Yo tenía dos abuelas. La madre de mi padre me contaba los bombardeos de Barcelona durante la Guerra Civil cuando yo era pequeño. Vivía en La Sagrera, un barrio entonces más bien periférico. Cerca de la Hispano Suiza, después Pegaso. Fábrica en la que, al parecer, hacían motores de aviación. Periódicamente la bombardeaban. En sus explicaciones reproducía hasta el silbido de las bombas. Parecían unos efectos especiales sacados de una película de Spielberg. Me fascinaban esas historias. Con frecuencia iban acompañadas de una tostada de mantequilla con azúcar para merendar. Quizá por eso.
La otra era, por decirlo de alguna manera, el eslabón perdido con la Cataluña de los años 30. Una Cataluña que la mayoría de catalanes tenemos idealizada. Algo así como el paraíso perdido. No sé muy bien por qué. Nunca confesó simpatía política alguna. Pero si hubiera de situarla ideológicamente lo haría en las proximidades de la Lliga, el partido de Cambó. Catalanista y católica. La Guerra Civil rompió todo eso. Nunca perdonó que le quemaran los santos de la parroquia. Ni los desmanes en la retaguardia republicana en los primeros meses del conflicto. Los llamados incontrolados. Aunque yo he pensado que no eran unos descontrolados sino más bien personas de carne y hueso. Mayoritariamente de la FAI o la CNT. Pero también de otros partidos.
El historiador Josep Termes (1936-2011) calculó que sólo en los tres primeros meses se ejecutaron a 8.000 personas. Termes, para despejar dudas, era conocido como el historiador de las clases populares porque había estudiado, sobre todo, los movimientos de izquierda. Incluso le dieron el Premio de Honor de las Letras Catalanas (2006) con Montilla de presidente. El máximo galardón, aunque, todo hay que decirlo, no lo otorga la Generalidad sino una entidad privada: Òmnium Cultural. Pero ya revelaba cierta afinidad ideológica.
La represión aminoró después pero no desapareció nunca del todo. Incluso después de los Fets de Maig diría que, en manos de los comunistas, se hizo más sistemática. El temido SIM, Servicio de Información Militar. Por eso, nunca tuve la imagen de la República como un paraíso terrenal como nos quieren vender ahora.
Dudo mucho de que, en caso de que hubieran ganado los republicanos, hubiera sido una república liberal y democrática. Sobre todo por la influencia que tenía la URSS en los últimos meses de la guerra. De hecho, si los republicanos españoles fueron internados en campos de concentración en el sur de Francia tras el final de la guerra fue porque el panorama político había cambiado.
El gobierno del Frente Popular presidido por Léon Blum cayó en junio de 1937. Y los recién llegados, aunque fuera en condiciones lamentables, eran recordados por la opinión pública como los quemaiglesias.
Hace un par de años leí el libro de Juan Carlos Girauta, ahora eurodiputado de Vox, La República de Azaña (2022). Una obra felizmente reeditada ahora por Ciudadela. Recordaba la quema de conventos de mayo del 31, apenas un mes después de proclamada la Segunda República. Y aquella frase atribuida a Azaña: «Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano». Algunas versiones dicen que dijo «un dedo» e incluso «una uña». Da igual a estas alturas. Pero ahí la República empezó a perder la guerra. El control del orden público es fundamental en los estados.
Fíjense que es hasta lo que han hecho los nuevos dueños de Siria, islamistas radicales para más señas: intentar evitar el desorden. Es decir, el caos.
Sí, es cierto que lo de Franco fue una dictadura. Y tuvo casi 40 años para reprimir. Pero creo que lo que realmente jode a la izquierda es que muriera en la cama. Aquí ni siquiera hubo una revolución como en Portugal. Tampoco salieron las masas a la calle. O, si lo hicieron, fue para visitar el cuerpo de Franco todavía presente. Por eso, no entiendo que ahora quieran resucitarlo.