Lo he dicho en varias ocasiones y lo sostengo nuevamente: la corrupción en España no es algo que afecte en exclusiva a la clase política. A fuer de sinceridad hemos de reconocer que se extiende y se instala en todas las estructuras de nuestra sociedad. Ayer mismo conversaba en Galicia con una mujer joven que presta sus servicios profesionales en empresa privada y me reconocía que en su experiencia la existencia de pagos “estimulantes” es un hecho incontrovertible para conseguir la adjudicación de contratas. Y si los casos de corrupción se airean por obra y gracia de los medios de comunicación, no debemos olvidar que los propios medios no se encuentran exentos de esta plaga. Esto no quiere decir ni que todos los políticos, ni que todos los periodistas, ni que todos los medios, ni que todos los españoles practiquen la corrupción. Obviamente no. Se trata del nivel de inmoralidad media de una sociedad.
Cuando estudiaba en Deusto me llamó la atención la definición de delito que confeccionó un profesor italiano: sostenía que consistía en superar el nivel medio de inmoralidad reinante en una sociedad en un momento dado. Esta idea, aunque pueda parece deprimente, tiene visos de ser una correcta definición de lo real. En toda sociedad existe un cierto nivel de inmoralidad, porque los humanos son como son. El problema surge cuando ese nivel medio, que se acepta como un hecho inevitable, se supera con creces.
El origen de la irritación social que se muestra contundente en España en estos días no se debe exclusivamente a la aparición de casos de corrupción en ciertas personas de la clase política. Se debe, antes que nada, a la terrible situación económica y social en la que se ha colocado a millones de españoles, a la persistencia de un paro insoportable, a los umbrales de pobreza, al destrozo de las esperanzas de muchos jóvenes, al miedo al mañana que asola a muchas capas sociales. Ese es el clima real. Y los casos de corrupción política, al caer sobre semejante fermento, provocan la irritación social. Porque el vicio español, como decía Ortega, consiste en localizar culpables de nuestros males, y en estos días los culpables son, precisamente, los políticos afectados por casos de corrupción.
¿Quiero decir con esto que si estuviéramos en época de bonanza los casos de corrupción no tendrían el mismo efecto? Sí, quiero decir exactamente eso. Porque no es que los españoles de modo súbito sintamos un ataque de moralidad, sino que estamos hartos de sufrir las consecuencias de algo que no conocemos en profundidad, de pasar privaciones, al tiempo que vemos como los que consideramos autores de nuestros desastres se enriquecen de manera ilegal y con nuestro dinero. Ese es el asunto. No se trata, por tanto, de rebajar el nivel medio de inmoralidad, sino de contemplar como se supera por ciertos estamentos al tiempo en que la sociedad sufre las consecuencias de los actos y decisiones de quienes considera responsables de sus males.
Esa irritación social es la causa del fenómeno Podemos. La experiencia democrática enseña que el voto obedece a tres causas: la reflexión, los intereses y la emoción. Y la reflexión es posiblemente la mas exigua de las tres. Hoy en día priva la emoción y la irritación es una emoción negativa muy poderosa. Por eso importa poco descalificar a Podemos con argumentos de corte intelectual o político. Muchos de sus votantes lo que quieren es que los partidos dominantes, léase sus dirigentes, desaparezcan de la escena política, y como ya se encuentran en muy mala situación económica y social, no tienen miedo al futuro. Al contrario: argumentan que peor no podemos estar.
Es curioso como el Sistema ha ido negando la realidad de una manera grosera. No se han dado cuenta de lo que estaba ocurriendo en España. Es la soberbia del poder, de quien se considera dueño incluso de nuestra voluntades, manipuladas a través de sus terminales en medios de comunicación. Pero las cosas han cambiado. Ahora muchos comienzan a sentir la angustia de los interrogantes del futuro, aunque, claro, les preocupa mas su futuro personal que el colectivo de la sociedad española. Mejor harían en tratar de ordenar un poco el cambio inevitable que ya tenemos encima. Pero la experiencia demuestra lo escaso de estas sensibilidades. Así que el futuro se irá forjando mas a golpe de acciones que de reflexiones, acciones, esto sí, impulsadas por emociones, no del género de la ilusión, sino mas bien del propio de la irritación.