Estamos viviendo algo tragicómico a cuenta del «putsch» que Jorge Buxadé habría orquestado en la calle Bambú. Y digo putsch para ponerme al nivel del relato que la derecha «sensata y equilibrada» está fabricando al respecto de la reestructuración voxiana.
Vaya por delante que no hay cervecería en este caso. Neotaberna con carta de gintonics, puede. Como lugar donde el «liberal-mangalarguismo» estaría preparando el contragolpe contra la deriva «socialista-joseantoniana» de los de Abascal desde que salieron Iván Espinosa de los Monteros (y otros).
Sólo con varios cubatas en lo alto, bien perfumadito, se puede escribir en un medio centenario que VOX, «desde Buxadé», se opone a los acuerdos internacionales. Eso es tanto como decir que el partido verde se opone al Derecho de gentes. Tanto como decir, si lo trasladamos al ámbito jurídico de las relaciones entre particulares, que usted o yo nos oponemos a los contratos. Pero da igual. Cualquier sinsentido tiene su acomodo cuando se trata de atizar a la no-derechita díscola. Y ello no provocará reacción alguna del defensor del lector, ni la creación de columnas circunspectas sobre la excelencia que debe exigirse a alguien con una tribuna pública (como ha ocurrido con Sostres).
Lo de coger el todo por la parte, el maximalismo creativo (anti-tratados, antivacunas, etc.), es una herramienta de marginación muy de estos días que no suele aguantar un escrutinio serio.
Como es difícil oponerse a los acuerdos internacionales, que incluyen los tratados y los propios acuerdos entendidos de forma no genérica, lo suyo sería señalar qué molesta a VOX de tal o cual acuerdo y explicar en qué beneficia o perjudica a los españoles. Que eso le posicione más o menos en la derecha, la izquierda o en ningún lado, importa muy poco. El incomprensible amor que siguen teniendo algunos por la brújula, hoy escacharrada, con la que llevamos orientándonos políticamente desde tiempo inmemorial sólo se explica por su incapacidad de entender que el mundo en el que vivimos ya no es el de 1986. Esto lleva diciéndose desde hace una semana, y más de una vez, pero nunca está de más repetirlo.
Aunque quizá para ser «de orden» dentro del orden internacional, lo sensato y cabal es firmar todo lo que se nos ponga por delante. Cuantas más democracias de nuestro entorno ratifiquen algo —lo que sea—, mejor. Ahí habrá que estar. Esta es la concepción, entre cazurra y servil, que tienen algunos de las relaciones internacionales. El propio interés ha sido reemplazado por una especie de «camina o revienta» global ante el que estamos indefensos. Si mañana tocara «decrecer» —empobrecerse—, si no es ya el caso, porque así lo hemos decidido ratificando cualquier acuerdo internacional que han firmado las democracias más superferolíticas del planeta y porque así lo han decidido organizaciones de curiosa financiación con sus élites bonitas, ¡qué no dirían nuestros plumillas liberales expertos en Derecho Internacional Público!
Siguiendo con las inexactitudes o los dislates, tampoco está mal poner en huecograbado que, «desde Buxadé», VOX es contrario «en muchos aspectos» a la Constitución del 78. Una vez más, en aras de la excelencia columnística, de la honradez intelectual o de la vergüenza torera, deberían detallarse esos «aspectos».
Dicho lo anterior, nuestra Constitución no es algo fijado en el mármol. Es una ley susceptible de ser modificada si se obtienen las mayorías necesarias. Esto ya ocurrió a mediados de los años 90 con el derecho al voto de los ciudadanos comunitarios. Por ejemplo, considerar que este Régimen sólo puede sobrevivir gracias a una organización territorial autonómica es comprensible, sobre todo por lo que les toca a algunos, pero no responde a ningún absoluto jurídico-político. La Constitución no es ninguna ley «moral».
He puesto sólo dos ejemplos de una columna que se publicó la semana pasada sobre la adscripción ideológica en VOX a la luz de lo ocurrido últimamente en el partido. Pero hay alguno más. Prácticamente todo es rebatible o carcajeable. La he elegido por ser una muestra, casi perfecta, del estado de descomposición en el que se encuentra la autoproclamada derecha española. Un primer ministro, socialista y gabacho, Guy Mollet, describió a la derecha francesa como «la más tonta del mundo». Aquello fue en 1957. No tuvo tiempo de conocer el estado de la nuestra después del 23 de julio.