«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La incómoda alternativa

17 de diciembre de 2014

Los políticos no son seres distintos al resto de los humanos, algunos protagonistas de la historia han sido héroes o santos, y por eso seguimos acordándonos de ellos o venerándolos como seres excepcionales, pero eso es lo que son seres excepcionales, lo que hoy nos ocupa en una democracia es un conjunto de personas dentro de la más absoluta regularidad, reflejo más o menos ajustado de lo que son las poblaciones subyacentes. Aunque haya excepciones estas no son normalmente escuchadas.

El pedirle a unas personas normales, que es lo que son los políticos, que renuncien al poder con todo el atractivo, prestigio y placer que conlleva sería exigir un acto heroico por su parte, no me cabe duda que algunos estarían dispuestos, pero no la mayoría y ese es precisamente el “quid” de la cuestión: en una democracia electoralista quienes dan el poder son las mayorías de votos sin más, sin concesiones al sentido común ni a la realidad. Son los votos los que dan el poder y estos no se consiguen con medidas impopulares, tampoco me cabe duda de que habría una parte de la ciudadanía dispuesta al sacrificio pero  nunca sería mayoría.   Por eso los políticos al uso evitan como la peste las decisiones que entrañan riesgo de perder la mayoría y con ella el poder. Con lo cual es prácticamente imposible resolver a fondo las consecuencias que produce el haber adoptado durante años un modelo político-económico a la larga insostenible.

La mayoría de los ensayos y recetas que estamos viendo para salir del hoyo en que nos hemos metido, son paliativos para los síntomas de un mal más profundo y que resulta políticamente tabú mencionar. El mundo ya no es un predio europeo u occidental, ya no somos solos los que decidimos como se reparte la riqueza en el mundo y eso es algo evidente para quien quiera verlo.

El profundo problema con el que se enfrenta la sociedad occidental contemporánea es como mantener un estado providente, administrativamente ciclópeo, a todos los niveles, local, regional, nacional, internacional,  que promete un bienestar y una seguridad prácticamente ilimitada a todos sus ciudadanos, cuando eso es materialmente imposible. Hay que trabajar más y mejor, esforzarse y competir. Ese es el origen de que se haya producido una explosión de deuda, se gasta más de lo que se ingresa, sistemáticamente, y que esta deuda requiera para su compensación una presión fiscal  que hace casi inviable crear riqueza en nuestra área económica, al desincentivar el esfuerzo y el riesgo individual. Son las personas individuales y las empresas las que crean riqueza no los organismos oficiales.

Es imperativo que se produzca un reajuste drástico en el gasto público y reducir impuestos en serio, prescindir de todo lo que no sea estrictamente necesario si queremos  mantener un estado de bienestar esencial y básico, insisto en lo de drástico, no simples retoques, nos hemos pasado continentes en los servicios y beneficios que generosamente reparten las autoridades desde el poder y en el ingente volumen del sector público. No es sostenible, esa palabra que ahora está tan de moda.

Hay que escoger, la ley de la gravedad económica existe, o  se va a una quiebra colectiva si se mantiene el actual ritmo de gasto público y reparto de  beneficios sociales ¡hasta que dure venga más deuda!  Todo en nombre de una utopía, o peor aún, de la pura ambición de poder de una clase política, lo que nos llevará a la quiebra total, con la pérdida de todo lo conseguido o se le devuelve la libertad de inversión y ahorro a las personas para que planifiquen su futuro, aunque ello conlleve una restricción de beneficios para un sector de la población, esto es lo electoralmente decisivo, para poder mantener una cobertura humanamente esencial. Las dos cosas son imposibles.

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