La geógrafa Belarra —ya era hora de que tuviéramos una ministra culta y preparada—, me ha devuelto a la juventud. En mis años mozos traté con frecuencia a una barquillera de Ondarreta, Prudencia Igueldomendi, una mujer fuerte y contundente. Estaba casada con un bombero de Rentería. No tenían hijos, y ella lo justificaba con sintética naturalidad. –Él todo el día con “inshendios” y yo con barquillos. No hay oportunidad-. Desapareció durante una semana en pleno mes de agosto. A su vuelta, le preguntamos por los motivos de su ausencia, muy lamentada.
En aquello años, el síndrome de abstinencia no lo producían las drogas, sino los barquillos. Y confesó la causa de su breve desaparición. – Nada, que el marido se he fugado con puta “jovenshuela”-. Uno de los amigos de mi pandilla, al que llamábamos “el Gaviota”, porque era tonto de lejos y de cerca, idiota, muy entrometido y cotilla, le preguntó: – “Pruden”, ¿ y sabes dónde se han fugado?-. Y Prudencia, con rotunda seguridad y sagaz vehemencia, le respondió al Gaviota: -Por lo que he podido colegir se halla en una nación del Amazonas colindante con Inglaterra-.
Belarra, que rima con guitarra y con proetarra, es ministra del Gobierno y prestigiosa geógrafa. Carmen Calvo, la expulsada por Sánchez, que era catedrática de Derecho Constitucional, pero de alta ignorancia geógráfica, sabía menos aún de geografía que de Derecho Constitucional.
En una visita a Almonte, inmediato al Rocío y al Coto de Doña Ana, explicó la emoción de sus sensaciones. –Es maravilloso este lugar, a orillas del Mediterráneo-. Estudió con tanto afán el Derecho Constitucional, que no tuvo tiempo para echar un vistazo, a vuela ojos, al mapa de España. Porque el Mediterráneo y Doñana quedan a trasmano, y el mar que baña y muere en las costas de Huelva es nada menos que el océano Atlántico.
Ione Belarra ha responsabilizado de la discreta nevada, quizá granizada, en Brasil al cambio climático, al agujero de la capa de ozono, y a otras obsesiones climatológicas de la izquierda geógrafa
Belarra se ha sentido abrumada con la imagen de una localidad brasileña nevada. Belarra, que para eso es geógrafa, resume el clima de Brasil a la playa de Copacabana en primavera y verano, con ellas luciendo tanga y ellos con sus minibragas ofreciendo paquete. Y ha responsabilizado de la discreta nevada, quizá granizada, en Brasil al cambio climático, al agujero de la capa de ozono, y a otras obsesiones climatológicas de la izquierda geógrafa. A punto ha estado a endilgarle la nevada brasileña a Plácido Domingo y a las pobres mujeres españolas que de jóvenes, tenían prohibido montar en bicicleta. Lo cierto, es que el trabajo que desarrolla en su Ministerio es tan agotador, que a pesar de su sabiduría geográfica, no reparó en la existencia de los dos hemisferios. El hemisferio norte y el hemisferio sur, separados por la invisible línea del ecuador, de tal modo, que el 21 de junio los habitantes del planeta que vivimos en el hemisferio norte, celebramos la llegada del verano, y ese mismo día, los del hemisferio sur, festejan el principio del invierno. En Buenos Aires, Río de Janeiro y Santiago, Papá Nöel, por ejemplo (no deseo ofender a la geógrafa Belarra aludiendo a Los Reyes Magos), pasa bastante frío dejando regalos de Navidad a los niños del hemisferio Norte, y como es tonto del culo, se lleva unos sofocones de aúpa dejando los juguetes a los niños del hemisferio sur, con la misma ropa de abrigo. Porque allí, la Navidad tiene lugar en pleno verano, mientras que aquí la Navidad se festeja con nieves y fríos. Y no es culpable del todo Papa Nöel, que no cambia sus ropajes de Groenlandia cuando alcanza el hemisferio sur y los cambia por un conjunto de hilo para mitigar el calor. Es culpa de los hemisferios, fundamentalmente. Pero el trabajo en la hamaca de Ione Belarra es tan agotador, que ha olvidado la influencia hemisférica que domina en el planeta Tierra, que es olvido imperdonable y abre las puertas de la amnistía a un cambio de tono en el final de este artículo.
¡Burra!