Aparecieron ayer unas imágenes de dos mujeres bailando con mucho contoneo y aparato de brazos. Eran ‘nuestra’ Penélope Cruz y Bianca Censori en la fiesta de cumpleaños de la última, celebrada en Maldivas. Penélope es mujer de Bardem y Bianca esposa de Kanye West, y Bardem y West son dos celebridades que no imaginábamos relacionadas, aunque así de azarosa es la combinatoria de los superfamosos.
No nos viene mal porque teníamos en la retina la fiesta navideña de Los Javis. Vimos a Igartiburu dando las uvas y a Rosalía (muy amiga de las Kardashian) cantando con el cantante de Carolina Durante, de sorprendente parecido con los anfitriones, como si fuera una combinación perfecta de los dos, El del medio de Los Javis.
El chaletazo de Los Javis, donde reina el habibi, ya lo habíamos visto en un Hola, y tiene el mérito de despertar a la vez el recelo derechil y el izquierdista de pana o lo que antes era pana, que considera inaceptable tanto despliegue, aunque cualquier cosa con jardín es despliegue ya. Entre las diez cosas de Netflix más vistas en España estas navidades ha estado la chimenea: una hora de troncos crepitando en la televisión del pisito.
El chalet de los Javivis rezuma una modernez muy satisfecha, un aburguesamiento almodovariano pero no de llegada sino de salida. Una frivolidad completamente estructurada. Ese elitismo español queda pequeño y pobretón y quizás sea eso lo que despierta el resentimiento de la gente, el ¡qué poco sois!
Lo de Censori en Maldivas permite soñar con otras rutilancias. Bianca es alguien muy importante porque con ella Kanye West estaba haciendo una especie de experimento performativo. Tras romper con Kim Kardashian, creadora de un nuevo canon de belleza, apareció con ella, una desconocida australiana que sin rubor imitaba a la ex. Kanye presentaba a una mujer que parecía la copia de Kim, tan Kardashian que en algunas fotos posteriores es la propia Kim la que imita a Bianca. Superaba a Kim con una nueva Kim y no lo disimulaba. Superaba el ¡supéralo!
El paso siguiente fue el más sorprendente. La nueva pareja comenzó a aparecer en público de un modo espectacular. Bianca iba prácticamente desnuda. Con mini bikinis, hilillos de vinilo, transparencias totales, trajes color carne, mallas a medio cachete, diseños atrevidísimos que la mostraban casi desnuda y siempre de la mano de Kanye, que a su lado vestía de negro y tapado en su totalidad: chándales oscuros, monos, capuchas, o equipos de protección covidiana con máscara incluida. Él cubierto; semidesnuda ella.
La imagen era tan chocante que no podía evitar mandar un mensaje. Kanye estaba invirtiendo algo de un modo paradójico. Él llevaba un burka masculino, iba cubierto, enlutado, preservado y ella parecía obligada a la exhibición, forzada a la desnudez. La pauta era la contraria, como si West citase y a la vez rebatiese los códigos de vestimenta musulmanes. Por supuesto, Censori, su pareja, vestía así libremente, pero en la composición había algo forzado, como si él la llevara así, como si él se lo impusiera. Era tan vivo el contraste y tan rotunda la voluptuosa desnudez de la mujer, tan impúdica su exhibición, que parecía haber fuerza, dominio patriarcal… pero ¿qué patriarcado podía ser ese? Uno que la obligara a ella a exhibirse hasta una nueva regla de decencia. West ‘nos’ regalaba a su mujer. Tras haberla kardashinizado, ahormado a su ideal femenino, nos la ‘regalaba’ visualmente.
Era como algo moro, pero moro al revés, y eso se subrayaba con su propia vestimenta: un negro riguroso y una total ocultación. El tapado era él, como si el privilegio masculino fuera la preservación, el emburkarmiento. O como si dijera: si la muestro así, he de taparme yo. ¡Ve como quieras, pero yo me emburko! (imaginemos una línea ponible de ropa deportiva que protegiera al hombre de las miradas, que aislara y velara su honra… no velarla a ella, velarse él).
Bianca parecía la encarnación de un diálogo Occidente-Islam, la respuesta al mundo musulmán del Eterno Femenino, bien polarizado pero a la vez totalmente occidental. Era a la vez patriarcal y occidental. Lo uno no quitaba lo otro y así se respondía con un modelo alternativo. La vía Kanye del diálogo/batalla entre civilizaciones, que el west (Occidente) fuera el kanyewest: ni la velada sumisión femenina, ni la igualación confusa; ninguna y las dos. En la refutación de lo musulmán había un morismo. De los muslimes West cogía el fuerte contraste hombre-mujer, el pudor e interiorizaba una radicalidad orgánica y separadora, para convertirla en exhibición total y aceleradora de la mujer, como en un destape futurista, como si fuera el tipo de mujer para anunciar los coches de Elon Musk. Injertaba algo de lo uno en lo otro. Hacía lo opuesto al hombre musulmán, pero en cierto modo como un musulmán. Aceleracionista de la mujer, el cuerpo de la mujer no puede volver atrás. La solución es que el hombre lo asuma reintroduciendo el pudor en su propia vestimenta.
Era tan posible verlo así que dejábamos de admirar las curvas de ella para quedarnos en el mensaje. «Esta mujer está tremenda, pero… ¿qué significa?». Su jamonismo extremo se hacía concepto y eso la vestía.
Las cosas geniales de Kanye… Su exuberante mujer performativa, que parecía irreal, baila ahora con la belleza clasicona de Penélope Cruz, no muy lejos del poco conceptual Javier Bardem, con sensualidad sorrentina las dos. Y eso, que sería mucho: clichés mediterráneos, jamón, jamón, huevos de oro, de repente parece muy poco. La normalización de Bianca Censori nos entristece porque en esa mujer, en el paradigma poskardashiano, se ensayaba algo, una posibilidad, un experimento. Al verla con Pe sentimos que en cualquier momento podría aparecer por allí un Javi, que nunca sería un Javi sino dos Javis.