«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

La risa de Sánchez

17 de noviembre de 2023

Mis compañeros de trabajo, siempre que pueden tan cariñosos conmigo y mis cosas, me comentan lo que les ha irritado la risa de Sánchez. Saben que soy el carca de los alrededores y si pueden darme una alegría —están los tiempos escasos— sin subvertir su conciencia, pues me la dan corriendo. La risa de Sánchez no les ha gustado. Indignados me lo cuentan. Ya saben ustedes cuál es esa risa: cuando se monda, a mandíbula batiente, desternillado y hasta destornillado, de la argumentación de Feijóo de que él no es presidente porque no quiere.

La risa es fea, como es siempre reírse de quien no ha ganado. La definición de salvaje de Chesterton le cuadra a Sánchez como anillo (de Gollum) al dedo: «El que se ríe cuando te hace daño y aúlla cuando le haces daño». Ser un caballero es exactamente lo contrario: el que te disculpa cuando le dañas y se disculpa cuando te daña. Pero que Sánchez no es un caballero ya lo sabíamos desde hace mucho tiempo. Quizá mis amables compañeros lo están descubriendo ahora, con espanto. Y empatía conmigo, que les agradezco.

Yo les doy la razón para no darles la tabarra. Pero en la risa de Sánchez veo más cosas y más graves. Digamos que Pedro Sánchez tiene razón en que esa argumentación de Feijóo es, a la vez, ridícula y preocupante.

Ridícula, porque él no puede pactar con Bildu ni con ERC en la vida. Primero, los votos de Vox, con los que cuenta quizá demasiado a la ligera, se le habrían esfumado al primer guiño. Las cuentas de la lechera se habrían derramado a sus pies. Segundo, para dar a cada uno lo suyo, los votantes del PP no habrían pasado por ahí. A estas alturas, son empecinados, sin duda, pero no son bovinos como los del PSOE, ni mucho menos. Además, el PP está pescando en los caladeros de la izquierda decente justo porque no pactaría jamás con Junts. Decir que podría hacerlo es para reírse, aunque con una risa mucho más triste.

Porque eso es lo preocupante que también tiene la cosa. Que Feijóo lo diga. También preocupante en una doble dimensión. Primero como lapsus linguae. ¿Revela un deseo reprimido de Feijóo? Sigmund Freud tendría un par de cositas que sugerir. Lo suyo es que el líder del Partido Popular contemplase esa posibilidad como algo ontológicamente inconcebible y moralmente repugnante. Que ni se le ocurriese mentarlo ni a efectos retóricos. A más a más, hacerlo blanquea levemente los pactos de Sánchez. Si es algo que «podría» hacer Feijóo, aunque no haga, ya le da una mínima cobertura todo lo hipotética que se quiera, pero que ahí queda flotando en el ambiente (enrarecido). Alguna de las estruendosas carcajadas de Sánchez subraya y enfatiza ese matiz sutil. Ni por asomo se me ocurre decir a mí, para darme pisto: «Yo podría envenenar a mi tía abuela y ahora mismo habría heredado un pisito en primera línea de playa que ni te cuento».

Lo otro preocupante de la frase de marras en lo referente a Feijóo es que sigue haciendo sumas y jugando con sus posibilidades de pacto que están bastante descuadradas, por decirlo con suavidad. Quizá ya cuenta cuantitativamente con Vox, pero todavía no lo hace cualitativamente. Hay aspectos de su política o de su estrategia o de su táctica o incluso de su retórica que Vox no puede aceptar. Es uno de los motivos —hay otros, por supuesto— por los que se vota a Vox.

Claramente yo no me río ni me gusta un pelo la risa absolutamente salida de madre del presidente Sánchez; pero les explico a ustedes lo que no les explico a mis amabilísimos compañeros de trabajo. Su rechazo a la risotada es lo básico y eso ya lo tienen claro.

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