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Co-Editor en Jefe del medio estadounidense El American. Periodista y columnista venezolano, con estudios de Historia de Venezuela. Es autor del libro 'Días de sumisión'.
Co-Editor en Jefe del medio estadounidense El American. Periodista y columnista venezolano, con estudios de Historia de Venezuela. Es autor del libro 'Días de sumisión'.

La desoladora realidad de Venezuela

22 de febrero de 2021

Esta columna no es optimista. Es imposible, hoy, tener algo de optimismo frente a Venezuela. La realidad es desoladora. Parece, traguemos fuerte, una causa perdida. 

Si me he desaparecido por un tiempo de este atesorado espacio es porque ya no hallo qué decir sobre mi país. Quería aprovechar la columna semanal para decir lo que debía y lo que no. Pero ya no hay nada que decir. Nada bueno, necesario o útil, al menos. Podemos, como haré ahora, lamentarnos y amargarnos.

Hemos perdido oportunidades valiosísimas. Entre los dedos de Guaidó se esfumó la mayor que hemos tenido en veinte años

El país anda a la deriva. Se consumó, parece, el proyecto que encontró resistencia en tan pocos. El resto se prestó. Se dejó utilizar por el chavismo y, entonces, se dejó engullir por el monstruo. Cobardes. Los que fingieron oponerse —y fingieron porque realmente no les convino jamás un cambio porque hay intereses, ¡sus intereses!—; y los que acompañaron el saqueo. No habrá perdón para ellos y debemos apuntarles siempre. Gozan de impunidad, pero les pesará la vergüenza y el desprecio. 

El collaborationniste. El maldito cómplice. El que simuló enfrentarse al régimen, impulsó los diálogos y se aferró a las farsas electorales. Están los evidentes, los que todos identificamos con facilidad. Pero también los que, con muchísima más audacia, supieron engañar.

La hazaña de López y Guaidó es el último esfuerzo que sella un amplísimo recorrido de fracasos de la oposición venezolana. 

Hemos perdido oportunidades valiosísimas. Entre los dedos de Guaidó se esfumó la mayor que hemos tenido en veinte años. El mejor contexto, imposible de replicar, diluido entre torpezas, corrupción, miopía, egos y, por supuesto, colaboracionismo. Un liderazgo que no estuvo a la altura. Y ahora, condenado a la irrelevancia, se sacude para que lo noten. Pero a nadie le importa. Todos lo ignoran. Porque la intrascendencia es, sin duda, el destino de los fracasados.

Su mentor lo acompaña en el destino. De gira por el mundo, con su headquater en Madrid, aparenta que hace algo por nosotros. Pero ni mil reportajes rosa lograrán mercadear esa mentira. Todos sabemos que Leopoldo López no quiere ni puede salvar a Venezuela. 

La hazaña de López y Guaidó es el último esfuerzo que sella un amplísimo recorrido de fracasos de la oposición venezolana. Empezó por 2002, pasó por Rosales, Capriles y ahora culmina con Voluntad Popular a la cabeza. Digo culmina porque la historia acabó. Como lamento pensar: Venezuela es, ya, una causa perdida. 

En Estados Unidos, nuestro último y único verdadero y definitivo aliado, tomó posesión una administración completamente afín a los que quieren que todo siga igual. Ni soñar que el Gobierno de Joe Biden moverá un solo dedo para que el butcher de Miraflores termine en prisión —recemos, entonces, por que nos sorprenda; pero sigamos escribiendo sobre lo probable—. A Europa ni la miremos. Por allá jamás les interesó que Venezuela sea libre. Contestos, eso sí, mientras puedan disfrutar sus cubalibres en Varadero o La Habana.

Latinoamérica, si es que no la termina de tomar antes el socialismo (nuevamente), seguirá con su insoportable diplomacia, que nos está hundiendo. De comunicado en comunicado el chavismo se les está metiendo rapidito. Pobre Colombia, cuyo horizonte luce igual de desolador. Nos tocará agradecerle por siempre al señor Duque, por tanta solidaridad y hospitalidad, y decirles a los colombianos que se los dijimos, bastante, pero no nos hicieron caso. 

Probablemente, perdimos el país para siempre. Y toca, ahora, asumirlo. Construir nuestro futuro a partir de esa premisa: se perdió la libertad de Venezuela.

A los argentinos, a los chilenos, a los ecuatorianos. ¡Pero, por Dios! Si para algo debía servir tanto sufrimiento, tanta sangre derramada y tanta estampida de venezolanos era para, al menos, alertar a los mirones. Pero no. Vieron, dijeron alguna frase boba, lastimera, cargada de puros lugares comunes, y se devolvieron a imitar el error que nosotros cometimos pese a que los cubanos también nos alertaron. Así que, hermanos latinoamericanos a los que hoy con soberbia les decimos “se los dijimos”, a nosotros también nos lo dijeron y con soberbia también respondimos que nosotros no somos esos que sí cae en esas cosas, que a nosotros nos va a ir mejor.

No nos fue mejor. Nos fue terrible. Probablemente, perdimos el país para siempre. Y toca, ahora, asumirlo. Construir nuestro futuro a partir de esa premisa: se perdió la libertad de Venezuela. En consecuencia, el que está afuera, el que está adentro, el que piensa en irse, y el que piensa en volver… Todos, ahora, debemos estructurar nuestras vidas, nuestras decisiones, a partir de esta desgarradora realidad. El país, y nosotros, a la deriva. Queda recordar. Y queda, sobre todo, escribir la historia de por quiénes perdimos Venezuela. A los responsables, por su nombre.

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