«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

La razón de la fuerza

16 de marzo de 2021

El ideal de las relaciones interpersonales es la prevalente fuerza de la razón para resolver los posibles conflictos o las disputas más corrientes. Por extensión, ese mismo anhelo debería ser el que rigiera en las relaciones internacionales. Los actores no son, tanto, las naciones como los Estados. Con un acopio de mayor realismo, podríamos decir que las relaciones internacionales se resuelven entre los Gobiernos de esos Estados. (Nótese que Estado y Gobierno son voces que van con mayúscula inicial porque se trata de personas jurídicas).

En las llamadas relaciones internacionales resulta difícil la intervención de razones prácticas, convenientes para todos, y que sean aceptadas de forma general. En su lugar, se impone la llamada razón de Estado. Fue una innovación de la edad moderna europea, ahora, universal. El principio básico de las disputas entre los distintos Gobiernos es que el propio lleva la razón, aunque, resulte indemostrable. La operación se suele disfrazar con el piadoso manto de “patriotismo”. Es una posición, claramente, autoritaria. Sin embargo, no se suele reconocer así, no es un valor acreditado.

No existe ninguna entidad supraestatal (ONU, Unión Europea) a la que se le reconozca el monopolio de la fuerza, por mucho que, a veces, se intente

Resulta imposible que, ante las posibles disputas internacionales, todos los actores (los Gobiernos) tengan la misma o la última razón. La conclusión es que la hipotética “razón de Estado” se transforme, realmente, en una especie de razón de la fuerza. No es imaginable la supremacía de un Estado en particular, si no exhibe unas fuerzas armadas con una mejor dotación que la de sus vecinos o rivales. Por eso mismo, la “carrera armamentística” no tiene fin, siempre, tratará de incorporar la última tecnología. Naturalmente, no todos los Estados pueden pagarla. Por la misma lógica, los Estados con verdadero poder dan prioridad a la investigación científica.

La “razón de la fuerza” quiere decir que cuentan menos los criterios morales. En su lugar, se impone el éxito, la eficacia. Son valores mucho más medibles.

Cada Gobierno representa la soberanía de la respectiva nación, y es bueno que así sea. Para ello necesita arbitrar alguna forma de monopolio de la fuerza (la violencia organizada). Hay ocasiones en que no se consigue del todo. Es el caso del secesionismo de algunos grupos territoriales con la pretensión de constituirse en naciones, aunque sea sin Estado. Más flagrante es el supuesto del terrorismo o de las distintas “mafias”, ejemplos de violencia particular organizada, universalmente, condenados. Sin embargo, se producen en la vida real y con creciente vitalidad.

No existe ninguna entidad supraestatal (Organización de las Naciones Unidas, Unión Europea) a la que se le reconozca el monopolio de la fuerza, por mucho que, a veces, se intente. Tales entidades no son federaciones, por lo que la unidad natural de las relaciones internacionales sigue siendo los Estados. Es evidente que la llamada Comunidad Europea (no incluye a todos los Estados europeos) no ha logrado suprimir las embajadas de sus miembros; realmente, ni lo ha intentado.

Nadie desea la guerra entre dos o más Estados. Es una instancia de difícil justificación en nuestro mundo. De ahí que el respectivo aparato militar se etiquete como “defensa”. Es una ilustración más del carácter eufemístico, con el que se caracteriza a las actuales relaciones internacionales. Claro que mejor es el eufemismo que la violencia.

La realidad nos dice que lo que cuenta es la razón de la fuerza. No se llama así, por el manifiesto predominio del eufemismo o la teatralización de la vida internacional

Todo lo anterior no excluye la existencia del Derecho Internacional, una formidable creación cultural de Europa, en la que intervino España. Se cuenta, incluso, con tribunales internacionales para aplicar ese Derecho. Sin embargo, la realidad nos dice que lo que cuenta, definitivamente, es la razón de la fuerza. No se llama así, por el manifiesto predominio del eufemismo o la teatralización de la vida internacional. La cual consiste en interminables conversaciones de alto rango (“cumbres”) entre los actores del reparto. Ese es el fundamento de tantas organizaciones internacionales, cuyas otras funciones no se justifican mucho. Véase, por ejemplo, la Organización de Cooperación y Desarrollo, una entidad creada, en su día, para gestionar los fondos del Plan Marshall norteamericano. Nadie sabe qué función le corresponde en la vida actual. Se podrían aportar otros varios ejemplos en el mismo sentido.

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