«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

La insurrección de la nueva periferia

3 de septiembre de 2024

Un tercio de los votantes en las elecciones regionales de Turingia y Sajonia ha optado por Alternativa por Alemania (AfD). El dato es aún más revelador si se tiene en cuenta la campaña de diabolización de este partido emprendida por el sistema en el último año, con amenaza abierta de proscripción legal. Los medios de la oligarquía, en España como en todas partes, han caracterizado a AfD como un partido fascista. Era lo mismo que decían de Marine Le Pen, que se llevó más de un tercio de los votos en las legislativas francesas. Si uno hiciera caso a las terminales de la comunicación oficial, pensaría que una ola de siniestro fascismo se abate sobre Europa. Pero basta una mirada a la realidad (y también a quiénes son los denunciantes) para constatar que no hay nada de eso. Hay más bien otra cosa, algo nuevo, algo que sin duda es el acontecimiento mayor de nuestro tiempo. Podemos llamarlo insurrección de la periferia social.

En toda sociedad moderna (porque el mundo tradicional funcionaba de otro modo) hay un centro, una posición central, que está compuesto por los principales beneficiarios del sistema, y hay una periferia, una posición en los márgenes, que se llena con los perjudicados, los explotados, los expulsados. El arte más fino de la política, como gobierno de la polis, consiste en ser capaz de hacer que el mayor número se sienta implicado en la vida colectiva, es decir, que se sienta centro, y que la periferia sea lo más pequeña posible; porque así, con un centro muy extenso y una periferia mínima, será más fácil garantizar la supervivencia del conjunto. Precisamente la gran conquista de las sociedades europeas después de la Segunda Guerra Mundial consistió en lograr que la periferia se incorporara masivamente al centro. Veníamos —no hay que olvidarlo— de las feroces rupturas sociales provocadas por la segunda revolución industrial, que expulsó hacia la periferia a enormes masas de ciudadanos. No por azar hubo revoluciones socialistas y fascistas, guerras mundiales y crisis económicas letales. Después de 1945, por el contrario, todos los sistemas políticos europeos (también en España) vinieron a converger en un mismo designio: que cada vez más gente de la periferia se sintiera vinculada al centro. Así llegaron las políticas de protección social, la apertura del consumo a las grandes masas, las vacaciones pagadas, el trabajo fijo, el acceso generalizado a la propiedad y, en fin, todas esas cosas que construyen el Estado del Bienestar y que a la generación precedente le hubiera parecido un sueño imposible. El gran milagro europeo de la posguerra no fue otra cosa: todo el mundo tenía la convicción —muy cierta— de que vivía mejor que sus padres y, aún más importante, que sus hijos vivirían todavía mejor.

Poco a poco, sin embargo, hemos empezado a recorrer el camino inverso. Todos los cambios que hemos vivido en el último medio siglo han expulsado a cada vez más gente hacia la periferia. La depauperación de las clases medias en todo Occidente es quizás el signo más visible, acompañado de un creciente sentimiento de extrañeza hacia el propio entorno social y cultural, hacia la forma de vida que el sistema ha impuesto. Ya nadie piensa que sus hijos vayan a tener las mismas oportunidades que uno para construir un proyecto vital de autonomía personal. El trabajo se precariza, los salarios no llegan, el acceso a la propiedad se hace cada vez más difícil y, simultáneamente, el modelo cultural impuesto por el sistema empuja a bajar los brazos para conformarse con una modesta fruición de pequeños placeres efímeros, una suerte de consumismo del espíritu, mientras todos los signos de identidad colectiva se borran bajo el impulso de la globalización cultural y la llegada de masas procedentes de otras latitudes. En Davos lo expresaron muy bien: «No tendrás nada y serás feliz». Y ciertamente, cada vez tenemos menos, pero ¿felices? ¿Quiénes? Ni siquiera los que defienden este nuevo mundo.

Que el voto de AfD haya sido en muy buena medida juvenil es un claro indicio: hay ya una Europa que se siente fuera, expulsada de su propio mundo por un sistema de poder que, en el caso alemán, se encarna en el consenso CDU-SPD y que en otros países adopta otras formas, pero que siempre repite el mismo mensaje, a saber, que la culpa es tuya. Ésa es la nueva periferia: la de quienes se ven expulsados pero se niegan a aceptar la culpa. En Francia, el poder ha llegado a la petulancia (suicida) de pensar que se puede gobernar contra una periferia que supera ya un tercio de la sociedad francesa. En Alemania van a intentarlo también. El recurso a la «amenaza fascista» seguirá corriendo encima de la mesa y no tardaremos en ver —está pasando ya— una creciente ofensiva contra la libertad de expresión y asociación. Eso sólo agravará las cosas, porque acentuará el sentimiento de que a uno le han robado la propia patria. La nueva periferia seguirá creciendo. Lo hará con dosis cada vez mayores de resentimiento y cólera a medida que el sistema endurezca la presión. Y así las elites europeas habrán arruinado la obra de nuestros padres y abuelos.

Lo que haría falta es un proyecto político que aspire a cerrar esa brecha, que trate de devolver al centro a todas esas multitudes que ahora se ven arrojadas a la periferia. Un proyecto que no puede ser sólo económico, porque, precisamente, lo que nos ha traído hasta aquí es la desaparición de los proyectos políticos nacionales bajo el peso de los propósitos económicos globales. Quien logre abanderar ese proyecto, y explicarlo de forma clara y visible, se ganará sin duda la adhesión de esta nueva periferia social. Una periferia que, incluso si no es consciente de ello, está ya en plena insurrección.

.
Fondo newsletter