Una de las consecuencias inevitables de la socialdemocracia, que poco suele mencionarse, es la infantilización de la sociedad intervenida, consecuencia lógica de un paternalismo que castiga el esfuerzo, el mérito, el pensamiento crítico. En definitiva, la madurez intelectual. El pensamiento científico, el pensamiento racional desaparecen inevitablemente, engullidos por el pensamiento ideológico y el cientifismo, como bien señalaran ya en su día Alexis deTocqueville y Jean Francois Revel, para quien la ideología es poco más que “una triple dispensa moral”. Infantilización que es fomentada por las oligarquías, de la escuela pública –en España destruida por la escuela comprensiva- a los dóciles medios de comunicación. Así es posible que el siglo XXI sea el siglo de los crédulos.
Decía Cassirer en “El mito del Estado” (1946) que “la derrota del pensamiento racional parece ser completa e irrevocable. En este dominio, el hombre moderno parece que tuviera que olvidar todo lo que aprendió en el desarrollo de su vida intelectual. Se le induce a que regrese a las primeras fases rudimentarias de la cultura humana. El pensamiento racional y el científico confiesan abiertamente su fracaso; se rinden a su más peligroso enemigo”. Y en esas estamos.
Pues bien, los campeones de dicha infantilización, que estos días debaten en absurdos círculos en curioso ritual que parece querer refutar mediante el pensamiento mágico la jamás refutada ley de hierro de las oligarquías que formulara Robert Michels, son los chicos de Podemos.
El pensamiento de la alegre muchachada de Pablemos, que Beatriz Rojo señalara en estas mismas páginas implacablemente en su magnífico artículo acerca de la hija de cierta marquesa vestida de progre, abarca desde una socialdemocracia mal entendida (¿cuándo Marx, Lenin o Stalin pretendieron imponer a la clase obrera la conciencia de nación por encima de la conciencia de clase, iletrados podemistas?), pasando por el desconocimiento absoluto de lo que es la democracia, incompatible con el asamblearismo desde la Grecia clásica, hasta cualquier pamplina del New Age, tan del gusto de la actual ministra de Sanidad, Ana Mato.
Que la llamada “monja antivacunas”, Teresa Forcades, personaje siniestro donde los haya, quiera acercarse a dicho movimiento no es casual. Pablo Iglesias ya había asistido meses antes a la presentación de uno de sus libelos anticientíficos. Por eso no es de extrañar que el llamado “círculo de terapias naturales” que se dice del partido que alcanzó en las pasadas elecciones más de 1.200.000 sufragios, pretenda someter a referéndum la inclusión en su adorado sistema público de salud –en la Venezuela amada por Pablo Iglesias es ya tan público el sistema que los pacientes mueren a causa de la falta de medicamentos- el tai-chi, la homeopatía y demás bobadas New Age, cuya efectividad médica ha sido tan probada como la de la pata de conejo o el vudú.
Lo peor del asunto es que hay quien les augura grandes éxitos electorales. El éxito de la magia y el infantilismo.