«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

La estampida

16 de noviembre de 2024

Si queréis que os sea sincero, no espero de Trump que traiga el Milenio en el que el león y el cordero pacerán juntos y se convertirán las espadas en podaderas. Si se me apura, ni siquiera espero el cambio que esperan los trumpistas de corazón, ni que haga grande a América otra vez, ni siquiera que siga con su política antibelicista del primer mandato.

Lo que espero de Trump ya me lo ha dado. Me ha dado ríos de lágrimas progres y comisarios europeos al borde de la apoplejía. Trump es el gran troleo, que no es poco; es el permiso para decir en alto que la hierba es verde y el fuego quema.

Y, de rebote, la gran estampida. El globalismo (o lo que sea; pongan ustedes la etiqueta, que estoy cansado) es un teatrillo infame e inviable que ya no se sostiene; que, como un vampiro, no soporta la luz del sol y solo se mantiene con un esfuerzo ímprobo para controlar el mensaje, aunque todos sepamos que ellos saben que sabemos que mienten.

Por eso ahora se van de X, antes Twitter. Irse de X es un poco como decir que si gana Trump te vas Canadá, que luego no lo haces, o solo la puntita. Se van como el niño íbero de Astérix amenazaba con dejar de respirar. Porque su puesto, en el que llevan demasiado tiempo amarrados, es el púlpito. Y X es todo lo contrario.

El X de Musk es el reino de la igualdad de partida. Y no hay nada que odien más. Lo retrataba a la perfección una cuenta anónima argentina —esos maestros de la descalificación barroca—, Bipolardo: «Los famosos se van de tuiter porque dicen que es una cloaca. Vienen acá pensando que es un cumpleaños y los saca a patadas en el orto un gordo desde el inodoro que fracasó en todos los ámbitos de la vida jaja. Orgullo».

En X sirven poco las credenciales, los títulos y doctorados; es un exaltabit humiles de manual, donde el argumento de autoridad vale tanto como un dólar de Zimbabue. Trump sería impensable sin Twitter, incluso sin aquel Twitter censurado y gobernado por estamento woke. Tuvieron que echarlo y prohibirle la entrada siendo aún presidente de Estados Unidos.

Ahora vuelven a irse, anunciándolo, a ver si les hacemos casito, como si importaran. Deben de pensar que una red social es como un aeropuerto, que hay que anunciar las salidas. Pero es que sus salidas son mensaje, buscan un triunfal autoexilio como Coriolanos enfurruñados.

Se irán a redes insignificantes pero «seguras» como guarderías bajo la mirada de una estricta maestrita. Allí buscarán el eco del que viven y reharán sus cortes diminutas hasta aburrirse de tanto estar de acuerdo. Y echarán de menos ese remedo del mundo, ese foro caótico de humanidad sin domesticar que es X.

Vendrán en silencio, de puntillas, fingiendo no haberse ido. 

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