Arturo Pérez-Reverte acaba de publicar una novela extraordinaria. Me refiero, naturalmente, a “El italiano” (Alfaguara, 2021). No entraré aquí en los distintos niveles de lectura que permite (literario, histórico, periodístico). Baste señalar que trata de “hombres valientes en el último cuarto de luna”. Hay británicos, españoles y, por supuesto, italianos. Por sus páginas, bucean hombres armados con puñales y barcos de guerra saltan por los aires. Las cargas de profundidad pueden reventar las entrañas sin derramar apenas unas gotas de sangre. La guerra submarina resulta aterradora.
Pero hablemos del arrojo, es decir, de la valentía.
La obra literaria de Pérez-Reverte está llena de “héroes cansados”, de tipos que pelean incluso sin motivo. Como Porthos, se baten porque se baten. Sin embargo, todos ellos comparten cierta superación del miedo y de las propias limitaciones. Incluso Lucas Corso, el cazador de libros por cuenta ajena, está dispuesto a repartir puñetazos y patadas si hace falta defenderse. Con todo su humor, los españoles de “La sombra del águila” avanzan para cambiarse de bando en plena batalla “con dos cojones”.
Se celebra al que muere por una causa justa, pero se esconde al que mata para defenderla
Es reconfortante leer, en nuestro tiempo, una historia de tipos con coraje. Hemos llegado a rebajar tanto las exigencias que, con el pretexto de que “el miedo es libre”, se llega a disculpar -o incluso justificar- la cobardía. De ser algo que todos aspiraban a evitar no hace tanto tiempo -ser cobarde era imperdonable- hemos pasado a excusar la retirada, el escondrijo, la excusa para no afrontar las adversidades. Huelga decir que todos podemos pecar de cobardía, pero no podemos conformarnos con eso. Se trata de superarla, no de perpetuarla. El cobarde merece compasión, pero no elogios. Éstos deben ser para quienes, como los legionarios de la BOEL, se atreven.
El minimalismo moral nos ha hurtado la grandeza heroica de la épica y la dignidad de la gente excepcionalmente valerosa. En particular, reivindicar la valentía del soldado parece de mal gusto. Se celebra al que muere por una causa justa, pero se esconde al que mata para defenderla. Decidir sobre el propio destino, arriesgar la vida y entregarla si es preciso ha dejado de ser el ideal del ciudadano, que prefiere enarbolar banderas más populares como la Agenda 2030. Si Greta Thunberg es el modelo, es obvio que no queda mucho sitio para Los últimos de Filipinas. No es que se trate de luchas distintas. Lo que son distintos son los modelos de ser humano, de virtud y de sacrificio.
Al final es cuestión de carácter, uno de los grandes olvidados de la educación y la cultura de nuestros días. Si se exacerban los sentimientos y las emociones, es imposible forjar una voluntad capaz de derrotar al enemigo. Bueno, en realidad, ya ni siquiera se acepta que existan enemigos. Luego llega un terrorista yihadista a cometer un atentado y vienen las sorpresas, pero ese es otro tema.
Hay, pues, que celebrar unos héroes que no sufren de depresiones ni de crisis de identidad, que no se odian a sí mismos ni deambulan por los pasadizos de los complejos posmodernos. En la España de hoy, necesitamos más libros que cuenten, como éste, buenas historias de amor, aventuras y valor.
Sobre todo, de valor.