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Santanderino de 1965. De labores jurídicas y empresariales, a darle a la pluma. De ella han salido, de momento, diez libros de historia, política y lingüística y cerca de un millar de artículos. Columnista semanal en Libertad Digital durante once años, ahora disparo desde La Gaceta. Más y mejor en jesuslainz.es
Santanderino de 1965. De labores jurídicas y empresariales, a darle a la pluma. De ella han salido, de momento, diez libros de historia, política y lingüística y cerca de un millar de artículos. Columnista semanal en Libertad Digital durante once años, ahora disparo desde La Gaceta. Más y mejor en jesuslainz.es

La suegra y el tiburón

11 de marzo de 2024

El que más madrugó aquella terrible mañana de hace veinte años fue José Luis Rodríguez Zapatero, el candidato socialista, al declarar tan sólo una hora después de las explosiones: «Una reflexión clarísima: ETA ha intentado intervenir en la campaña».

Media hora más tarde un asustado Juan José Ibarretxe proclamó: «Que no se hable de terrorismo vasco. El terrorismo es de ETA. Son alimañas, son asesinos. ETA, estoy absolutamente convencido, está escribiendo su final».

Palabras muy parecidas de condena a ETA fueron pronunciadas en horas posteriores, entre otros, por el comunista Gaspar Llamazares, el esquerrista Josep-Lluís Carod-Rovira y los socialistas Patxi López y Manuel Chaves.

El País lanzó una edición especial vespertina encabezada por el titular Matanza de ETA en Madrid.

Sólo Arnaldo Otegi, sin duda mejor informado desde la propia ETA, negó que ésta tuviera algo que ver y se atrevió a avanzar que probablemente se tratara de un atentado islamista. Debido a estas palabras, él y su partido recibieron indignadas críticas por parte de todos.

Al día siguiente, cuando ya se empezaba a barajar una posible autoría extranjera, apareció, también en El País, un artículo de Fernando Savater en el que razonó que si alguien tiene un tiburón en la piscina y se sienta en el borde para mojarse los pies, lo razonable, si recibe un mordisco, será suponer que el autor es precisamente el tiburón, no la suegra.

Efectivamente, aquella había sido la suposición de todos los políticos, de izquierda y derecha, gobernantes y opositores, sin excepción alguna.

Pero a continuación se desató la infamia. Quienes habían atribuido el atentado a ETA acusaron al Gobierno de mentir por haber atribuido el atentado a ETA. Quienes habían clamado por que nadie hiciese valoraciones políticas de aquel horror, sobre todo por las circunstancias electorales en las que se encontraba España aquel fin de semana, comenzaron de repente a pedir a los ciudadanos que hiciesen valoraciones políticas. Contra el gobierno, claro, y porque el gobierno había supuesto exactamente lo mismo que habían supuesto los que ahora se le lanzaban a la yugular.

La oposición en bloque se olvidó instantáneamente de las víctimas y de quiénes hubieran podido ser los autores de la matanza. Los insultos, la indignación y el odio cambiaron súbitamente de dirección: ya no se dirigieron contra los terroristas, sino contra el gobierno.

Obviamente, el núcleo de lo sucedido aquellos terribles días fue el insondable dolor de las víctimas y sus familiares. Pero lo más relevante desde el punto de vista político fue que el cainismo esencial de izquierdas y separatismos estalló en cuanto encontró una rendija por la que salir. Todo lo demás quedó en segundo plano. La derecha era culpable de todo, como había sido en el pasado y seguirá siendo en el futuro.

A continuación llegarían los días del recién bautizado cordón sanitario contra la apestada derecha, a la sazón representada por el Partido Popular; y de la intensificación e incluso plasmación legislativa del cainismo, con efectos retroactivos, mediante la Ley de Memoria Histórica, la aceptación de los criminales etarras en las instituciones y demás medidas de los gobiernos del activo Zapatero jamás corregidas por los del inmóvil Rajoy.

Y en esa fase de intensificación cainita, estallada en 2004, legislada en 2007 y reiterada de mil maneras desde que Sánchez duerme en la Moncloa, seguimos encontrándonos. Tanto es así, que hasta algunos izquierdistas que no han perdido del todo el sentido común se sorprenden de la crispación política actual, quizá olvidándose de que fueron ellos sus autores.

Pero hasta para odiar y ser odiados hay clases. Porque el odio de izquierdas y separatismos se dirige, como siempre, hacia todo lo percibido por ellos como derecha, y en esto se incluye, cada día más inexplicablemente, el Partido Popular. Pero éste, a su vez, colabora con la izquierda en odiar y en aplicar en mil ámbitos y circunstancias el cordón sanitario, del que tanto se quejó entonces, al nuevo apestado culpable de todo.

Ya saben ustedes cuál es.

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