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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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La opción polaca

7 de marzo de 2022

Ucrania ha estado arropada durante mucho tiempo por los Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN. Algunos pensaron que la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca era la garantía de que el poder estadounidense respaldaría al país más grande de Europa Central. Desde 2014, se fue impulsando a Ucrania a adoptar un modelo de sociedad inspirado en el progresismo global. Todos consideraban a ese país, surgido del Euromaidán, un modelo de transición hacia una “sociedad abierta”. Desde la ideología ambientalista hasta la cultura de la cancelación y el movimiento “woke”, no había moda cultural que pasara de largo. 

Algunos pensaron, con razón, que eso alienaría a los conservadores, los tradicionalistas y, en general, los europeos críticos con esa ideología progresista que, en algunos aspectos, supera incluso la distinción entre derecha e izquierda. No falto quién creyese que, en caso de conflicto, los europeos defensores de la soberanía de los Estados nacionales frente al proyecto globalista se alejarían de los ucranianos y se volverían a Rusia. A fin de cuentas, muchos de ellos la veían como la Tercera Roma, el baluarte de la tradición y el único valladar frente a ese progresismo que reniega de la familia y el patriotismo.

A la hora de la verdad, uno no sacrifica su vida en el campo de batalla “por el clima”, sino por su mujer, sus hijos y su tierra

Sin embargo, bastaron unas horas de combates para que esos europeos saliesen en defensa de Ucrania. Hoy, por toda Europa, se prodigan manifestaciones y concentraciones en apoyo de los ucranianos. Se hacen llamamientos a la solidaridad con estos verdaderos refugiados. Se piden medicinas, ropa de abrigo y alimentos. A lo largo y ancho de España, las parroquias se han coordinado para acudir en ayuda de ese pueblo que resiste. Se reza por la paz en Ucrania en cada iglesia. Decenas de miles de patriotas han puesto, junto a su propia bandera, la enseña celeste y amarilla. No ha necesitado ninguna canción de John Lennon para conmoverse. Les ha bastado el majestuoso himno ucraniano para escuchar la llamada de un pueblo. Han sido suficientes las madres y los padres en defensa de sus familias para movilizar a centenares de miles que desconfían de “Imagine” y su pretendida utopía de una humanidad desarraigada. 

Desde el primer momento, el ejemplo de solidaridad ha sido Polonia, hostigada desde Bruselas por oponerse a las políticas “progres” que llegan desde la Comisión y por defender la soberanía de los Estados. Frente a toda la palabrería satirizada en el “deeply concerned” de los políticos y los burócratas de la Unión Europea, Polonia ha liderado el apoyo a Ucrania y, desde el inicio de las hostilidades, ha brindado su ayuda. Ha abierto las puertas a estos verdaderos refugiados. Ya hemos visto quiénes huyen de Ucrania: mujeres, niños y ancianos. A los puestos fronterizos han acudido miles de polacos a recoger a las familias que llegaban en autobús, en coche o a pie. Los han acogido en sus casas. Los han abrigado y alimentado. Esos mismos a quienes se castigaba desde Bruselas han dado un ejemplo admirable.

Miles de ucranianos han enviado a sus familias a lugar seguro y se han quedado para luchar. Muchos las pusieron a salvo y regresaron para unirse a sus compatriotas en el esfuerzo de guerra. Mujeres y hombres pelean hoy con las armas en la mano. Eso desbarata, con mayor fuerza que muchos argumentos, toda la retórica de las políticas identitarias. Nada une tanto como la defensa de los hijos y el resto de la familia. Por mucha ideología “woke” que se difunda, a la hora de la verdad, uno no sacrifica su vida en el campo de batalla “por el clima”, sino por su mujer, sus hijos y su tierra.

Los impulsores de las “revoluciones de colores” y la Agenda 2030 se han visto superados por Polonia, ese país que tanto incomoda al progresismo

Así, los conservadores y tradicionalistas, que desconfian de ese modelo social simbolizado por Greta Thunberg, Ursula von del Leyen y Joe Biden, han alzado la voz por esos ucranianos desconocidos que abrazan a sus esposas y besan a sus hijos con el Kalashnikov en la mano. La cobardía y la tibieza del progresismo global —siempre preocupado, pero sólo eso— han sido desplazados por los ucranianos que, desde toda Europa, han regresado a su país para combatir. Ucrania no está sola, pero ningún otro país ha simbolizado como Polonia la opción conservadora en su defensa. Los que querían una “sociedad abierta”, los “highly concerned”, han recibido una lección de dignidad de Polonia y de otros países que han enviado lo que Ucrania pedía: armas, munición y material de defensa. Estonia, Letonia, Lituania, la República Checa y hasta Bélgica han mandado lo que han podido. Otros, como Alemania y (¡ay!) España, han llegado algo más tarde.

Polonia ha demostrado que, entre Bruselas y Moscú, hay otra opción. Los mismos que la estigmatizan y la acosan son los que titubeaban mientras discutían si las sanciones económicas serían o no suficientes para detener a un ejército que avanzaba. Hace pocos días conocíamos que la investigación del Parlamento Europeo contra Polonia tenía por finalidad «ayudar a la sociedad polaca a cambiar las autoridades que no parecen ser buenas para Polonia». Ahora, los impulsores de las “revoluciones de colores” y la Agenda 2030 se han visto superados por este país que tanto incomoda al progresismo de la Comisión y de la Eurocámara.

Todas esas políticas progresistas, por cierto, tienen buena parte de la responsabilidad de lo que ha sucedido en estas décadas. No todo empezó a finales de febrero ni en 2014. Hay que remontarse mucho más atrás en el tiempo. Los intentos de acabar con los Estados nacionales y su soberanía, con la familia, el matrimonio, la religión y todos los vínculos que nos unen a los seres humanos comenzaron mucho antes. Ya habrá tiempo para analizarlo. Por lo pronto, dejemos aquí constancia de que hay una opción polaca para salvar a Europa.

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