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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Las ideologías no forman parte de la Fiesta

4 de octubre de 2013
  • LA GACETA, desmarcándose del resto de diarios nacionales, llevó a su portada el pasado viernes el rechazo del Congreso, con la denigrante abstención socialista, a las cinco enmiendas a la totalidad presentadas contra la Iniciativa Legislativa Popular que pretende blindar la Fiesta en toda España. “A un pase de ser Patrimonio Cultural”, titulamos. La intención, además de reivindicar el esfuerzo informativo que este periódico viene dedicando a la Tauromaquia, era fijar la atención en un acontecimiento que de ninguna manera podía pasar desapercibido. El hecho mismo de que la Fiesta de los toros, por fin, entraba en el Hemiciclo debía interpretarse como el depurador remate final a tanta humillación y a tanto insolente. Un camino que se remonta muchos años atrás, pero que fijó su destino allá por julio de 2010, fecha en la que el Parlamento de Cataluña aprobó la prohibición de los toros en toda la comunidad, pervirtiendo así la recia raíz histórica que unía a Barcelona con la Fiesta.

    Hoy, LA GACETA acoge de nuevo el albero en su primera. La Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados aprobó en la tarde del miércoles la proposición de ley para que la Tauromaquia sea Patrimonio Cultural Inmaterial. Es el remate al pase de hace exactamente una semana. La proposición pasará ahora por el Senado, donde se procederá al último trámite para convertirla finalmente en ley, lo que significa, por un lado, que aumentará su protección en todo el territorio nacional y, por otro, obligará al Gobierno a aprobar un plan en el que se recojan medidas para fomentarla y protegerla.

    Por fin, las altas instituciones políticas, aunque sólo sea por mantener el rictus condescendiente, han dado por bueno un espectáculo que está dentro de los usos y costumbres ancestrales de España; un muestrario litúrgico netamente popular que va mucho más allá de ideologías y partidismos. La Fiesta no sabe de lecciones morales, se sustenta sobre los pensamientos libres y abiertos. Esa es su grandeza y, al mismo tiempo, esa puede ser su perdición.

    Más allá del vandalismo excluyente ejercido por las asociaciones antitaurinas, no sería bueno esquivar la responsabilidad de los que atentan contra la Fiesta dentro de ella. Empresarios, ganaderos, toreros y todo el amplio abanico de profesionales que viven gracias a los toros deberían dedicar más esfuerzos a un rito que, por su apatía, podría tener los días contados. Las constantes muestras de egoísmo corporativo; la falta de transparencia económica; o los oscuros negocios en el campo y en las plazas son una pequeña muestra. Sin cambios de puertas para adentro de poco servirá el calificativo de Patrimonio Cultural y Cataluña sólo habrá sido el comienzo. 

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