«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.

La democracia fallida

8 de octubre de 2021

Si una democracia es un sistema político basado en las elecciones libres, la separación de poderes, el respeto a los derechos básicos de la persona, la igualdad de todos ante la ley, una prensa independiente y una sociedad dinámica y que exuda instintivamente una cultura de tolerancia, está claro que como organización de la sociedad ha fracasado en España.

Para empezar, la Constitución coloca como columna vertebral a los partidos políticos, no al individuo. De ahí que, como ya he dicho muchas veces, realmente lo que se instaura en España tras la muerte de Franco es una partitocracia basada en la alternancia entre el PSOE y PP y en donde todo queda supeditado a los intereses de los partidos políticos y sus chiringuitos varios, desde fundaciones a sindicatos, todos alimentados por el erario. Cuando los partidos institucionales se ven amenazados por la aparición y crecimiento de nuevos partidos, en lugar de ponerse punto final al clientelismo partidista éste se expande para dar cabida y satisfacción a las ambiciones de cada formación política. El bipartidismo imperfecto pasa a ser mulipartidismo imperfecto. Eso explica por qué los miembros electos de los partidos se rinden al acomodo de su situación de disfrute del poder, sea mucho o poco el que tengan. Más que no ser cargo electo.

La Constitución, en lugar de colocar en el centro al ciudadano, también sirve para reforzar la estabilidad del gobierno. Es más, con el refuerzo de la ley electoral y del reglamento de las Cortes, es el grupo parlamentario, sujeto a un a férrea disciplina de voto, el eje de la dinámica parlamentaria. Y en el caso del grupo del partido que está en el poder, queda como parapeto y salvaguarda de las acciones que tome el ejecutivo. La oposición a hacer del Senado la cámara territorial para lo que fue creado, desvirtúa aún más la vida del Congreso de los diputados, donde las minorías separatistas gozan de un protagonismo desproporcionado.  Listas abiertas y libertad de voto, cuestiones bien establecidas en países de nuestro entorno, contribuirían a mejorar la vida de nuestro legislativo.

Lo más llamativo de toda la pandemia ha sido la sumisión de los españoles al poder, a pesar de la sinrazón y estupidez de las acciones y decisiones de los gobernantes

La pandemia ha dejado bien claro el papel subordinado de la prensa al Gobierno. Bien con ayudas directas, publicidad institucional y/o acceso privilegiado a las deliberaciones y planes del Ejecutivo, la realidad es que, en lugar de servir como control del poder, los medios en España han elegido ser tentáculos gubernamentales. Es una mala broma que haya sido Iker Jiménez el faro de la contestación a la campaña de terror mediático desatada y alimentada desde la Moncloa con todo lo tocante al Covid y cuyo objetivo no era otro que eliminar cualquier contestación social a sus políticas, en la mayoría de las ocasiones en nada orientadas a salvaguardar la salud de los españoles sino a acrecentar su control y poder.

Con todo, quizá lo más grave sea la falta de una cultura democrática. No sólo es que la izquierda sea genéticamente revanchista y sólo entienda la acción política como la destrucción de sus adversarios, también está la carencia del más mínimo sentido de la responsabilidad. Por ejemplo, el Tribunal Constitucional declara ilegal las medidas impuestas por el primer estado de alarma, tumba igualmente el cierre del Congreso y está a punto de declarar también inconstitucional el segundo estado de alarma, pero el gobierno permanece impasible e instalado en una permanente impunidad. Mientras, en Alemania, Reino Unido o Francia se dimite por copiar unos párrafos de una tesis doctoral. En Holanda se convocaron elecciones anticipadas por un varapalo judicial. Pero Spain is different y aquí el gobierno social-comunista actúa instalado en la ilegalidad con alevosía y reincidencia. En parte porque la oposición está entretenida dándose de palos entre ellos.

Decía el gran Ronald Reagan que el Estado estaba para garantizar la seguridad de sus ciudadanos, no para decir cómo tenían que vivir sus vidas. Para nuestra desgracia, los españoles somos mucho más creyente en el estado que los americanos, estamos convencidos de la tarea providencial de las instituciones públicas que deben resolvernos todos nuestros problemas. Tal vez lo más llamativo de toda la pandemia haya sido la sumisión de los españoles al poder, a pesar de la sinrazón y estupidez de las acciones y decisiones de los gobernantes de uno y otro color.

La política suele ser un teatro. Y como todo teatro, se basa en la mentira pues todo son disfraces, decorados y frases pensadas para embaucar al público. A eso han llevado a nuestra democracia nuestros líderes, sus cómplices y lacayos. Y aún peor, con nuestro dinero.

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