Nos desespera la oposición de Feijoo, que parece dejar que todo le pase por encima. Es cansino recurrir una y otra vez a imaginar qué sucedería si las tornas estuvieran invertidas, pero en este caso, es doloroso. Si el PP hubiera cometido tan sólo una cuarta parte de los excesos del PSOE, las calles habrían ardido, la prensa sería un polvorín y el presidente del gobierno del PP estaría recluido en un bar mientras en el Congreso le pasaban una moción de censura al bolso de Cuca Gamarra. No lo duda nadie.
¿Es tan torpe el PP como parece? No, qué va, sólo lo es a medias, que es peor. La estrategia explícita es no atacar mucho al PSOE porque la democracia española necesita dos grandes partidos y bla, bla, bla. La estrategia implícita tiene más zorrería: piensan que para ganarse el voto de los desencantados del PSOE es mejor no atacarlo, porque eso activa sus instintos de autodefensa. La intención es heredar el gobierno de un PSOE que se extinga naturalmente.
Les puede salir bien. De hecho, les saldrá bien, porque España no puede aguantar este mal gobierno socialista demasiado tiempo. Lo malo son las contraindicaciones del mecanismo de los populares.
¿Quedará España para entonces? Nos citamos unos a otros a Von Bismarck para consolarnos. Ya saben: «España es la nación más fuerte del mundo porque los españoles llevan siglos queriendo destruirla y no lo consiguen». Pero resiste cada vez peor y con más cansancio y desgaste de materiales. Eso es evidente. No aprestarse a defender a España en las actuales circunstancias cae en el tipo penal de omisión de auxilio.
En segundo lugar, está el argumento puramente democrático. El sistema sólo funciona si hay una oposición que haga una vigilancia activa e implacable a los desgobiernos del gobierno. Con una oposición lánguida que no quiere confrontar ni perseguir, la democracia acaba muriendo de bajada de tensión, como estamos viendo.
Por último, el peor fallo es pedagógico y, por tanto, trascendente. La situación nacional exige una labor muy profunda de explicar los males que nos aquejan en lo social, económico, ético, jurídico y familiar. Si quien tiene la función primordial de denunciar esas perturbaciones con crudeza, se pone sistemáticamente de perfil, hay una anestesia indirecta del pueblo soberano. De modo que, cuando haya un cambio de gobierno, será por pura putrefacción del Gobierno y por hundimiento económico manifiesto, y nada más. La gente no se habrá enterado de que se han pervertido casi todas las instituciones del Estado, una tras otra, y la gravedad que eso conlleva. No se habrá transmitido la irresponsabilidad de Teresa Ribera, la utilización del Fiscal General del Estado, la subversión del imperio de la ley con la amnistía, etc.
Esa oposición ya la hace Vox, podrían pensar en el PP, como quien dice: «Ganemos el pan con el sudor del de enfrente» o «que inventen ellos». Pero qué va. Vox, por supuesto, seguirá haciendo oposición, como advierten sus líderes todos los días, pero el abstencionismo del PP es muy contraproducente porque transmite a muchos sectores de la población que oponerse con firmeza a Sánchez es algo exagerado, cosa muy ideologizada del espectro más conservador o patriótico.
El primer consenso entre los partidos de derecha, si se diera, tendría que ser el rechazo frontal a los disparates de Sánchez por tierra, mar y aire. Si falta ese consenso, tan básico, y el PP siempre quita el hombro y deja de cargar con el peso de la oposición, ¡imaginemos las dificultades para llegar a acuerdos más programáticos y constructivos!
La maldición de esta estrategia no será que no hereden el gobierno, sino lo que heredarán. Un país empobrecido y humillado y un cuerpo electoral que no se habrá hecho cargo de la gravedad de lo que nos ha pasado por encima. O sea, que ni estará muy predispuesto a cambiar a fondo nada ni dejará de votar socialista a la primera de cambio. Una herencia lamentable, como la estrategia, por muy bien que les salga.