlace está más que cantada y es sólo cuestión de tiempo que la rendición deje de ser una opción decorosa y se convierta en una penosa obligación?

Señor Zelenski: sea valiente. Ríndase y póngase a salvo en Bruselas, en Washington o donde sea. Defienda a sus compatriotas, ahórreles el sufrimiento, evite que se inmolan por una causa perdida. No hay desdoro ni humillación, sino sentido común y dignidad moral en quien se somete a la fuerza de las circunstancias. Putin no va a permitirse el lujo histórico ‒llamémoslo metafóricamente así‒ de no ganar esta guerra. Hágalo usted, que ya la tiene perdida. Renuncie a la vanidad de ser aplaudido mientras el telón de su teatrillo sube y baja una y otra vez. Olvídese de su estatua. Pase a la historia como el hombre que salvó a su pueblo y no como el héroe que, a mayor gloria de su persona, lo sacrificó. Incluso Troya se rindió, Zerenski. Sírvale de consuelo el homenaje que Homero le rindió. 

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