«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.

La segunda profesión más vieja del mundo

5 de mayo de 2022

Es comúnmente aceptado que la de espía es la segunda profesión más antigua del mundo después de la primera, claro. Para este puesto se reserva a la prostitución. En realidad, si nos atuviéramos a la cronología establecida por la Biblia, la profesión más antigua es la de mentiroso. La serpiente, con mentiras y artimañas, engaña a Eva, llevándola a comer del fruto prohibido. Y ésta a Adán y el resto ya lo conocemos bien: Adiós al paraíso terrenal. Habrá quien dirá que ser mentiroso no es una profesión, pero cuando miro a mi alrededor y veo cómo nuestros dirigentes mienten consciente e inconscientemente todo el tiempo para proteger y acrecentar su poder, me es difícil aceptar que la mentira no es un medio de vida. Y en lo que se refiere a los políticos, muy lucrativo.

El espionaje tampoco sería la segunda profesión más antigua sobre la Tierra. Por su importancia, yo dejaría de lado las tareas labriegas de supervivencia acarreadas por el pecado original y que forzó a Adán a convertirse en pastor y labrador, y me centraría en la figura del envidioso Caín. Con un certero golpe y un arma nada sofisticada, la quijada de un burro, Caín acaba con la vida de su hermano Abel. Se convierte en un asesino. Y yo aún diría más: se convierte en un genocida, habida cuenta que acaba con el 25 por ciento de la población de ese momento.

La comunidad de inteligencia hoy se da cuenta de que los lideres políticos prestan poca atención a los asuntos de la gran estrategia nacional

Lo que tenemos desde el comienzo de los tiempos de la humanidad, por tanto, es el engaño y la destrucción. Si Abel hubiera conocido las intenciones verdaderas de su hermano puede que se hubiera salvado, pero le recibió como un iluso. Por eso, saber qué piensan hacer los demás en relación a nosotros y saber si cuentan con los medios para poder poner en práctica lo que piensan, resulta tan importante. A veces nos va la vida en ello. Llegar a ese conocimiento se llama “inteligencia” y buena parte de ésta depende de obtener la información adecuada a través de eso que vulgarmente llamamos espionaje. Que yo sepa no hay un solo país que no cuente con, al menos, un servicio de inteligencia. 

Sin embargo —salvo muy contadas excepciones como Israel y Rusia—  la inteligencia hoy vive en un permanente dilema: creada para dar soporte institucional a la seguridad nacional, la comunidad de inteligencia hoy se da cuenta de que los lideres políticos prestan poca atención a los asuntos de la gran estrategia nacional y son mucho más sensibles a influencias tácticas y del corto plazo, como las encuestas de opinión, sus índices de popularidad y las portadas de los medios. Es verdad que una parte de la desconfianza se arrastra por los sonados fracasos en prevenir situaciones adversas, como el 11-S en el caso americano. Pero hay algo más y que no se puede achacar a los aciertos y errores de los espías, sino a la transformación de la actual política en una permanente gestión del espectáculo. Qué piensa Putin es un interrogante al que sí deberían poder dar respuesta nuestros servicios de inteligencia. Qué piensa Sánchez, sin añadir ahora mismo, es una tarea de adivinación absurda, habida cuenta de su volatilidad mental.

El problema es depender de un personaje egotista y narciso donde los haya, que prefiere exponer los fallos del sistema de ciberseguridad si con ello queda como una pobre víctima

Pero además de esta atención secundaria que le prestan muchos dirigentes, la Inteligencia vive en otro dilema: tecnológicamente vive en una edad de oro en la que toda interceptación es posible. Y como es técnicamente posible, se hace. Ahí queda el escándalo Bowden, por ejemplo. O el actual Pegasus. Otra cosa distinta, no obstante, es que se pueda “operacionalizar” los millones de datos que se captan al día y que quedan almacenados en algún lugar secreto. Para que nos entendamos: lo que sacaría de todo ese universo de información Jorge Javier Vázquez sería muy distinto de lo que encontraría el rey de Marruecos. Porque para tener sentido, la inteligencia debe tener claro a qué responde su trabajo, cuáles son sus objetivos y en qué marco temporal.

A todo esto, se añade, ahora el problema de depender de un personaje egotista y narciso donde los haya, que prefiere exponer los posibles fallos del sistema de ciberseguridad nacional en su máximo exponente, si con ello queda como una pobre víctima u logra acaparar la atención de los focos durante un rato más. 

La explicación alternativa, que están comandados por un ser diabólico que monta todo este lamentable espectáculo a fin de preparar públicamente la entrega de la cabeza del CNI a ERC, sería mucho peor. Ya no sería que la inteligencia española está al servicio de un ególatra, sino al servicio de su propio destructor. Poco tranquilizador para los funcionarios del CNI, me parece a mí. O tal vez no. Es su secreto.

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