Contaba Wenceslao Fernández Flórez que en un frontón bilbaíno, hace más de un siglo, jugaba un pelotari tuerto. En un lance del partido un bolazo se estrelló contra su ojo sano, dejándole para siempre entre tinieblas. Ante el estupor de los otros deportistas, y del público, el nuevo ciego no se deshizo ni en imprecaciones ni en lamentos. Se limitó a hacer una breve reverencia para despedirse muy lacónicamente, con sólo tres palabras: “Señores, buenas noches”. De los sitios hay que saber marcharse. Algo de los modales elegantes de ese pelotari ha copiado su paisano Santiago Abascal, para largarse con estilo del PP, sin estridencias ni alharacas histéricas, que en política no todo tiene que ser un eslogan o un berrido. Aunque él en las explicaciones sí ha sido más prolijo, haciendo un listado muy coqueto de todos los ingredientes que han hecho de su partido la marca blanca del PSOE, incluida la lluvia que no cesa. Muy leída –y muy retuiteada– la carta de despedida de Abascal es un zas en toda la boca a la cúpula progre que se ha apoderado del Partido Popular, y la última foto a esa desnudez imperial que ya es un clamor entre los votantes populares. Porque no hace falta ser Toynbee para comprender que hace tiempo que la única diferencia entre Soraya Saez de Santamaría y Leyre Pajín es una cuestión curricular, porque en lo político se han fusionado como en la canción de Mecano, pensando que lo que opinen los demás está de más.
Es muy probable que, a partir de ahora, a Santiago Abascal le enrojezcan la espalda llenándosela de palmaditas de ánimo. Siempre sucede, al principio, cuando alguien se levanta y dice lo que tantos piensan y por temor se callan. Casi se le está poniendo cara de Jerry Maguire, esa película de Tom Cruise en la que un tipo se da cuenta de que la estructura está sepultando al individuo, y se rebela. Maguire trabaja en una empresa de representantes de deportistas, y tras una mala noche escribe un memorándum muy detallado –al estilo de la carta de Abascal–, denunciado que el negocio se está cargando la profesión, que los tecnócratas la están desnaturalizando. Por supuesto, el pobre hombre consiguió la ovación y el despido de forma consecutiva.
La película acaba bien, es americana. El tal Jerry se establece por su cuenta y triunfa. Pero acá es distinto, la política española sigue siendo más cercana al cine de Berlanga, y de hecho todavía estamos esperando a Mr. Adelson. En cualquier caso la historia de Abascal, o mejor dicho, la de los populares vascos, es de las que más merece un final made in Hollywood.