«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Juventud y juventudes

30 de junio de 2014

De repente no tenemos veinte años, así que la revolución que viene nos va a encontrar caducos, que si no es la espalda es el tobillo, o la cabeza, pero siempre duele algo, y hasta deberíamos pensar en espaciar el deporte, que esa molestia de la rodilla tiene más de artritis que de agujetas.

Además la brecha con las siguientes generaciones se agranda por culpa de la tecnología, y entonces parecemos aún más viejos, porque nuestra infancia es la prehistoria binaria, el Atari y el Spectrum, y en la adolescencia todavía llamábamos al teléfono de su casa -la de ella- y siempre lo cogía el padre y era un fastidio. Habríamos entregado un mundo por poseer un móvil.

Ahora los artefactos tecnológicos hasta definen al individuo. Ellas, por ejemplo, los prefieren con iPhone pero se casan con los de Blackberry, igual que en nuestra edad le hacían ojitos al popero bohemio de la vespa, pero se iban a casa con el que tenía coche caro. En fin, que todo sigue igual, pero menos igual, porque de repente nosotros no tenemos veinte años. Somos una generación olvidada, a caballo entre la juventud de los setenta -que cantaba y tiraba de la estaca de Luis Llach– y la de ahora que elige entre el escrache o el exilio. Cuando éramos jóvenes vivimos un paréntesis despolitizado, años desengañados del cambio, cuando Barcelona cedió el liderazgo a Madrid y en las noches de la Movida se firmó el último pacto de la Moncloa: la desmovilización de las juventudes, que cambiaron los himnos de los barbudos por melodías menos cenizas, en las que ya no aparecían un millón de muertos. Era nuestra versión de El fin de la historia, de Fukuyama. Respecto a las nuevas generaciones de los partidos, dejaban de ser fuerzas de choque para convertirse en agencias de colocación de torpes, eso sí, en la versión radical de los senior. Sus organizaciones durante estas décadas han sido la bola de cristal donde se podía adivinar la deriva de cada partido. Los socialistas eran más socialistas y más republicanos; los nacionalistas exigían sin complejos la independencia, o directamente militaban en el terrorismo callejero; los comunistas se liaban con los de Podemos y, curioso, los del Partido Popular se hacían cada vez más progres, hasta el punto de que en zonas como Madrid las NNGG apenas parecen un apéndice de la Liga gay-lesbiana-transexual-bisexual. Como esta es la semana del Orgullo Gay, es muy probable que encuentren sus sedes de fiesta o directamente cerradas. Legítimo, por supuesto, pero curioso teniendo en cuenta que el votante del PP no se identifica plenamente con las cabalgatas de estos días.

 

En fin, que un estudio sobre la deriva de las juventudes de los partidos ya advertía de la radicalización de nuestra política, una deriva hacia la izquierda y el rupturismo que no ha contado nunca con un contrapeso liberal-conservador. Ahora, el espacio electoral que queda huérfano a la derecha se incrementa día a día. El que mejor lo entienda construirá la única alternativa a la revolución que viene,  que sigue empeñada en convertir a España en un estado fallido.

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