“No todos tienen que demostrar eficacia”. Se refiere doña Belén Crespo, directora de la Agencia Española del Medicamento, uno de esos organismos burocráticos que tanto gustan a los socialdemócratas de todos los partidos, a los productos homeopáticos. Productos que no son más, lo siento por los numerosos y desinformados creyentes en esta Ersatzreligion, que agua con azúcar. ¿Cómo van a demostrar pues eficacia más allá del efecto placebo, señora mía? Debería usted de saber que el propio Ministerio de Sanidad español, que dirige en estos momentos Ana Mato, considera que la homeopatía “no ha probado definitivamente su eficacia en ninguna indicación o situación clínica concreta”. Léase el informe de su ministerio hecho público en diciembre de 2011. Y cuénteselo a los españoles. Viene la cosa a cuento porque el Gobierno de Mariano Rajoy –no hay charco en el que no se meta– quiere regular, menuda obsesión, dichos no-medicamentos. Cosa, por otra parte, que legalmente debería de haber sucedido hace años. Para dejar claro que son tan terapéuticos como masticar un chicle.
Pero hasta ahora los Gobiernos, esos que dicen que velan por el bien de los españoles y me da la risa, miraban hacia otra parte, permitiendo su venta en farmacias sin autorización de la Agencia Española del Medicamento. Y eso que ha habido casos en Europa en que la fe en esta moda se ha cobrado la vida incluso de niños. Pero hay que recaudar, que está la cosa muy malita pese a la mayor subida impositiva de nuestra historia. Porque claro, sobra decirlo, la homeopatía se legalizará previo pago de la correspondiente tasa. Que es de lo que se trata. De recaudar. Y no es por nuestro bien. Lo próximo, lo mismo, es regular el vudú. Y que paguen tasas los santeros. Eso sí, lo del rito de Haití vendrá después del Reiki, las Flores de Bach y demás bobadas seudocientíficas New Age que tanto triunfan últimamente.
Ana Mato exigirá a la empresa homeopática que demuestre que es segura. No que cura, previenen o evita enfermedades, que vale para tratar alguna patología, es decir, que es eficaz. Qué va. Ana Mato exigirá probar –menuda chorrada– que no causa daño. A cambio, permitirá su comercialización legal en farmacias. Evidentemente, para muchos estatistas dicha legalización será vista como un visto bueno del Estado, una garantía. Y ya se sabe que el Estado para los seguidores de Ferdinand Lasalle, es Dios. Con lo que no serán pocos los que renuncien a la ciencia y se empapucen del agua azucarada, con las consecuencias que se pueden imaginar.
La autorización es una bendición del tocomocho. Pero eso, lo del tocomocho, es algo que este Gobierno tiene por costumbre. Que se lo digan, si no, a las víctimas del terrorismo.