«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Escritora y artista hispano-francesa. Nacida en La Habana, Cuba, 1959. Caballero de las Artes y Letras en Francia, Medalla Vérmeil de la Ciudad de París. Fundadora de ZoePost.com y de Fundación Libertad de Prensa. Fundadora y Voz Delegada del MRLM. Ha recibido numerosos reconocimientos literarios y por su defensa de los Derechos Humanos.
Escritora y artista hispano-francesa. Nacida en La Habana, Cuba, 1959. Caballero de las Artes y Letras en Francia, Medalla Vérmeil de la Ciudad de París. Fundadora de ZoePost.com y de Fundación Libertad de Prensa. Fundadora y Voz Delegada del MRLM. Ha recibido numerosos reconocimientos literarios y por su defensa de los Derechos Humanos.

‘Hieling’ de orco

7 de agosto de 2022

A veces leo, y no entiendo ni lo que leo, así anda el nivel de idiotez de los que escriben o garabatean sandeces por cualquier parte. Al parecer ha surgido ahora un grupo de ‘buenos para nada’ que recién descubrieron que en lugar de ir a comprar agua congelada a los mercados se puede —¡oh milagro!— fabricar hielo casero en su propio refrigerador o congelador. 

Esto nos lo hubieran contado en los años noventa (ni siquiera debemos irnos tan lejos en el tiempo) y algunos no lo hubieran creído. Yo sí, recuerden que, siendo cubana, vengo del futuro, como escribió el cada vez más grande Reinaldo Arenas.

Nací en una isla, en el Caribe, donde las temperaturas son calientes, no, lo siguiente, ardientes, casi como en el Averno, durante todo el año. O sea, provengo de la época de las neveras, en las que se guardaba el hielo que se compraba en las hielerías por trozos inmensos envueltos en sacos de yute. 

El hielero era una de las figuras más importantes de cualquier barrio, dado que no todos podían comprar un refrigerador, pero en cambio sí una nevera, más barata. Poco tiempo después, casi todos los cubanos pudieron adquirir un refrigerador, General Electric, americano; aquel armatoste se convirtió en el dios de los hogares cubanos, o al menos en el de los habaneros. Mi madre lo llamaba el General Eléctrico, y lo veneraba igual que al sabio mandarín de la suerte de la Charada china, al que tenía colgado en la puerta y le rezaba a diario, como mismo le rezaba al Sagrado Corazón de Jesús. 

Si mañana se les apaga el mundo, tal como se ha pronosticado, no sabrían ni encender un fósforo, ni siquiera cocinar con carbón o leña

Con el tiempo, los barbudos, eliminaron los retratos del Sagrado para imponer al Sanguinario, al chino lo sustituyeron por la china ejecutora, los hieleros fueron prohibidos, por cuentapropistas, hasta que el cuentapropismo regresó décadas más tarde, a finales del siglo pasado, no como una ventaja capitalista, sino como un logro revolucionario; así como también fueron expelidos los General Electric, que empezaron a ser vistos de reojo y con ensañamiento, al igual que los automóviles americanos (o “yanquis”) de los años 50, los que pese a todo siguieron andando, como mismo los refrigeradores siguieron enfriando, inclusive hasta cuando les injertaron motores soviéticos… Y ahí siguen, actualmente más de moda que nunca.

O sea, que conocí las cubetas de hielo, que se llenaban de agua, se ponían en el congelador, y luego con un golpe de muñeca se le echaba la manilla hacia atrás y saltaban los cubitos de hielos, mucho antes que esos refrigeradores con puertas por las que cae el hielo ya hecho pareciera que desde la nada. ¿Ciencia? No, era trabajo manual, casero, o sea trabajo mental, de otra forma, como cuando debías discar un número en el teléfono, sin tocar una pantalla lumínica con la punta de la yema del dedo, y el auricular era un aparato ligado a una caja de baquelita por un cable enrollado. 

Los que nacieron bastante después gozan del privilegio de conocer quizás una enormidad de computadoras, de artefactos digitales, pero de la vida no conocen ni una mierda enganchada en un palo, porque ni siquiera les alcanza la sensibilidad para percibir que sin las invenciones anteriores no se hubiera llegado a los avances actuales, que sin Antonio Meucci, aún sin haber patentado su invento, el del teléfono, no tuviéramos móviles de última generación (antes se les llamaba ‘modelo’). En fin, si mañana se les apaga el mundo, tal como se ha pronosticado, no sabrían ni encender un fósforo, ni siquiera cocinar con carbón o leña. Les llaman milenials, o no sé qué, prefiero llamarles ‘orcos’, gente nacida en paraísos artificiales (con perdón de Baudelaire) privilegiados, que toda la vida ha añorado el infierno, pero que una vez en el horno no saben cómo lidiar con las llamaradas.

El problema de estos ‘orcos’ es que quieren hacer la revolución y no saben ni hacer hielo

Hace unos días, en ese afán de hacerse los extraordinarios, porque ¿viste?, además es una especie aparte que va de extraordinaria, de magnífica, de quítate que me toca por la edad, vamos, de joventuchos tontolabos de toda la vida pero en la era digital, oí que un tipito de estos, al calificar precisamente a una mujer de infernal, de avernal, de orco, en una palabra, la llamó “orca”. No pude contenerme y le espeté: “Oye, ¿sabes el significado de ‘orca’? Veo que lo de orco tampoco lo tienes muy claro, pero ¿conoces el de ‘orca’?”. Contestó sin inmutarse: “Claro, ‘orca’ es el femenino de orco, y en lenguaje inclusivo sería ‘orque’.” 

¡Sólo faltaba lo del lenguaje inclusivo, para rematar…! Me rendí con una carcajada y ahí lo dejé, empantanado en su miserable ignorancia. Dios, me dije, con lo inteligentes que son los cetáceos.

El problema de estos ‘orcos’ nacidos y criados en paraísos artificiales privilegiados es que todavía no saben que, en su añoranza del infierno (el comunismo), por fin lo alcanzarán de una vez, lo tienen cada día más cercano, mientras otros seguirán siendo todavía más millonarios y a costa de su proverbial estupidez, disfrutando de paraísos monumentalmente telúricos que ni idea tendremos de cuán grandes serán, y mucho menos estos idiotas la tendrán. 

El problema de estos ‘orcos’ no es que no sepan ni siquiera hacer hielo de manera artesanal, es que quieren hacer la revolución y no saben ni hacer hielo, pero además hasta le dedican una palabra para definirlo como algo soberbiamente heroico: ‘hieling’. Es para arrojar dentro de la cubeta, hacer durofrío de vómito, y luego invitarles, con la esperanza de que al menos algo con cierta acidez inusual les haga reaccionar… ‘Cien años de soledad’ se quedó chiquita.

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