No se halla reconocida la carrera o la posición de “inventor”, quizá, porque las innovaciones se localizan en poderosas empresas multinacionales (realmente, de unas pocas naciones). Por otra parte, parece que está todo inventado; solo hay que perfeccionar y abaratar los diseños conocidos.
No estoy de acuerdo con el meollo del párrafo anterior. Claro es que hacen falta inventores. Serían de gran utilidad nuevos descubrimientos, derivados de la imaginación de los expertos en los distintos ramos. No podemos confiar en la capacidad innovadora de las empresas multinacionales.
Un artefacto utilísimo es el plástico en todas sus variantes, fundamentalmente, en la lámina impermeable, estéril, de poco peso, barata. Se emplea, cada vez más, para fabricar todo tipo de envases, bolsas, envolturas protectoras, piezas aislantes. Su gran ventaja es la baratura y que resulta, prácticamente, indestructible. He ahí el inconveniente mayor, pues acaba convirtiéndose en una cordillera de desechos, que no hay forma de eliminar. Hay costosas factorías de reciclaje de plásticos, pero puede más la creciente abundancia de bolsas y envases que no se sabe dónde tirarlas. Es evidente la necesidad de un plástico, que cubra todas sus funciones, pero que, una vez desechado, se autodestruya. O mejor, que se convierta en una especie de abono orgánico, que se disuelva con facilidad en la tierra o en el agua. No sería mucho pedir a la química del carbono, ya que ese elemento es tan común en la naturaleza. Pues bien, el hecho es que el invento de un plástico degradable no se ha producido, seguimos esperándolo. Habría que otorgar el premio Nobel a su descubridor.
No podemos consentir que se diezme la población humana (y la animal) por eventuales pandemias de desconocido tratamiento
Hay un invento revolucionario, que ya está en marcha: el hidrógeno como combustible. Solo hace falta poder manejarlo con seguridad. El hidrógeno es la materia más abundante del universo, es el elemento necesario para formar el agua. Los motores de hidrógeno podrán sustituir, con ventaja, a los que utilizan derivados del petróleo o electricidad. El problema se presentaría con la obsolescencia inmediata de las fábricas actuales de aviones, coches y otros vehículos de motor. Sus costosas instalaciones se convertirían, de golpe, en una ruina.
Otra invención revolucionaria sería la de desalar el agua marina de una forma eficaz, hasta hacerla potable para las plantas, los animales y los humanos. Todo ello sin los actuales problemas de desechos y del coste energético desmesurado. Vendría muy bien disponer del motor de hidrógeno.
La nuestra es, realmente, la sociedad del entretenimiento. Sobre el cual caben pocas novedades. Lo nuestro es el carpe diem
Pero todos los inventos, digamos, ingenieriles no son nada al lado de un dispositivo para aprender cualquier cosa, en un tiempo breve, casi instantáneo. Se trata de una ensoñación, pues nunca existirá una “cosa” así. Lo que no quita para que soñemos que algún día pueda existir. Sería como superar la velocidad de la luz.
Habrá que aplicarse a cubrir necesidades más inmediatas, más fáciles de atender con artilugios sencillos. Uno, perentorio, facilitaría la irrigación de los vastísimos desiertos y páramos, a un coste soportable. Es clara la necesidad de tierra cultivable que tiene la actual especie humana. No podemos consentir que se diezme la población humana (y la animal) por eventuales pandemias de desconocido tratamiento. Por cierto, no estaría mal que se registrara alguna vez el invento equivalente de los antibióticos para las bacterias, pero dirigido contra los virus malignos. Mientras no llegue tal descubrimiento, no podemos alardear mucho de ser una civilización científica. La nuestra es, realmente, la sociedad del entretenimiento. Sobre el cual caben pocas novedades. Lo nuestro es el carpe diem.