«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

La lección de Rotherham

9 de enero de 2025

¿Por qué siguen (seguimos) haciéndolo? Me refiero a la cansina pregunta retórica dirigida a ecologistas que callan ante la China que no para de abrir centrales de carbón, a activistas LGTB que nunca hacen referencia al ahorcamiento de homosexuales en regímenes islámicos o, por ir al caso, a las feministas que callaron, callan y siguen callando ante el horror de la esclavización, abusos y torturas a miles de niñas durante años en Inglaterra.

Es, además de aburrido, contraproducente, porque es una aceptación tácita de que hay algo de verdad en lo que pregonan, y no. El feminismo real no existe para luchar por misteriosos derechos de las mujeres, sino para favorecer a la izquierda. Los grupos ecologistas no existen para proteger la naturaleza, sino para favorecer a la izquierda. Los antirracistas profesionales no existen para luchar contra el racismo, sino para favorecer a la izquierda. Y así sucesivamente. Cuanto antes lo entendamos, antes podremos plantear la batalla de manera correcta.

Lo que pasó en Oldham, en Rotherham, en Telford, es, a la vez, sencillo de explicar pero muy difícil de digerir. Y sí, está claro que la idea de llenar tu país, una sociedad razonablemente homogénea y cohesionada, con miríadas de extranjeros que mantienen lealtades propias y una cultura diametralmente distinta a la propia, que considera legítimo lo que los nativos consideran abominable y abominable lo que los nativos ven bueno, es el gran crimen de este principio de siglo, por el que deberían pagar miles de políticos y activistas. Porque es, además, un crimen irreparable a partir de determinado momento, cuando ya no hay marcha atrás, y supone el asesinato de una civilización, su destrucción deliberada.

El Reino Unido, como España o Francia o cualquier otra nación histórica, es algo concreto, aunque cambiante, y no todo lo que se dé en su suelo es la nación. Al Andalus no era España, aunque ocupara el mismo territorio, igual que si un grupo de okupas entra en mi casa no se convierten en mi familia. En las tres mayores ciudades del Reino Unido, los británicos de cepa son ya minoría.

Y, sin embargo, no es eso lo peor de Rotherham, lo peor que nos enseña Rotherham. Lo más terrible, lo más satánico del caso, lo que aún se niega a asumir la mayoría, es hasta qué punto es ya insalvable el abismo que separa a quienes nos gobiernan de sus compatriotas. A las niñas se las dejó en manos de sus violadores y abusadores, no solo por no tener líos con la comunidad paquistaní, por motivos de cálculo electoral, sino porque no importaban a nadie. Francamente, eran basura blanca, clase obrera, chusma. No es como si el drama hubiera afectado a la hija de un don de Oxford o a algún financiero de la City, alguien con alguna capacidad de hacerse oír. Eran solo niñas inglesas del arroyo, el estrato más fácil de ignorar.

Advertía Aristóteles en su Política (o quizá no) que el buen gobernante fía su seguridad física a sus compatriotas, mientras que el tirano acude a extranjeros para que le protejan, porque los extranjeros no tendrán el menor reparo en reprimir a los nativos, al no tener hacia su sociedad lealtad alguna.

Siento sonar hereje, pero no creo tan importante que una comunidad política esté gobernada por una democracia o una monarquía (en el sentido clásico), como el hecho de que el gobernante se sienta solidario con el gobernado, lo sienta compatriota, parte de un mismo destino común.

Y lo que vemos por todo Occidente es el caso contrario. Hablamos continuamente de élites internacionales, pero hasta cierto punto hasta nuestros gobernantes locales piensan, sienten y actúan como apátridas.

El periodista británico David Goodhart dice que toda sociedad está compuesta por dos tipos de personas, la gente de alguna parte y la gente de cualquier parte. Los primeros son los que no se pueden permitir no tener patria, los que construyen, los que dan un color especial al lugar en el que viven. Los segundos pueden vivir en cualquier lugar, y a menudo lo hacen, como George Soros, sin desarrollar ningún apego por él. Y me temo que hoy estamos gobernados por gente de cualquier parte a quienes no importamos nada.

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