«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)

La política y los ‘outsiders’

1 de febrero de 2025

Este siglo ha traído consigo una interesante novedad: la incursión de los outsiders incorporándose a la acción política. Se trata de personas que desarrollaron su actividad profesional en el ámbito privado y que, súbitamente, incursionan en la carrera por el poder. Su éxito, claramente, es una reacción al resultado insatisfactorio o insuficiente que han tenido las estructuras convencionales a los reclamos de la población. Los outsiders suelen promover ideas y enfoques no convencionales que desafían el statu quo y, a menudo, enfrentan a las políticas gubernamentales establecidas, enfocándose en la innovación y en decisiones nunca evaluadas por la política tradicional a la que desafían buscando cambiar las regulaciones que consideran restrictivas o anticuadas.

Sus acciones y declaraciones a menudo generan un gran interés mediático, por lo que concitan impacto y promueven un interesante debate sobre sus visiones en el ojo público. La búsqueda continua de avances tecnológicos y nuevas formas de hacer las cosas es una característica central de sus acciones.

Sin embargo y a pesar de las buenas intenciones que los impulsan, su enfoque sobre la resolución de conflictos refleja las diferencias en sus perspectivas y por qué no es posible ni aconsejable trasladar el estilo de liderazgo del mundo corporativo a la política global. La política tiene una complejidad que requiere de una evaluación amplia que contemple la infinidad de actores e intereses que la componen. 

Mientras el outsider mide sus intervenciones solo por resultados, la política exige una evaluación detallada de muchas más variables. Simplificar los hechos y sus consecuencias fomenta una rivalidad con los líderes tradicionales que no tiene que ver necesariamente con personalismos sino con sectores e intereses que también deben tenerse en cuenta a la hora de decidir.

Recientemente se conocieron ciertas desavenencias entre el presidente Donald Trump y su asesor estrella, Elon Musk. El impacto de sus respectivas áreas de influencia se hizo evidente. Las decisiones gubernamentales del presidente en cuanto a regulaciones ambientales y energéticas siguen afectando de manera directa a las operaciones de Tesla y SpaceX. Las políticas menos restrictivas beneficiaban a las industrias tradicionales, mientras Musk abogaba por energías limpias y sostenibles, ganando apoyo tanto nacional como internacional.

A pesar de las barreras impuestas por la administración de Trump, Musk no ceja en su empeño de revolucionar la tecnología y la innovación. Sus logros en vehículos eléctricos y los asombrosos avances en la exploración espacial desafían constantemente el statu quo. 

El enfrentamiento entre Donald Trump y Elon Musk refleja una tensión más profunda entre diferentes visiones del futuro de Estados Unidos y el mundo. Mientras Trump encarna una mirada más conservadora y nacionalista, Musk se erige como el defensor de la tecnología, la sostenibilidad. Esta rivalidad, alimentada por sus fuertes personalidades y la influencia en sus respectivos campos, seguirá siendo un tema candente de interés y debate. 

Musk ha sido un pionero en la tecnología y la innovación, y sus esfuerzos en el campo de los vehículos eléctricos y los viajes espaciales han desafiado ese statu quo del cual a la política le cuesta desapegarse. Mientras Trump se ha centrado en políticas de crecimiento económico tradicional, Musk ha promovido una visión de futuro impulsada por la tecnología.

El enfrentamiento entre Donald Trump y Elon Musk es un reflejo de diferentes visiones del futuro de Estados Unidos y del mundo. Porque Trump, fiel a su promesa de campaña, sigue orientando sus decisiones a cumplir con lo que ha dejado de ser un eslogan: «America first», mientras que Musk promueve un enfoque más global y tecnológico, centrado en el interés de sus gigantescos emprendimientos. 

A lo largo de los años, ambos hombres han intercambiado coincidencias pero también críticas y desacuerdos que reflejan sus diferentes visiones del mundo y estilos de liderazgo.

Durante la primera presidencia de Trump, Musk fue miembro de varios consejos asesores, lo que le permitió influir en la política de tecnología y energía del gobierno. Sin embargo, la relación se resintió debido a desacuerdos sobre temas clave como el cambio climático y las políticas migratorias. Musk fue defensor de las acciones climáticas; de hecho, su compañía Tesla se centra en la producción de vehículos eléctricos con la intención de evitar los combustibles tradicionales. No solo criticó públicamente la decisión del entonces presidente Trump de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, sino que ese episodio lo llevó a renunciar a su puesto en esos consejos asesores de los que formaba parte. 

La inmigración también fue motivo de discrepancia. Musk, quien nació en Sudáfrica y ha sido un defensor de la inmigración, expresó su desacuerdo con las medidas restrictivas del presidente Trump, argumentando que la diversidad es esencial para la innovación y el progreso en la industria tecnológica. 

En los últimos días, el anuncio del presidente americano respecto de una millonaria inversión en inteligencia artificial que impulsa su administración incomodó a Musk y lo hizo saber a través de su red X. 

Ocurre que uno tiene la preocupación acotada a sus emprendimientos mientras que el otro, debe bregar por los intereses de su país. Son enfoques diferentes, válidos y atendibles ambos, pero con responsabilidades distintas y son otras las consideraciones a evaluar en la toma de decisiones. No entender esta divergencia es el riesgo de la incorporación de outsiders a la gestión pública. 

La demonización de la política es un fenómeno que ha dado muy buenos resultados electorales en los últimos años. Con un poco de perspectiva, ya es posible afirmar que sus resultados son variados pero la principal enseñanza que deja es una máxima, precisamente, de la política: lo que cambia la realidad no son los hombres sino las acciones que impulsen, las ideas que los motiven. La ideología correcta mejora la calidad de vida de los habitantes sin importar demasiado quién la encarne. Y también es cierto que haber transitado la vida pública no necesariamente descalifica; muchas veces, por el contrario, aporta un grado de experiencia, sensatez y serenidad que el nuevo no posee. 

De hecho, la crispación que se percibe en muchos países indica que, si no es promovida por este nuevo modelo de dirigentes, al menos no están pudiendo evitarla. 

El ejemplo de líderes americanos y europeos con trayectoria abona esta teoría. Los outsiders son una moda y es posible que pase, como todas las modas; es posible que pierdan popularidad cuando sus desaciertos se manifiesten y se entienda que la política, como toda actividad compleja, tiene reglas propias de convivencia que es valioso conocer. Desacreditar a dirigentes sólo por el hecho de exhibir un recorrido en la vida pública es deshonrar el aporte de muchas personas que sacrificaron y sacrifican la comodidad que podría otorgarles un empleo cualquiera y que se exponen al escarnio público intentando cambiar la realidad. 

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