«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Barcelona 1959. Escritor y periodista. Su último libro publicado es “PSC: Historia de una traición” (Deusto, 2020). Premio Ciutat de Barcelona año 2000 en Radio y Televisión.
Barcelona 1959. Escritor y periodista. Su último libro publicado es “PSC: Historia de una traición” (Deusto, 2020). Premio Ciutat de Barcelona año 2000 en Radio y Televisión.

La falsa placidez del estío

27 de julio de 2022

Este verano será recordado, probablemente, como el de la gran fuga, el verano en el que la mayoría no quiso ver, oír ni saber. Un verano en el que todos los que pudieron se atrincheraron en la trilogía chiringuito-playa-sol con todas las variaciones que ustedes quieran según procedencias, gustos y bolsillo. La consigna es evadirse de la realidad y fingir que aquí no pasa nada, que ya tendremos tiempo a la vuelta de vacaciones para preocuparnos de todo. Los españoles somos especialistas en pensar que la historia puede aplazarse como aplazamos cotidianamente las mil cosas que tenemos pendientes sin que pase nada. Pero la historia no es ese cuadro que tenemos que colgar desde hace un año, el grifo del baño que gotea y que precisa que le cambiemos la goma o la carpeta repleta de facturas y papeles que acumulamos esperando que el polvo que se deposita en ella acabe por apiadarse de nosotros y los ordene en forma debida.

Así estamos, con la masa dirigiéndose precipitadamente a la falsa placidez del estío con la misma voluntad con la que los lemmings lo hacían hacia el precipicio

Nuestra nación entra ahora en una siesta veraniega en la que nadie quiere saber nada de nada y que tiene más en común con el sueño de la adormidera que con dar una cabezada. Queremos huir, escaparnos, queremos que no nos salpique la cruda realidad. Nuestra historia reciente no ha sido más que una torpe y cobarde huida hacia adelante. Lo hicimos durante el confinamiento, refugiándonos en pueriles aplausos, cánticos, manualidades y demás simplezas mientras que a nuestro alrededor morían miles de nuestros compatriotas. El Gobierno nos hurtó a la vista lo que pasaba en las UCI engañándonos como a niños. Y como niños somos, lo creímos.

Se trataba de volver a la “vieja normalidad”, com si la vida fuese normal. Veíamos en la televisión a jovencitos diciendo que tenían derecho a “su” fiesta, como si el mundo fuera un complot organizado para que ellos fuesen infelices. Esa puerilidad social es reflejo de lo que somos, un constructo cobarde que solo desea no tener que verse implicado en nada, al que le horroriza decidir, que no soporta la más mínima cesión de sus hedonistas gustos. Y, claro, hay que huir. De la pandemia, antes, de la guerra de Ucrania, después. Y ahora hay que huir de la crisis económica que va a hacer saltar por los aires la mentira que venimos disfrutando desde que nos creímos una sociedad moderna, culta y con esa estupidez llamada clase media. Me decía un viejo profesor que en el mundo hay dos clases de personas, las buenas y las malas. Que eso de clase trabajadora, clase media, media alta o media baja, clase rica y demás humoradas no eran más que pretextos del sistema que nos quería encajonados en vagas definiciones para impedirnos ver que lo contaba en realidad era el individuo, no la masa

Así estamos, con la masa dirigiéndose precipitadamente a la falsa placidez del estío con la misma voluntad con la que los lemmings lo hacían hacia el precipicio. Esa es la imagen que me viene a la mente, lo siento. Todos en hilera con el objetivo de suicidarnos como pueblo. Eso sí, de vacaciones.

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