Hace aƱos una pelĆcula me ayudó a comprender la verdadera naturaleza del castrismo, se titula āCinq Jour en Juinā dirigida y musicalizada por el compositor, mĆŗsico y cineasta francĆ©s, Michel Legrand: la trama sucede en Francia, en 1944, algunos de los protagonistas regresan a su hogar abandonado durante la guerra y la Ocupación nazi, abren las ventanas y destapan los muebles de las telas blancas que los protegĆan del polvo; recuperan todo, o casi todo. No siempre fue asĆ, lo sabemos, aunque algunos lo consiguieron. En Cuba nunca se ha podido recuperar nada durante mĆ”s de 63 aƱos de tiranĆa por los que siendo perseguidos polĆticos debieron marcharse. Irse en Cuba, para los que se van de verdad, significa perder todo, el mĆ”s mĆnimo recuerdo. Irse es una forma de muerte lenta, a la espera siempre en este largo exilioā¦
El 25 de marzo falleció en ParĆs uno de los mĆ”s grandes pintores cubanos que ha tenido aquella isla, y que ha tenido tambiĆ©n Francia y el resto del mundo, puesto que su obra es conocida internacionalmente: JoaquĆn Ferrer (1929 ā 2022). Acerca de la obra de Ferrer he escrito bastante, enamorada de ella y de su autor como ser entero, inteligente, libre, y pleno de amor, que fue, su presencia fue objeto constante de mi atención como amiga, y como escritora. Cuando alguien muere se dice que parte hacia ese otro lugar imaginario, al fin inexistente. El misterio de la vida que culmina con la muerte nos ilusiona conque a ese otro sitio Ferrer ha viajado al igual que nuestros padres y amigos, a descansar para la eternidad. Ferrer no tuvo que morir para alcanzar la eternidad, la alcanzó con su magnĆfica obra.Ā
JoaquĆn Ferrer partió al muere y como tantos cubanos no pudo volver a su casa, ni quitar las sĆ”banas blancas que en sus sueƱos cubrĆan aquellos muebles de su infancia
Es cierto que Ferrer enfermó y falleció anciano, aunque tambiĆ©n es verdad, una verdad dolorosa, que como tantos debió irse de Cuba para jamĆ”s volver. Irse de su paĆs con la esperanza de regresar, y partir para siempre sin poder realizar ese regreso, pensarlo me duele demasiado, hiere profundamente a los que quedamos vivos.
Hace algĆŗn tiempo Christiana, su esposa, madre de su hija Aia, me preguntó si al observar que Ferrer envejecĆa creĆa que ella debĆa dejarlo que viajara a Cuba. Lo pensĆ©, y le respondĆ que no, que mĆ”s bien opinaba que no debĆa permitir que viajara a aquel infernal lugar que Ć©l no reconocerĆa dado el estado que lo verĆa, en que la tiranĆa rebajó hasta destruir aquel maravilloso paĆs.Ā
Me dije que el exceso de desanimo hubiera podido entristecerlo y conducirlo a una depresión que Ć©l no merecĆa, conociendo al ser sensible que era. Hoy me siento responsable, y hasta un poco culpable de haber dado aquel consejo. JoaquĆn Ferrer partió al muere y como tantos cubanos no pudo volver a su casa familiar en su paĆs natal, ni quitar las sĆ”banas blancas que probablemente en sus sueƱos cubrĆan aquellos muebles de su infancia, como sucede en el filme de Legrand -sĆ”banas y muebles que ya no existirĆan mĆ”s.Ā
No existĆan porque las casas de los que se han ido durante dĆ©cadas expulsados por el castrismo y de los que todavĆa se van hoy de manera definitiva, nunca las devuelven a sus propietarios, las roban los castristas como los delincuentes que son, y enseguida se las entregan a los militares de turno cuando estas casas se hallan en buen estado. AsĆ sucedió con el apartamento de mi madre y el mĆo. Aunque yo conservo el tĆtulo de propiedad.
Aquel Ôrbol que me recuerda pinceladas de Ferrer llevarÔ su nombre. De ahà no tendrÔ que irse nunca, partir no serÔ tampoco ya un problema a remediar
La pintura de Ferrer fundida en una abstracción musical, en una melodĆa āde las esferasā, que dirĆa Fray Luis de León en su āOda a Francisco de Salinasā, se asemejaba en ocasiones a una bocanada de humo de tabaco que subĆa y levitaba dentro del cuadro convocada por el pincel bajo trazos, rayas y transparencias, en una disolvencia lezamiana, haciendo honor al poeta y ensayista cubano JosĆ© Lezama Lima.
No dejo de pensar en JoaquĆn Ferrer, en su adiós la Ćŗltima vez que vino a visitarme en compaƱĆa de Christiana, en aquel almuerzo familiar en la casa de otra gran pintora, quien fue su primera esposa y que siguió siendo su amiga y de Christiana: Gina Pellón; en lo bien que bailaba Ferrer el son y el danzón, lo pude comprobar yo misma bailando con Ć©l en las fiestas en la casa de nuestra amiga Tania Assaf Galindo. No dejo de pensar en su obra, siempre yĆ©ndose hacia algĆŗn sitio, elevĆ”ndose dentro del cuadro, como una Fuga de Bach, o un regodeo intenso de Pachelbel⦠Al amanecer he contemplado el jardĆn soleado a travĆ©s de la ventana en esta primavera, han florecido los Ć”rboles, los rebotes de retoƱos lucen preciosos vistos desde aquĆ. Aquel Ć”rbol que me recuerda pinceladas de Ferrer llevarĆ” su nombre. De ahĆ no tendrĆ” que irse nunca, partir no serĆ” tampoco ya un problema a remediar.