3 de enero de 2021. Tengo Covid. Se supone que llevo con él un mínimo de cinco días. Seguramente más, bastantes más, pero vaya usted a saber. Voy a describir todo el proceso con un lenguaje fría y odiosamente administrativo. Pretendo ser útil a los lectores. Sólo eso. El escritor se queda atorado y un poco azorado en la trastienda. Que zurzan a la literatura.
No se preocupen. Estoy bien. Bueno… Moderadamente bien. Todo el mundo, a mi alrededor, ha pescado el virus. No hay una sola persona indemne. Nadie está grave. Nadie, por el momento, requiere hospitalización. Ningún médico ha venido a casa. Eso es lo normal en un país como éste.
No escribo para quejarme. No es ése mi estilo. Nunca lo hago. No soy belicista. No acuso. No ataco. No tomo partido. No intervengo en esa guerra absurda que enfrenta a los negacionistas con los afirmativistas o viceversa. Me limito a ser, o a procurar ser, objetivo, neutral, ecuánime y, sobre todo, sensato. No tengo más bandera que la del sentido común. Pocos son los correligionarios que se agrupan junto a mí entorno a ella. El mundo ya se había vuelto loco antes de la pandemia, pero ahora lo está de remate.
¿Me encuentro bien? Todo lo bien que uno puede encontrarse a mi edad y bajo un gobierno como el que padecemos
Ésa es mi impresión. Lo siento. No estoy aún lo suficientemente loco como para no admitir que sea yo, y no el mundo, quien ha perdido la cabeza.
Todo empezó para mí el 7 de diciembre. Ése día me puse la tercera dosis de la Pfizer en mi Centro de Salud, que está en la muy castiza calle de La Palma, cerca de mi domicilio. Todo fue rápido, limpio, correcto, diligente. No me hicieron esperar. No noté nada. El pinchazo fue indoloro. El día 8 por la mañana me desperté con dolor de garganta. No era muy intenso, pero sí persistente. Ni aumentaba ni disminuía, pero no se iba ni atendía a los clásicos remedios farmacólogicos en forma de sprays, jarabes y gargarismos que suelen utilizarse contra él.
Luego, paso a paso, llegó la tos… Una tos seca, rasposa, perruna, acompañada a veces ‒pocas veces‒ por alguna pegajosa carraspera que a fuerza de insistir se resolvía en flemas.
Entretanto salió a escena el omicrón, se reprodujo, cundió, se extendió por todas partes y demostró que las vacunas puestas a troche y moche con anterioridad no evitaban la infección, aunque sí ‒era sólo una hipótesis, y lo sigue siendo, aunque cada vez más verosímil‒ reducían drásticamente su sintomatología, su malignidad, su necesidad de hospitalización y sobre todo ‒¡alabado sea Dios!‒ su letalidad.
Hasta el 29 de diciembre no me di por aludido. Me sentía muy cansado, pero no de modo invencible. Entré, salí, escribí, leí, ronroneé con mi novia, jugué con mi hijo, me fui a Marbella y a Torremolinos para presentar la reedición de mi novela Eldorado ‒escrita en 1960, publicada por Planeta, Booket y Círculo de Lectores en 1984 y años sucesivos, y recuperada ahora por Berenice (Almuzara)‒, puse el Árbol y el Belén, festejé la Nochebuena del modo habitual, el día 26, ya un poco alarmado, una de mis hijas me hizo en casa el test de antígenos, di un falso negativo, tuve unas décimas de fiebre mientras el cansancio seguía, la tos se recrudecía y la amigdalitis no cejaba, y el 29 conseguí, por fin, que me hiciesen un PCR.
Veinticuatro horas después fue informado de que tenía la Covid (o el Covid, que nunca sé cómo se dice).
¿Sin otros síntomas? Sin otros síntomas, fuera de un recurrente escozor de ojos (quizá por pasarme todo el santo día hojeando libros y mirando el ordenador) y de un simpático picorcillo en las narinas.
¿Estoy aislado? Sí, por supuesto, aunque no en lo concerniente a las personas con las que convivo, que también tienen el o la Covid. A ver si alguien me lo aclara, puñeta.
¿Me encuentro bien? Todo lo bien que uno puede encontrarse a mi edad y bajo un gobierno como el que padecemos.
¿Conclusiones?
Primera: casi nadie sabe nada ( y yo tampoco) acerca de este lío monumental.
Segunda: de todo, bueno, regular o malo, puede ocurrirnos en los próximos meses y no digamos en los que los seguirán.
Tercera: las vacunas protegen, pero no inmunizan. Un grano no hace granero.
Y cuarta (estrictamente personal): yo cogí el virus el mismo día en que me vacunaron por tercera vez. O sea: hace veinticinco. No puedo demostrarlo, pero…
Aún me duele un poquito la garganta. Me han tocado ya dos sorpresas del roscón. A ver si el día 6 cae la tercera. De momento acabo de tomarme un caramelo de jengibre. Pica a rabiar.