«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista que pasó más de una década inmerso en el mundo de la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.
Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista que pasó más de una década inmerso en el mundo de la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.

Incendios

29 de julio de 2022

España vuelve a estar asolada por incendios y los españoles desolados ante tanto daño e incompetencia.

Son muchas las causas que se le suponen a esta oleada de incendios: el cambio climático, el abandono de nuestros campos y bosques, la intervención criminal de algunas personas, incluso —los progres más tontorrones— aventuran que es una consecuencia de la sociedad heterocapitalista en la que vivimos. Dejemos la tontería de la última proposición para que las discutan, y disfruten,  quienes las promueven y centremos el debate en las primeras.

Algunos culpan al cambio climático y señalan que nuestros bosques están estresados por el mismo y que deben adaptarse.  Los incendios serían una herramienta para adaptar nuestros bosques al cambio del clima, haciéndolos, supongo, menos frondosos. Incluso declaran que el treinta y ocho por ciento, así de preciso, de nuestros bosques tienen los árboles muertos. La falta de limpieza, la maleza y este treinta y ocho por ciento de árboles muertos provocan que haya mucho combustible en nuestros bosques y fuegos explosivos, de muchísima fuerza calórica y de expansión rapidísima. 

El argumento extremo de los ecologistas también peca de contradicción

No tengo datos, pero si que visito con frecuencia algunos de nuestros bosques y no veo tanto árbol muerto. También intuyo cierta contradicción entre el cambio climático, la sequía para entendernos, y la existencia de una sobreabundancia de maleza.  

Además, el único dato que parece ser cierto (o unánime pues en estos tiempos hay que pactarlo todo, hasta las certezas) es que el hombre provoca, bien de forma culpable, negligente o casual, el noventa y cinco por ciento de los fuegos, y la madre naturaleza, los rayos y tormentas eléctricas, apenas el cinco por ciento. Por tanto, el argumento extremo de los ecologistas que asegura que los bosques —que son sabios— se estarían adaptando a los nuevos tiempos climáticos, también peca de contradicción pues sin la mano humana hay poca adaptación. 

España tiene un paisaje diseñado por el hombre (antrópico) en su abrumadora mayoría. Por poner un ejemplo de hasta dónde llega la intervención humana podemos afirmar que la riqueza de aves de Doñana está causada por los arrozales adyacentes que atraen a la maravillosa fauna que los visita para entre otras cosas comer.  

Podríamos estar en las 70.000 hectáreas quemadas. Fueron peores los 80. Incluso fue peor la primera década del este siglo

El argumento de las gentes del campo y de la caza afirman que la extinción de estos incendios se complica muchísimo por el abandono de los bosques, la falta de ganadería que servía para limpiarlos y el nulo mantenimiento de caminos y cortafuegos.

En cuanto a hectáreas quemadas, parece que este año podríamos acabar con setenta mil hectáreas afectadas en la parte más alta de la última década. Hay que resaltar que aún quedan dos meses muy amenazantes. En cualquier caso, fueron peores los años ochenta con varios años por encima de las cuatrocientas mil hectáreas quemadas o incluso la primera década de este siglo con varios años con más de cien mil hectáreas.

No obstante, todo lo anterior, no creo que sea muy útil quedarse en el debate siempre muy politizado de las causas. La desolación que produce un incendio es terrible y debería ser objeto de un plan y servicio nacional tanto para la extinción como para su prevención.  Los incendios no son aragoneses, catalanes, gallegos o extremeños. Son españoles. De todos nosotros. Es responsabilidad de todos aprender sus causas, extinguirlos de forma inmediata y paliar sus consecuencias económicas y medioambientales de forma justa.  

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