«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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Escritor, conferencista. Consultor político. Doctor en Derechos Humanos. Maestro en Filosofía, Cultura y Religión. Activista católico, provida y profamilia, y contra el socialismo, el comunismo y el progresismo. Presidente de “Nueva Derecha Hispanoamericana” y Fundador del Ejército Cristero Internacional. Speaker en CPAC 2022 y en el Congreso Iberosfera Monterrey. Ex Secretario de Comunicación del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Acción Nacional (PAN). Premio Nacional de Periodismo 2007, otorgado por la ONU en México. Analista Geopolítico. Su más recientes libros son: “La Contrarrevolución Cultural frente al marxismo posmoderno” (2022), y “La Nueva Derecha: el retorno de Dios a la cultura, ante el supremacismo progresista” (2023).
Escritor, conferencista. Consultor político. Doctor en Derechos Humanos. Maestro en Filosofía, Cultura y Religión. Activista católico, provida y profamilia, y contra el socialismo, el comunismo y el progresismo. Presidente de “Nueva Derecha Hispanoamericana” y Fundador del Ejército Cristero Internacional. Speaker en CPAC 2022 y en el Congreso Iberosfera Monterrey. Ex Secretario de Comunicación del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Acción Nacional (PAN). Premio Nacional de Periodismo 2007, otorgado por la ONU en México. Analista Geopolítico. Su más recientes libros son: “La Contrarrevolución Cultural frente al marxismo posmoderno” (2022), y “La Nueva Derecha: el retorno de Dios a la cultura, ante el supremacismo progresista” (2023).

La revolución cultural maoísta de AMLO

30 de junio de 2022

La «cuarta transformación» de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es, de fondo, una teoría que intenta hacer percibir a su movimiento como uno de los sucesos más importantes de la historia de México, al mismo nivel que tres grandes eventos previos: el primero es la Independencia (1810), el segundo la Guerra de Reforma (1858), de Benito Juárez, y el tercero la Revolución (1910).

Pero sucede que ninguno de esos tres movimientos que han marcado la historia mexicana fueron impuestos desde el poder, como sí lo está siendo la “cuarta transformación” de AMLO.

Ninguno de ellos se calificó positivamente a sí mismo valiéndose de las estructuras del Estado, y mucho menos fue puesto en marcha financiado por los impuestos, como sí lo hace este invento del actual presidente mexicano.

La Guerra de Independencia fue dirigida, a grandes rasgos, por Miguel Hidalgo y Costilla, interesante personaje, que a la postre ha sido llamado “el Padre de la Patria”: un sacerdote católico, y al mismo tiempo masón -con cinco hijos, que sí reconoció-, rector del Colegio de San Nicolás, y que con el estandarte de la Virgen de Guadalupe, lideró un ejército de cerca de 40 mil soldados.

La Guerra de Reforma tuvo como contexto la Ley Lerdo, en la que se promovió la venta obligatoria de los bienes de la Iglesia Católica, lo cual fue un ataque directo a la religión de la inmensa mayoría de los mexicanos, a manos de gente cercana a Benito Juárez, considerado por AMLO el mejor de los presidentes del país.

Luego vino la Ley de Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos, con lo que tales inmuebles pasaban de manos eclesiásticas a las de “la Nación”, léase, a las del gobierno de Juárez. Una vil expropiación, justo como las hechas por Hugo Chávez en Venezuela.

La Revolución mexicana tuvo una gran connotación de izquierda, buscando quitarle las tierras a sus legítimos propietarios para regalarlas a campesinos para que supuestamente las trabajaran.

Un serio conflicto que en cambio sí fue desencadenado desde el poder, fue la Guerra Cristera, causada por el presidente Plutarco Elías Calles, un rabioso enemigo de la religión católica que violó sistemáticamente el derecho de culto y la libertad religiosa de la gente, ocasionando una fuerte reacción de los devotos, que tomaron las armas ante el asesinato de sacerdotes y de fieles a manos del gobierno federal.

Pero el ejemplo más cercano en ideología e intenciones a lo que hoy promueve AMLO, es la revolución cultural china de Mao Tse Tung, un “movimiento” (1966-1976) totalmente dirigido por la mente perversa y asesina de este líder chino.

Veamos. La revolución cultural maoísta básicamente tuvo dos propósitos. Uno, neutralizar –ya fuera golpeando, encarcelando o incluso asesinando- a todos los disidentes del pensamiento único y hegemónico de Mao. Y dos, buscar acabar con la religión y con las costumbres y tradiciones milenarias de China.

Para esto, Mao ideó como un elemento fundamental de su revolución cultural, una reinterpretación de los hechos del pasado, una “reingeniería de la historia”. Para ello se valió de libros, pinturas, música y obras de teatro representadas por sus guardias rojos, en las que todo lo que antes era apreciado era presentado como carente de valor, y donde Mao y sus ideas eran exaltados como lo único aceptable. Tales obras de teatro eran itineradas por todo el país, bajo la protección y liderazgo de este obeso líder.

AMLO deja ver la influencia de la revolución cultural maoísta en su movimiento cuando ha puesto en marcha una reinterpretación de la historia mexicana, en muchas formas, entre las que destaca el borrar de los libros de texto de la educación básica, todo lo que considera pensamiento “de derecha”.

Así lo dijo textualmente AMLO recientemente: “Se quitó contenido neoliberal de los libros de texto”.

Es conocido que él llama “periodo neoliberal” al comprendido entre 1982 y 2018, donde gobernaron el PRI y el PAN de forma intercalada, y que realmente no dejaron atrás cierto nivel de asistencialismo, con lo que no pueden considerarse realmente “neoliberales”.

Pero esto a AMLO no le interesa, dado que el jefe de Estado mexicano es dado a inventar enemigos a los que pueda culpar de todo lo que ocurre, aún ahora que lleva gobernando 4 años ya.

Una nota periodística lo expone de esta forma: “El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, informó que se modificó el contenido de 2 libros de texto gratuitos de la Secretaría de Educación Pública para educación básica. Precisó que el sentido ‘neoliberal’ y ‘porfirista’ fue sustituido por uno ‘humanista’”.

El movimiento maoísta de AMLO desea cambiarlo todo desde cero, partiendo al país en dos: los que están con él y los que están en su contra.

Su justificación fue la siguiente:

“Es un tema importantísimo, tenemos que revisar los contenidos de los libros, porque los actuales tienen que ver con una concepción que predominó durante mucho tiempo. Se inscriben esos contenidos en lo que fue la llamada política económica neoliberal o neoporfirista, la cual tiene como eje el individualismo, el salir adelante sin escrúpulos de ninguna índole, poner por delante lo material, tan es así que por esa política económica suprimieron la impartición de civismo, ética, hablaban del fin de la historia».

Y remata:

“No les va a gustar a los conservadores pero se tiene que formar a partir del humanismo, con valores como la honestidad, la fraternidad, la igualdad, el hacer a un lado el clasismo, el racismo, la discriminación”.

Por supuesto, para AMLO “clasismo” no es en el que él mismo incurre todo el tiempo, cuando llama “fifís” a miembros de un sector de la población que goza de buenos ingresos, o cuando desprecia a la clase media por ser -según él- “aspiracionista”.

Tampoco se ve a sí mismo como racista cuando rechaza el legado de la hispanidad exigiendo al Rey Felipe VI de España o a su presidente que pidan perdón por las atrocidades de Hernán Cortés y sus compañeros de lucha en tierras hoy mexicanas. Y eso que es nieto de un español de Cantabria.

Tampoco ha de sentir que discrimina a los conservadores, cuando todos los días los critica, los ofende y les atribuye toda suerte de conductas delictivas, desde corrupción, hasta saqueos de la riqueza nacional. Es un asecho a los conservadores, desde el poder, un discurso de odio que pone en riesgo la integridad de quienes suscriben tal estilo de vida.

AMLO deja ver la influencia de la revolución cultural maoísta en su movimiento cuando ha puesto en marcha una reinterpretación de la historia mexicana

Y si hablamos de promover la honestidad, AMLO ha traído a México a personajes deleznables, como a Miguel Díaz-Canel, Evo Morales, Nicolás Maduro y a Lula Da Silva –quien estuvo preso 19 meses por corrupción-, justo lo que dice combatir el mandatario socialista blando de México.

Otro rasgo de su revolución cultural maoísta posmoderna mexicana es el obligar a todos los que cuentan con doctorados, maestrías y otros altos grados académicos, en su gobierno, a que omitan anteponer a sus nombres tales títulos, firmando sus documentos oficiales sólo como «ciudadanos».

Un elemento más de su revolución cultural es el supremacismo indigenista, consistente en una hermenéutica sesgada de la historia (similar en método y objetivos a la Teoría Crítica de la Raza en los Estado Unidos) que presenta a los indígenas como habitantes de un Edén prehispánico, un lugar idílico donde reinaba la paz, la igualdad, la salud, la fraternidad, y todo era felicidad.

Todo, hasta que llegaron esos españoles y trajeron consigo epidemias, tortura, asesinato y saqueos. Ya saben, la leyenda negra. Aunado a esto, AMLO usa como logotipo de su gobierno a un dios azteca, el Quetzalcóatl –la serpiente emplumada- que además de ser esto una violación a la laicidad del Estado, promueve de paso un dios de un imperio, cuando la izquierda siempre se ha llenado la boca alegando que es “anti imperios”. Evidentemente eso sólo aplica cuando se trata de los “yanquis”. Y ahora ya ni eso, porque Biden es amigo de los dictadores de América.

Asimismo, AMLO –argumentando “austeridad republicana” le bajó con total arbitrariedad los salarios a funcionarios medios y altos del gobierno, en un 35% y hasta 45%, según refieren los propios afectados, muchos de los cuales salieron huyendo de esas filas. Es otra característica de su “revolución cultural”.

En fin, no podemos ser exhaustivos en enlistar aquí todas las facetas del movimiento maoísta de AMLO, que desea cambiarlo todo desde cero, partiendo al país en dos, los que están con él y los que están en su contra. Pero sus caprichos personales están a la vista de todos, incluyendo, por cierto, grandes inversiones en el deporte favorito de todo dictador socialista que se respete: el beisbol.

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