El actual orden mundial, diseñado para un mundo ido, se halla tambaleante. Se deriva, fundamentalmente, del impuesto por el resultado de la II Guerra Mundial. Los Estados Unidos de América se constituyeron en la potencia dominante, al menos en el ancho mundo occidental. El centro de ese nuevo orden fue la Organización de las Naciones Unidas (ONU), aunque, más que de naciones, se trataba de Estados, y aun de gobiernos o regímenes. El objetivo era organizar el mundo bajo la égida de los Estados Unidos, el nuevo Zeus; en todo caso, con sus aliados de la contienda. De ahí que se conserve el poder de veto, en el Consejo de Seguridad de la ONU, para los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Rusia y China. Parece, hoy, un privilegio prepóstero, nada acorde con el principio democrático.
La ONU es, realmente, toda una galaxia de entidades supraestatales: la Organización Mundial de la Sanidad (mal traducida como “de la Salud”), la Organización Internacional del Trabajo (que proviene de la anterior Sociedad de Naciones), la UNESCO, la NATO, etc. Hay alguna tan curiosa, como la OCDE, que se creó para administrar los fondos del Plan Marshall, después de la II Guerra Mundial. Hoy es, perfectamente, inútil. Como lo son todos esos acrónimos, a los que habría que añadir los de la Unión Europea y la Organización de Estados Americanos. Su función real es, hoy, la producir continuos informes y toda clase de “papeles” de dudosa eficacia. Por lo general, todas esas grandes organizaciones con rango diplomático son solo máquinas burocráticas, cuya misión principal consiste en perpetuarse. Su coste económico es ingente. Su utilidad es más que dudosa para preservar la paz global y, no digamos, para conseguir el aumento de bienestar en el mundo. Se comprende la sabia decisión del Reino Unido de retirarse de la Unión Europea, si bien nunca aceptó el euro.
Debería suponer una organización burocrática mínima […] Los sujetos serían los Estados soberanos, pero también personalidades eminentes de distintos ramos
El conjunto de todos los acrónimos internacionales esconde el hecho fundamental de la hegemonía de los Estados Unidos. Y, en menor proporción, la de Alemania y otros países centrales europeos. En el entretanto, ha ido emergiendo la nueva supremacía (de momento, económica) de la República Popular China.
Ante la nueva realidad política del mundo, se impone la consideración de un nuevo orden internacional. Personalmente, la veo, más bien, como una especie de Conferencia Global, donde los Estados podrían plantear sus intereses y diferencias. Misión básica de la nueva entidad sería regular los flujos de población (migraciones y refugiados) y canalizar las ayudas en caso de catástrofes. Debería suponer una organización burocrática mínima, del estilo del Comité Olímpico Internacional. Los sujetos serían los Estados soberanos (hoy ya casi no quedan colonias), pero también personalidades eminentes de distintos ramos (económico, científico, cultural, etc.) a título individual. Es básico conservar el principio de soberanía de cada uno de los Estados, unos 200. Se trata de la creación política más formidable de la historia. Intentar superarla equivale a retroceder. Su fracaso más notorio es el que se aprecia en la Unión Europea, que no es ninguna de las dos cosas. No es solo porque el Reino Unido se haya salido, sino porque Rusia no ha entrado.