Siempre al servicio de la causa subvencionatoria, los medios de comunicación afines al Gobierno publicitan sin descanso las protestas, previsiblemente crecientes hasta la celebración de las próximas elecciones autonómicas, de los sanitarios madrileños. Dentro de una estrategia selectiva de desgaste, pues la madrileña no es, ni mucho menos, la sanidad mÔs precarizada de España, son constantes los testimonios televisivos de determinados integrantes de este colectivo, algunos de ellos, ”oh, casualidad!, afiliados a los partidos que han hecho bandera de esta causa.
Mientras Madrid, rompeolas de todas las mareas, sigue siendo el terreno de batalla ideológico mĆ”s visible, en Baleares ha ocurrido algo inaudito: la rebelión de los galenos frente a las imposiciones de ese subproducto del catalanismo que responde al nombre de Francesca Lluc Armengol SocĆas, Francina Armengol en los carteles electorales. AllĆ, los mĆ©dicos han decidido no someterse a los dictados lingüĆsticos, en concreto la exigencia de la posesión del tĆtulo de catalĆ”n para trabajar en la sanidad pĆŗblica del archipiĆ©lago, con los que el gobierno balear trata de erradicar el idioma espaƱol del espectro pĆŗblico. Firmes en sus posiciones, algunos sanitarios han manifestado su propósito de abandonar las islas si esta medida se aplica. Si tal ocurriera, la sanidad balear se resentirĆa gravemente, aunque cabe dudar de que ello tuviera una cobertura mediĆ”tica adecuada.
La actitud de este colectivo contradice muchas de las mostradas otros que, debidamente encauzados por los sindicatos subvencionados que se dicen Ā«de claseĀ», se han ajustado a los excluyentes quicios autonómicos, engolfĆ”ndose y blindando sus puestos de trabajo frente a colegas de otras regiones. Un proceso, este, que se ha dado singularmente en el terreno de la enseƱanza, allĆ donde la lengua divide con la precisión de un bisturĆ. Sirva como ejemplo la Ćŗltima medida emprendida por el Gobierno autonómico de CataluƱa, cuyo consejero de Educación, bajo la coartada de lograr una Ā«comunidad integradaĀ» (sic), impondrĆ” el catalĆ”n en las guarderĆas para erosionar todavĆa mĆ”s el dominio que los jóvenes catalanes tienen de la lengua de Cervantes, idioma que, al parecer, no requiere de enseƱanza reglada.
La nueva medida del gobierno de AragonĆ©s, que se ha jactado de eludir la aplicación de un mĆsero 25% de horas en espaƱol, no hallarĆ”, mĆ”s allĆ” de algĆŗn aspaviento, oposición alguna por parte de los partidos mayoritarios, siempre plegados a las polĆticas de sus socios secesionistas. Que el mĆ”ximo responsable de esta nueva vuelta de tuerca lingüĆstica es el gobierno catalĆ”n, estĆ” fuera de toda duda, pero tambiĆ©n es indudable que la actual situación no hubiera sido posible sin la colaboración de muchos de los docentes catalanes, muchos de los cuales miraron para otro lado cuando, hace mĆ”s de cuatro dĆ©cadas, las amenazas e incluso alguna bala, hicieron que muchos maestros abandonaran CataluƱa ante la imposición de una medida similar como la que ha llevado a las batas baleares a enfrentarse al sucedĆ”neo gubernamental catalanista que opera en Baleares.
La reacción de los sanitarios de las islas, a la que se le aplica sordina por si encontrara eco en otros gremios y regiones, demuestra que es posible enfrentarse a las polĆticas disgregadoras a las que los diversos inquilinos de la Moncloa no han tenido el arrojo de enfrentarse. Cunda, pues, este ejemplo. Surjan una, dos, tres Baleares.