Cinco días después de que la DANA devastara municipios enteros de Valencia, Albacete y Cuenca, y se llevara un número aún no comunicado de vidas por delante, los reyes de España visitaron la zona. Felipe VI lo hizo vestido de paisano, detalle no menor. Bajo los ya clásicos cánticos de «¡Pedro Sánchez, hijo de puta!», tan habituales cuando el cordón de seguridad reduce el perímetro que aleja al presidente del Gobierno del «pueblo», se pudo ver al matrimonio regio tratar de dar algo de consuelo a quien no lo hallará. Un día antes, el sábado, el presidente del Gobierno se dirigió a la nación a través de la televisión que con tanta urgencia se ha apresurado a controlar, repartiendo cuotas entre esos socios, a los que compra con pólvora del rey. En su intervención, Sánchez dejó una frase para la historia de la infamia («si quieren ayuda, que la pidan»), que recuerda, por su frialdad, aquellas palabras de Sabino Arana, no recogidas en sus Obras completas: «Si algún español que estuviese, por ejemplo, ahogándose en la ría, pidiese socorro, contéstale: niz eztakit erderaz (no sé castellano)».
Ayer, lejos de los focos y el maquillaje, Sánchez se parapetó por partida doble tras Felipe VI. El rey llegó cinco días después de que la lluvia ahogara Valencia, y no son pocos quienes han echado de menos al monarca durante todo este tiempo. Sin embargo, huelga recordar que visitas de esta naturaleza deben ser autorizadas y planificadas –la presencia de los caballos de la policía así lo demuestra- por el Ejecutivo. La situación no es nueva. No hay más que recordar los viajes del rey, apenas acompañado por algún diplomático, a tomas de posesión presidenciales en la Hispanoamérica que menos gusta al Gobierno de progreso. La instrumentalización de Felipe VI por parte de un gobierno apoyado por algunas facciones que gozan gritando «¡muerte al Borbón!», debiera mover a algunos cortesanos a moderar su prudencia, pues flaco favor hacen a un rey, símbolo máximo de nuestra nación, España, cuya constitución, por más defectos que tenga, no podía prever la llegada a la Presidencia del Gobierno de un individuo de la catadura moral de Sánchez. Un Sánchez que no sólo se escudó en la agenda regia, sino que, incluso, lo hizo de forma física. A diferencia de esas ocasiones en las que los servicios de protocolo hubieron de retirarle de la escena, en su visita a Valencia, Sánchez anduvo unos pasos por detrás del rey, lo cual no impidió que recibiera una lluvia de insultos y el lanzamiento de un palo que, según se ha dicho, habría impactado en su persona. Todo suma, sin embargo, para un Gobierno tan asentado en la propaganda y en la compra de voluntades. Tras la espantá de Paiporta, la algarada, pues cuando se trata de Sánchez, el vox populi, vox Dei, no aplica, fue atribuida… a la extrema derecha.
La tragedia valenciana deja un enorme rastro de muerte y destrucción, pero debería servir para reflexionar acerca de la realidad de una estructura estatal que ha demostrado su falta de operatividad. Tras el paso de la DANA no quedó espacio para los hechos diferenciales ni para esos folclores que sirven para justificar baronías. En medio de la disputa competencial, tan sólo quedó el espanto y la apelación a lo común, singularmente a la Guardia Civil, al Ejército, a lo común, en definitiva. Durante la visita que reunió a una Corona a la que se pretendió manchar de fango, a la presidencia del Gobierno y a la de la comunidad autónoma, los gritos se cebaron con estas dos últimas áreas del poder, en la convicción de que a ellas corresponde solucionar el día a día de una nación, España, que hoy guarda luto.