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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

La sospecha

17 de mayo de 2021

He explicado en otro artículo el error estratégico que supone para Casado buscar la confrontación con Vox (¡incluso si le saliese bien, que no es nada seguro!). Probablemente, usted lo vea igual de claro, así que no necesita leer aquella explicación. Incluso diría más: me cuesta trabajo pensar que en la sala de máquinas del PP no lo vean también con extrema nitidez.

Parece que Pablo Casado prefiere atacar a Vox por pereza. Enrabietada, tal vez, por el resentimiento que produce la mala conciencia, pero pura pereza

Pero si no es un caso de invidencia, hay que preguntarse entonces por qué se obcecan en arremeter contra Vox y en transmitir el mensaje a la ciudadanía de que Pedro Sánchez será el rival, pero que el enemigo es Santiago Abascal. Yo diría que hay muy pocas posibilidades de que ese mensaje te lo compre la sociedad española a estas alturas, pero ninguna de que te lo compren ni los votantes de Vox ni del PP ni los potenciales votantes que pudieran salir de la abstención.

Entonces, ¿por qué inciden? No tengo la certeza de eso, como la tengo de la desastrosa estrategia. Sí tengo, en cambio, una sospecha que explica lo que, de otra manera, es incomprensible. Parece que Pablo Casado prefiere atacar a Vox por pereza. Enrabietada, tal vez, por el resentimiento que produce la mala conciencia, pero pura pereza.

En el PP saben que la batalla con el consenso de lo políticamente correcto es áspera y desagradecida

Aunque no por experiencia, en el PP saben que la batalla con el consenso de lo políticamente correcto es áspera y desagradecida. Calculan que al Gobierno de Sánchez ya lo desgasta sólo el Gobierno de Sánchez y su gestión nefasta en lo sanitario, en lo político y en lo económico. Enfrentarlo también en lo ideológico implica comprometerse mucho y fajarse en el ámbito donde más fuertes siguen estando las izquierdas y donde más ha flojeado en tablas el PP de siempre.

Así que una manera descansada de ir siempre a rebufo, aunque sea en direcciones contrarias, es criticar al Gobierno por la economía hundiéndose y criticar a Vox por levantar su voz contra la imposición del discurso de lo políticamente correcto. Así, de paso y para felicidad de Feijóo, se da una apariencia de centro, sin subir ni bajar.

Esa pereza, ojo, se podría, aunque no admirar, entender. El PP, si se lo hace Vox, no tiene necesidad de dar esa batalla, y así podría captar con más eficacia el voto de Ciudadanos. En cambio, sí habría que pedirle, al estilo Espinosa de los Monteros, que al menos se apartara y no molestase. Porque la des tú o te haga el trabajo otro, la rebeldía ideológica es una actividad imprescindible si no se quiere depender de crisis cíclicas para desalojar a una izquierda que, por el peso de la mentalidad social, siempre gobernará en España por defecto. O rearme moral y confrontación de ideas o gobiernos socialistas con intervalos de crisis económicas monumentales.

Lo malo no es, por tanto, ni dejar solo a Vox ni siquiera racanearle el mérito de la pelea ideológica, sino ponerse, encima, el primero en la masa de los que los critican o ningunean. O con abstenciones, como la del parlamento de Cataluña, o ayudando a propagar esas dudas hipócritas sobre su carácter perfectamente democrático. También este tiro le puede salir por la culata a Casado. Porque así Casado subraya que la batalla a la izquierda que el PP no la dará jamás. Hoy por hoy se le puede aplicar perfectamente lo que Indro Montanelli respondió a un amigo acerca de una Democracia Cristiana que había abandonado la necesaria confrontación cultural con el Partido Comunista de Italia: «“Esta es la primera vez [afirmó su amigo] que la Democracia Cristiana corre un riesgo verdadero de ruptura. Y ya puedes imaginarte qué drama supondría”. Replicó Montanelli: “Supondría un drama si la DC fuera realmente un dique contra el PCI. Pero si no sirve para eso, ¿para qué sirve?”».

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